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EL PROFE ALESIS


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Seis años después de iniciarse en el boxeo, Alesis Boroski tuvo su primera pelea amateur y la ganó por nocaut. El referí no había terminado de levantarle el brazo triunfador cuando una horda de niños felices e impacientes trepó al ring corriendo para abrazarlo y colgársele del cuello.

“El boxeo me salvó la vida”, asegura Alesis Boroski y se interrumpe para darle indicaciones en lenguaje de señas a Peter, un muchacho sordomudo que entrena, juega y practica junto con los casi 20 chicos de entre 8 y 16 que asisten a las clases de boxeo, en el gimnasio de La Alborada, una Sociedad de Fomento ubicada en la entrada del barrio Las Flores, antes de cruzar Constituyentes, en las fronteras de Vicente López.

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“Antes para mí la noche no estaba completa si no me agarraba a piñas después del boliche”, recuerda con cierto arrepentimiento. Porque hubo algo que lo rescató, algo que lo sacó de la calle, y “El Profe” -como le dicen los chicos- enfatiza en que fue el boxeo.

Lo primero que se percibe al cruzar la reja del gimnasio de entrenamiento de La Alborada no es violencia sino su contrario: cariño, afecto, amistad, confraternidad y compañerismo. Hay golpes, sonidos secos, fricciones, movimientos bruscos, impactos, transpiración y mucho aire denso; pero no hay violencia. El arte pugilístico es en este caso una perfecta excusa, porque en la Sociedad de Fomento no sólo se enseña a mover los pies, acomodar el cuerpo, y dar el golpe, también se enseña a ser buen compañero.

Hugo colabora con Alesis, y opina que ellos hacen algo más que sólo repartir rutinas de entrenamientos: “Desde preguntarles cómo les fue en el colegio, hasta intentar transmitirles que el boxeo no es un arma personal para llevarse el mundo por delante, contarles que está bueno respetar al otro”. “Se trata también de brindar un espacio de contención, ser una opción a la violencia de la esquina, la violencia no está acá, está en la esquina”, completa Alesis.

“Una hora más en el gimnasio es una hora menos en la calle” tiene escrito Alesis en la espalda de la remera con la que se lo ve entrenando, junto a un póster de Carlos Monzón, en su foto de perfil.

Alesis tiene tatuada una lágrima azul bajo el ojo izquierdo, pero dice que es de “una historia que nada que ver”, en una época de la que no quiere acordarse. También tiene tatuado el número 187 en el antebrazo (nombre de su banda de rap de juventud) y cuenta que una vez le dijo a uno de sus alumnos que eran las peleas que había ganado por nocaut, el niño abrió grandes los ojos y a la clase siguiente apareció con un número dibujado con indeleble negro en el brazo. Ese nivel de cariño y admiración le tienen al “Profe” de La Alborada.

Desde que empezó a dar clases en la Sociedad de Fomento de Thompson y Santa Rosa, Alesis no volvió a agarrarse a piñas en la calle. Y asegura que, si alguna vez él les dio algo a esos chicos, ellos le devolvieron mucho más, después de su primera pelea amateur, cuando corrieron a abrazarlo.

(*) Bajo el seudónimo de Toribio Torres, Mariano obtuvo el primer premio en la categoría textos del primer concurso organizado por El Argentino ZN, “Relatos desde el umbral”. Mariano Lieutier es estudiante de periodismo y tiene 30 años. Del barrio de Almagro y de profesión librero, actualmente se desempeña como fiscalizador de los operativos de seguridad de las fuerzas federales.

Sobre su trabajo, la reflexión de Tamara Smerling, miembro del jurado, coautora de Un fusil y una canción (Planeta) y autora de La otra pantalla, editado por el Ministerio de Educación de la Nación (2015), además de docente del taller de periodismo en la Dirección de Juventud de San Isidro:

“El texto de Toribio Torres narra, con precisión y preciosura, una crónica singular y despojada de la vida de un grupo de boxeadores del Conurbano norte. Las historias, solidarias y contundentes, se tejen en su relato como la mejor crónica: la del periodista que llega, se involucra, habla, conversa, observa, y huele los lugares donde queda atrapado para escribir su relato. ‘Una hora más en el gimnasio es una hora menos en la calle’ tiene estampado uno de los personajes en su antebrazo. Lo mismo que queda grabado en los lectores que nos deleitamos con su texto, fuerte, y repleto de amor y de valentías –como dice él mismo—en una frontera, incierta, de Vicente López”.


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