Desde el comienzo de la historia la sociedad se separó en dos, el lado bueno, correcto y presentable y el lado malo, incorrecto y escondido. A pesar de ello, algunos relatos logran salir a la luz.
Todos alguna vez han escuchado la historia de El Martín Fierro, el Gauchito Gil o mismo el relato de Malinche. Todas son historias de la vida de una persona aislada y repudiada por la sociedad, cuya valentía los lleva a enfrentarse al sistema y en consecuencia morir como mártires y símbolos de su etnia.
Pero ni Fierro, ni el gauchito Gil ni Malinche son únicos en su especie. Así como ellos hay otros miles que mueren sin ser reconocidos. Ya que como dice George Orwell, “La historia la escriben los ganadores” y como buenos escritores no desean poner algo que rompa con el escenario, el mundo perfecto que se encuentran narrando.
Dario Sztajnszrajber finaliza su charla, “Contando la historia” con Felipe Pigna relatando un hecho que sucede en paralelo al Cabildo abierto: “El 25 de mayo de 1810 se llevaba a cabo un hecho histórico en nuestro país. El Virreinato del Río de la Plata unificado gritaba un deseo de independencia y de libertad. Mientras eso ocurría enfrente del Cabildo; a unas pocas cuadras del mismo, se encontraba el negro Oscar, un esclavo, que era golpeado hasta la muerte por no haber cumplido los deseos de su amo”. Posterior en el relato, Dario confiesa que es inventado. Que es posible que estuviera pasando pero que como los esclavos eran menos que personas, eran la antítesis de lo hegemónico, nadie escribiría de ellos, para no visibilizar lo que se quiere esconder.
Desde el 25 de mayo hasta hoy en día, la historias de personas como el negro Oscar son escondidas, pero sobre todo, olvidadas. El marginado social como en el Virreinato o en el Martin Fierro, a pesar de que es trasladado a nuevos sujetos étnicos, sigue siendo segregado y cuando aparece en escena es callado y en su imposibilidad, eliminado. Y como buenos cómplices de la situación, la sociedad mira para otro lado con tal de evitar darle existencia a esas personas. Al famoso estilo: “si no lo veo, no existe”.
Pero como todo lo que se quiere esconder, tarde o temprano surge la verdad. Es así como aparecen las historias estas historias. Representantes de la antítesis de su época. Con la llegada de un nuevo siglo y una nueva organización social y productiva, estas antítesis se quedan viejas y surge un nuevo relato entre tantos otros que nunca serán escuchados.
En algún mes de 1982, en Virreyes, Buenos Aires, nació Víctor Manuel un joven excluido de la sociedad que a causa de la violencia de género que se vivía en la casa, se vio obligado a mudarse con su madre Sabrina a la villa San Francisco, de San Fernando en Buenos Aires, donde años más tarde sería conocido como El Frente Vital, todo un héroe en el barrio.
De chico luego del colegio, se la pasaba caminando por los pasillos de la villa preguntando e incursionando en un mundo nuevo. Ahí entró en las drogas, en el robo y la delincuencia. Ya de grande, el Frente Vital era una persona reconocida y amada por la Villa. Al mejor estilo de las aventuras de Antonio Mamerto Gil Nuñez era una persona popular entre las muchachas y se la pasaba entre bailes y asaltos.
Con lo que obtenía de sus robos, compraba zapatillas y ropa deportiva, se iba a bailar al Tropitango, un boliche de General Pacheco, y con la otra parte, le compraba alpargatas a los abuelos y a los niños, que andaban solos, los llevaba al kiosco y les decía que eligieran lo qué querían.
En cierto punto, observando la historia de Víctor como la de tanto Antonio Gil o Fierro, uno podría pensar que sus acciones se trataban de necesidad. Pero lo cierto es que su actuar no era más que una elección o más bien una consecuencia de su capacidad de observación que lo llevó a ver la invisibilidad de su gente y, como consecuencia, adoptar una respuesta acorde a lo que se esperaría que hiciera en ese momento.
Si bien en Fierro y el Gauchito Gil es la complicidad con el indio y su deserción al ejército y vuelta a su raíces, en Víctor, es el retruco, la respuesta. Toma acción en defensa de su territorio y su gente contra el demonio de la sociedad que mira para otro lado.
“Sí, mi hijo era chorro. Pero yo me recorrí todos los institutos de menores para apuntalarlo y curarlo de la droga. Nadie me ayudó. A nadie le importó que se fugara como si nada. Sus jueces nos dijeron que fuéramos a psicología familiar y ahí estuvimos. Cuando Víctor me pidió que le regalara la moto para ponerse a trabajar, hice un esfuerzo grande y se la compré. Me había prometido que no robaría más. Lo anoté en Computación, le hablé un montón de veces… los juzgados me decían que no podía estar solito todo el día, pero yo tenía que trabajar todo el día y no podía pagar una niñera. Hice lo que estuvo a mi alcance”. comentaba Sabrina la madre de Víctor.
