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ECOS DEL PRIMER PARO INTERNACIONAL DE MUJERES


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Cerca de cien mil mujeres marcharon de Congreso a Plaza de Mayo en el Día Internacional de la Mujer. Si bien la marcha fue masiva, la adhesión al paro no fue significativa.

Por Manuela Moreno

Mujeres tiradas en el piso pintadas como si estuvieran golpeadas. Se hace una ronda y las demás personas miran atentamente. Un chico de unos veinticinco años llora al ver esta pequeña demostración artística. Se escuchan redoblantes y cantos, se pide libertad y justicia.
Caminan y se organizan para ir todas juntas hacia una misma dirección, a Plaza de Mayo, la plaza testigo de tantas luchas.
Son las cinco de la tarde y se van sumando las miles de mujeres, hombres también. El Congreso recibe a las protagonistas que conmemoran el Día Internacional de la Mujer. Se las ve fuertes, con ganas de demostrarle al mundo que no tienen miedo.

Las columnas interminables con banderas y carteles marchan con diferentes consignas; desde el pedido de liberación a Milagro Salas hasta un reclamo personal pero no por eso menos colectivo: “Quiero salir a la calle y ser libre, no valiente”.
Se puede decir que hubo una transformación conceptual de este ocho de marzo. Hace unos años estaba cubierto por un velo rosa -en el sentido más superfluo- que vinculaba este día con la alegría, las flores, los bombones y la felicidad de ser mujer, ocultando las verdaderas razones que motivaron esta fecha. Hoy el sentido simbólico pasa por otro lado. Se recobró el sentido a la lucha que recuerda a aquellas trabajadoras textiles muertas hace más de un siglo en Nueva York en medio de una huelga por condiciones dignas de trabajo. Esas mujeres fueron carbonizadas, un 8 de marzo, por su propio jefe.
Años después, las mujeres acumulan reclamos: ejercer sus derechos en igualdad a los hombres, que los medios de comunicación dejen de ejercer violencia de género, que se desmantelen las redes de trata, que la policía no se ensañe con travestis y personas trasgénero, que el Estado genere y sostenga las políticas de género.

A la Plaza van llegando cada vez más mujeres al punto de encuentro, en grupo, encolumnadas, sueltas, solas, madres e hijas, chicas con sus novios, compañeros de escuela, trabajo, facultad. Comienzan los discursos donde se plantean los proyectos que se intentan llevar a cabo durante el año, denuncian los programas de atención a las víctimas de violencia de género que fueron cerrados durante el gobiernos actual. La multitud aplaude cuando se empieza a nombrar a cada una de las chicas asesinadas y violadas cuando salen de bailar, de la escuela, de trabajar.  En tan solo tres meses hay 57 mujeres muertas, todas duelen, pero el caso de Juana, la niña wichi que fue violada entre ocho y nueve hombres en octubre de 2015, conmueve aún más.
Durante la desconcentración, una joven de 23 años no oculta su bronca y dolor: “Al Gobierno no les importamos un carajo, ni las mujeres que estamos acá, ni los docentes que se movilizan. Esto no va a cambiar, ellos siguen con su política”.

A su lado está Esteban, profesor de historia y trabajador social,  que celebra este día de lucha a nivel internacional por igualdad de género pero que la guerra contra el machismo llevará años: “Soy profesor y sé que lo que más cuesta cambiar es la cultura y es ahí en donde se tiene que apuntar. El hombre y la mujer son un complemento, no hay diferencia y creo en eso”.
De repente, aparecen mariposas por todos lados. Es una intervención, la mejor manera que encontraron para representar cómo se siente una mujer, presa de los estereotipos. Analía, ama de casa que se sumó a la marcha por primera vez , se sorprende al ver que una mariposa se posa en su dedo. Con lágrimas en los ojos y una sonrisa dice que esa mariposa es una de esas mujeres que ya no tienen voz pero que acompañan la lucha de todas.


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