No hace falta ver para vivir, ni abrazar para sentir. Esto lo sabe mejor que nadie Víctor Dell’ Aquila quien lo demostró en la consagración de Argentina en el Mundial 78.
“Toqué el cielo, amigo. Te puedo asegurar que gracias al fútbol toqué el cielo con las manos”, describió Víctor. El fútbol, aquel deporte idílico que te permite apropiarte de sensaciones ajenas y percibir con el espíritu lo que es tangible con el cuerpo.
Lo que fue gloria comenzó con tragedia. El 8 de septiembre de 1967 la desgracia tocó la puerta y el anfitrión fue Víctor. Irónicamente, su vida lo llevó del ostracismo a la inmortalidad. “Perdí el equilibrio y con la mano derecha agarré el cable. No sabía que tenía electricidad y al sentir la corriente, con la mano izquierda me agarré la muñeca derecha para intentar zafarme. La descarga me carbonizó los dos brazos y me empujó al vacío”, rememoró la tragedia que le quitó los brazos, pero no extinguió lo que con ellos era capaz.
Llegó el año 1978 y la República Argentina organizó el mundial de fútbol masculino en un contexto atípico para llevar a cabo una celebración deportiva. Mientras algunos celebraban los goles, otros gritaban de dolor por las terribles torturas que sufrían. Los militares rastreaban a los grupos Montoneros al mismo tiempo que los dirigidos por César Luis Menotti perseguían su primera Copa del Mundo. El conflicto dejó un saldo de 30.000 desaparecidos de muchos de los cuales, hasta el día de hoy, se sabe muy poco.
La Selección llegó a la final y se enfrentó a Países Bajos, un rival fuerte, pero no más poderoso que el abrazo donde Víctor fue protagonista. “Cuando vi que el referí levantó la mano, pasé los pies por el alambre, flexioné y caí parado. Luego caminé despacito y me puse al lado del palo del PatoFillol y cuando el juez dio el silbatazofinal, salí corriendo en busca de alguien a quien abrazar. En un momento, vi que Tarantini se arrodilló como rezando, Fillol hizo lo mismo y se abrazaron. Y ahí me mandé”.
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