Existen múltiples posiciones que desestiman, desactivan o no aprueban el lenguaje inclusivo. Todas ellas se aferran a argumentos institucionales, como defender a fuego la institución del lenguaje encarnado en la Real Academia Española; o a caprichitos como atribuirle una cuestión de moda o de algo pasajero al uso de las x o la e.
También existen quienes, más polémico, defienden una postura biologicista entendiendo que es él o ella. No hay nada más por medio, ni por fuera, ni que sea disidente. ¿Estarán confundidxs quienes no se sienten interpeladxs por una a o una o?
Los argumentos desplegados por quienes defienden el lenguaje inclusivo son claros: no es obligatorio que lo utilices, pero sí es una forma de incluir a todas las distintas identidades de género que existen, de abarcar a una multiplicidad de personas que no se sienten, ni quieren sentirse, representadas por el mandato cis-heteropatriarcal. La ¿deformación? del lenguaje se vuelve necesaria aunque no le guste a muchos. El lenguaje se usa, se experimenta día a día e inevitablemente se flexibiliza. ¿Para qué queremos un lenguaje rígido que sólo responda a una academia que se hace llamar la real? ¿Acaso no son reales las experiencias de quienes utilizan el lenguaje?
Años de invisibilización en la política, en lo social, en lo económico se ven reflejados en la invisibilización en el lenguaje. Como quien dice, lo que no se nombra no existe.
El argumento más conmovedor es que si la RAE no quiere aprobar las formas del lenguaje inclusivo dentro de sus normas entonces está bien: la x seguirá existiendo en el medio de esa palabra, para incomodar. Para que, al menos, nos preguntemos: ¿Qué letra voy a nombrar en voz alta?
La x para demostrar que existen otras formas de nombrarnos.
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