Sin embargo, la historia del Frente no se limita sólo a pequeños robos. Del mismo modo que El Gauchito Gil, en la hacienda de doctor Mendieta, o el combate con el negro de Martin Fierro, Víctor tiene el mismo destino que sus presesores.
En 1996 ocurrió algo histórico tanto para la historia del Frente como para todo el barrio. Habían pasado ya dos semanas desde que no ingresaba leche y alimentos a la villa. Fue así que con solo 14 años, Víctor y dos amigos decidieron tomar cartas en el asunto.
Esperaron pacientes en una esquina del barrio a que se asomará algún camión de alimentos. Al cabo de un tiempo, un camión de la Serenísima dobló en la esquina. Los tres chicos sin dudar ni esperar frenaron el camión a punta de pistola. Bajaron al chofer y se fueron manejando el camión directo hacia la villa. Al llegar a San Fernando, descargaron el camión y recorrieron casa por casa invitando a los vecinos a tomar parte del botín.
Para ese entonces Víctor, El Frente Vital, era una figura reconocida tanto dentro como fuera de la villa. En el Barrio, la gente se acercaba a saludarlo y pedirle cosas y favores. Por fuera, era un demonio delincuente al cual era mejor que pasara al otro mundo.
Fueron estas acciones las que tres años después, cuando muere a sus 17 años, lo convierten en el héroe de San Fernando. Una muerte rodeada de sus perseguidores, como la muerte de Antonio Gil.
Matías Segretti escribe en “Gauchito”: “Colgado de un árbol patas para arriba, los soldados lo encapuchan por temor a su mirada. El campo llano atestigua la vergüenza. El pelo cae y se funde con la tierra, el colorado de la vincha ya no se ve. No hay quejidos; el silencio pesa como una tormenta. Debían llegar a Goya para juzgarlo, pero la orden de Zalazar se impone; lo traen muerto. Un soldado se levanta, manotea la cintura y avanza con el facón en mano. Luego retira el trapo roñoso que cubre la cabeza del gaucho. (…) El cuchillo entra cortando la carne. Al campo muerto de hambre le caen gotas y calma su sed”.
De modo parecido, Víctor el 6 de febrero de 1999, luego de asaltar una ferretería y en camino a la villa, es interceptado por un patrullero el cual inicia su persecución. Luego de un tiempo de correr y escapar, es atrapado y rodeado por cuatro policías. Ya rendido, el Frente se arrodilla y con las manos en la cara tapándose las lágrimas que corren por sus mejillas, pide clemencia y exclama que se rinde, que está bien que lo arresten. Pero el oficial Sosa no está de acuerdo, piensa que en unos meses volverá a salir y está cansado de la “calesita”. Toma de su pistola y arremete contra el joven de 17 años indefenso y desarmado. El primer tiro impacta en la axila, el segundo en el tórax y el último atraviesa la palma de las manos de Víctor e impacta en el cráneo del joven quitándole en ese instante la vida.
La historia oficial, dirá que Víctor se encontraba de pie y armado con intención de iniciar fuego. Esta historia luego fue descartada por la pericia policial aunque de igual manera no sirvió para condenar a Sosa. Recien en 2017, luego de 20 casos de gatillo fácil es declarado culpable por el asesinato de un panadero, con quien habia tenido una discusión. En otras palabras, luego de 17 años es sentenciado por asesinar a una persona reconocida para la sociedad.
Finalmente, la vida del Frente terminó. Aunque su historia y sus acciones quedaron en la gente. En esas personas de San Fernando, en esos niños a los que les compraba golosinas que en su despedida estuvieron ahí, para tocarlo por última vez.
A pesar de ello, el cariño y respeto hacia el Frente se convirtió en devoción. Varios vecinos empezaron a rezar pidiéndole cosas. Una mujer que no podía quedar embarazada le confesó a Sabrina que le pidió a “El Frente” y estaba esperando un bebé. Un hombre le llevó estudios del antes y después del ruego: pasó de estar enfermo del corazón a jugar a la pelota como cualquier persona.
Así como en 1800 existió el Gauchito y marcó a toda una generación, en este siglo existió el Frente, uno de los tantos marginados que salen a la luz y nos cuenta la historia de tantos otros que no pueden.
Entre 2016 y 2020 según datos del Centro Penitenciario Metropolitano (CPM) se registraron, solo en la provincia de Buenos Aires, 622 casos de gatillo fácil. Es decir un promedio de 124 personas al año, que mueren sin conocerse su cara, su nombre o su historia
En conclusión, como en su momento el Gauchito, Malinche o la idea de Martin Fierro eran la antítesis producto de una sociedad que excluye e invisibiliza a determinados grupos sociales, El Frente es otra de las consecuencias de esta sociedad que avanza pero no evoluciona. Mientras la gente siga mirando para otro lado, figuras como las ya mencionadas seguirán apareciendo y revelando la suciedad que esconde la sociedad o Como describe la canción “La violencia” de Agarrate Catalina, “Vengo del basurero que este sistema dejó al costado. Las leyes del mercado me convirtieron en funcional. Soy un montón de mierda brotando de las alcantarillas. Soy una pesadilla de la que no vas a despertar”.
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