LA TEORÍA
“Entiéndase como Educación Sexual Integral la que articula aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos”, dice la ley 26.150, conocida como el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), sancionada en octubre del 2006.
Más allá de esa premisa que propone la ley, como la educación en Argentina es federal, cada Ministerio de Educación provincial decidía si adherir o no. Así fue que cuando el programa nacional se creó en el 2008, se generaron capacitaciones y materiales para las provincias que iban adhiriendo a la ley y firmando acuerdos. También hubo algunas provincias que decidieron no adherir, como es el caso de la Ciudad de Buenos Aires y Tucumán, en donde no se aplica la ley por no haber firmado el acuerdo.
Erica Porris Catellani tiene 35 años, es profesora de historia y educadora popular. Trabajó en el Centro de Estudios de la Federación Judicial Argentina y fue capacitadora de la ley de Educación Sexual Integral durante el 2014 y el 2015 en la Zona Norte de Buenos Aires. En el 2014 capacitaron a los docentes de los secundarios públicos y privados, laicos y confesionales. Estuvieron todos los docentes convocados y fue un acuerdo entre la provincia de Buenos Aires con las autoridades de ESI, que es el área encargada, según la ley, de capacitar a los docentes. “Yo soy docente y el Ministerio de Educación de la Ciudad hace cualquier cosa en relación a la educación sexual integral, convenios con ONG y la Iglesia, que trabajan contenidos que no son los curriculares que por ley están establecidos”, advierte Castellani.
En una entrevista realizada meses atrás a la psicoanalista Martha Rosenberg, quien coordinó durante 6 años el equipo de talleristas de Educación Sexual, y desde 2008 trabajó en el Programa de Sensibilización de Docentes para la Implementación No Discriminatoria de la Educación Sexual Integral, “uno de los puntos clave es la capacitación para los docentes, ya que al ser inexistente, ellos transmiten lo que ya conocen, que es una cultura sexual machista que favorece la sexualidad en la medida en que sea monogámica y reproductiva”.
LA PRÁCTICA
Paloma Fernández está al frente de la materia Espacio de Definición Institucional (EDI) y forma parte de la Secretaría Académica del colegio privado El Taller, ubicado en el barrio porteño de Boedo. Fernández cuenta que, aunque no es obligatorio, se dan clases de educación sexual dentro de materias como biología, educación cívica, psicología social y sociología, en donde también se trata la temática violencia de género. Los docentes, por su parte, no reciben capacitación especial en el área sino que reproducen lo que dice la bibliografía proveniente del Ministerio de Educación de la Ciudad, que utilizan como herramienta de trabajo, y lo que ellos consideran pertinente en base a sus creencias. Al margen de esto, no se realizan talleres externos ni charlas con especialistas. Con respecto a la respuesta de los chicos, Fernández asegura: “Fueron ellos quienes pidieron tratar la temática tanto de violencia de género como de sexualidad”.
Por otro lado, en el Instituto Santa Cruz ubicado también en el barrio de Boedo, que forma a los alumnos “en la Fe, comunión y servicio”, Pablo Clavero, secretario del secundario, cuenta que sí es obligatorio el tema de educación sexual tanto como el tema de las adicciones, y que están marcados como “ejes transversales”. De la misma manera que en el colegio El Taller, se trata “cierto contenido” sobre estos temas en algunas materias, como por ejemplo en biología. En este caso reciben visitas de distintas ONG, pero no para los alumnos sino para padres y docentes. Estos, por su parte, reciben una capacitación especial en paralelo y también trabajan con el material bibliográfico que provee el Ministerio de Educación de la Ciudad.
“Si los profesores no nos ponemos las pilas en los colegios la ESI no se da. Y es muy difícil llevarlo a cabo, porque la mayoría de las veces son talleres extraprogramáticos y no los pagan, porque a los directivos de las instituciones no les interesa”, acusa Castellani, y agrega: “La ESI propone cinco ejes con los que se trabaja en las capacitaciones y luego los docentes en cada colegio: reconocer las perspectivas de género, respetar la diversidad, valorar la afectividad, ejercer nuestros derechos y cuidar el cuerpo y la salud. Hoy en la práctica casi no pasa”.
En una encuesta realizada por Laura González Velasco, educadora y referente de Libres del Sur, se destacó que de 200 jóvenes que cursaron la escuela secundaria en vigencia de la ley en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 7 de cada 10 recibieron alguna clase de Educación Sexual Integral durante la escuela secundaria, pero el 63% recibió menos de diez horas cátedra.
EL PAPEL DE DIOS EN LA EDUCACIÓN SEXUAL
Según la socióloga María Fernanda Domínguez, profesora de la Universidad de Buenos Aires de la materia sociología, “el cuerpo tiene como función sexual procrear, comunicar el amor y donarse a otros (en tanto don de Dios). Nunca se lo asocia al deseo o al placer, marcando así una oposición entre cuerpo y placer”. Uno de los elementos más controversiales y cuestionados por la Iglesia Católica de la Ley de Educación Sexual fue la perspectiva de género. Esta disconformidad presupone un rechazo a cualquier enfoque que difiera de un orden que se considera eterno y natural. Respecto a este punto, Domínguez señala: “Resulta amenazante para el pensamiento religioso fundamentalista que tiende a equiparar el orden natural con el divino y el social”.
Mariano Michaud, ex sacerdote, grafólogo y docente de filosofía intenta fundamentar estos puntos, explicando que en los colegios católicos ante todo se plantea el “orden natural básico”, que es el conocido: hombre más mujer igual hijos. “La iglesia católica cree que solo el hombre y la mujer pueden tener hijos y que la unión homosexual no es la natural, aunque no se juzga a nadie; la persona en su conciencia se arreglará con Dios. Pero en la teoría del género la iglesia opina que no son todas iguales y válidas las opciones”. Y continúa: “La iglesia católica predica que la educación sexual ante todo la dan los padres y que son ellos los primeros responsables. Por eso es que los colegios católicos no pueden ni deben ponerse por encima de su voluntad. Primero se consensúa con los padres sobre qué tipo de educación les quieren dar, o hasta dónde llegar con la información”.
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