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El niño que trabaja


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La OIT contabilizó que 152 millones de niños, entre 5 a 17 años, realizaban trabajo infantil en 2016 y que esa cifra descendería a 121 millones en 2025. Sin embargo, la problemática resulta alarmante.

“Entre ir al colegio  y comer, eligen comer”, afirma una licenciada en psicopedagogía que recorre los barrios de Buenos Aires para atender las infancias en situación de extrema vulnerabilidad. Niños que salen a trabajar ante la falta de empleo y de comida en sus familias.  

Por Florencia Ferreiro

Son las 12:30 del mediodía, en el subte B hace calor. Por suerte hay solo dos o tres personas paradas. Se oye el ruido de la alarma en la estación Ángel Gallardo y rápidamente antes de que se cierren las puertas ingresa al primer vagón un pequeño niño. Tiene una mochila aplastada en la espalda que por su aspecto desgastado parece tener más años que su dueño. El pelo lo tiene corto y peinado, pero un remolino natural corrompe su prolijidad por encima de su oreja izquierda. Sus manos están sucias y llenas de estampitas religiosas. Sus ojos miran casi siempre al piso, sin embargo su atención se encuentra en que nadie le robe nada ni de sus manos ni de su mochilita.

Así empieza el ritual, el niño deja sobre el regazo de cada una de las personas sentadas la estampita arruinada por el calor de sus manos. Las personas allí, se dividen en dos tipos. Quienes lo miran con pena, y quienes lo ignoran como si nada ni nadie hubiera pasado. Es momento de recoger sus estampitas antes de que suene la alarma para bajar en la siguiente estación. Solo dice gracias cuando alguien le entrega una moneda, y si es un billete es un “muchas gracias”. De forma automática cambia de vagón y continua su trabajo.

El trabajo infantil según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) se define como: “Todo trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”. Según un informe mundial realizado por la OIT, 152 millones de niños, entre 5 a 17 años, realizaban trabajo infantil en el 2016. Las proyecciones son positivas porque van en baja y se estima que para el 2025 serán 121 millones de niños. De todos modos, sigue siendo muy preocupante la cifra. 

En Argentina la problemática es invisibilizada. La naturalización de ver un niño o una niña en un tren vendiendo es cotidiana. Carolina Loto es Licenciada en Psicopedagogía y hace años recorre los barrios del conurbano en diferentes organizaciones para ayudar a niños en situación de vulnerabilidad. Hace seis años daba talleres de salud en Villa Diamante y en Villa Jardín y cuenta que muchos chicos faltaban a las clases porque tenían que ir a trabajar.  “Un día le pregunté a uno de los nenes por qué no había ido a la escuela el día anterior y me dijo que había salido a vender facturas con su tío”, cuenta Carolina. Asegura que la mayoría de los niños que salen a vender tienen más de once años y que muchas veces son acompañados por un familiar mayor, aunque incluso ese familiar “mayor” siga siendo menor de edad.  

“Entre ir al colegio o comer, eligen comer. Los niños deberían tener cubiertas todas sus necesidades para poder estudiar, aprender, y en cambio se levantan temprano para salir a vender facturas”, dice la licenciada con la voz entrecortada.

La convención de los Derechos del Niño afirma que todas las modalidades de trabajo infantil resultan violatorias de los derechos a la salud y calidad de vida. UNICEF indica que la pobreza ejerce una influencia directa sobre el trabajo infantil. La falta de recursos básicos disminuye las posibilidades educativas, genera situaciones de riesgo y promueve una socialización inadecuada. Otros factores que contribuyen a la explotación infantil son principalmente la protección jurídica limitada, escolaridad de baja calidad y poco accesible, y el desempleo.

Carolina cuenta que hay escuelas muy comprometidas con la comunidad, donde se trabaja principalmente en la información y acceso a la salud, pero que la forma de minimizar la problemática debe ser a través de políticas públicas y la participación ciudadana. Las personas se deben empezar a involucrar y dejar de ver el tema desde afuera. “Yo sé que no puedo atender las necesidades de todos, pero por lo menos al que tengo al lado, al que tenga cerca”, expresa la licenciada.

En la Conferencia global sobre el trabajo infantil de La Haya del 2010 se destacaron algunas políticas que deben ser pilares para minimizar la problemática: El trabajo  decente para adultos y jovenes en edad legal de trabajar; sistemas de protección social; normas jurídicas y reglamentación; educación inclusiva, equitativa y de calidad para todos. Todas estas áreas deben estar sustentadas por un diálogo social y este debe ser un elemento fundamental para lograr verdaderos cambios culturales.

Carolina expresa que para ella la explotación infantil es un problema estructural. Una mezcla entre falta de oportunidades, acostumbramiento social y falta de control en los requisitos de los seguros sociales. Sin embargo, considera que la Asignación Universal por Hijo es una política muy importante porque aumentó la escolaridad y la vacunación debido a que son requerimientos obligatorios para recibir el dinero. UNICEF ha destacado la importancia de la AUH  porque  redujo, en promedio,  un 31% la pobreza monetaria extrema en niñas y niños.

Naturalizar a los niños y niñas que trabajan en la calle como si fueran parte del paisaje es mantener la complicidad con un sistema excluyente. No se trata solo de un tema de estado. Involucra a toda la sociedad. Los menores de edad deben ser protegidos contra toda forma de abandono, crueldad y explotación según la Declaración de los derechos del niño. 

Son las 13:00 hs en la estación Leandro Alem y el recorrido de la línea B termina. Las puertas se abren y todas las personas bajan del tren. Solo queda el muchachito, que sentado en una esquina del vagón cuenta sus monedas y ordena sus estampitas. El recreo de quince minutos se termina y la alarma vuelve a sonar. Las puertas se cierran.


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