La historia detrás de los exiliados del país sudamericano por el mundo, en un momento inédito de la historia.
Por Alejandro Olaechea
La herida del venezolano que se fue de su país se ve acentuada con la pandemia mundial que está afectando a cada rincón de los continentes. A los que están lejos, los que están incluso solos, se les suma nuevas preocupaciones y retos con este virus, porque más difícil que luchar contra este suceso, es hacerlo con la familia lejos y a veces, pendiendo de un hilo económico para sobrevivir.
En España, donde la situación se convirtió incluso más complicada que en la propia China, donde se originó el COVID-19, hay muchos venezolanos exiliados, migrantes. Leonardo Ferrini, de 29 años, que vive actualmente en Aranjuez, un pueblo a 45 minutos de Madrid, está en una situación de zozobra. Leo trabaja en el sector de la construcción, pero como muchas personas en ese país, ha podido conseguir un sustento sin lograr tener un contrato que le asegure un puesto en la empresa. Trabajo en negro como se le conoce. Su pago es diario. ¿Esto qué quiere decir? Él debe asistir a su jornada laboral para poder cobrar su dinero.
Vive en una habitación junto a su esposa Laura. Ella trabaja de interna, cuida a una persona mayor. En España está decretado el alerta de emergencia mayor y solamente se puede salir a realizar compras de alimentos, medicamentos o pasear a alguna mascota.
El sentimiento en general es de incertidumbre, se espera que para comienzos de abril lleguen los picos más fuertes de afectados, todo indicando que esta alerta pueda convertirse en un toque de queda, en la que ni siquiera se pueda salir a comprar comida. Sin embargo, los ciudadanos han tomado conciencia, debido a la gravedad del asunto, y se ve reflejado en la calle, adonde salen exclusivamente si es necesario.
“Es difícil, mi esposa Laura no está conmigo. Le ha tocado hacer cuarentena con la persona que tiene a su cargo. De una manera, podemos verle el lado positivo por el tema laboral y económico de nosotros, porque sigue generando. Yo les ayudo haciéndole el mercado a ellas, obviamente tomando todas las medidas que esto amerita: guantes, tapabocas, alcohol en gel…, pero por mi parte es muy crítico, pues mi trabajo requiere la presencia diaria, y más trabajando en negro. Así que estamos parados en ese sentido, sin generar ingresos. El que pudo ahorrar está aguantando, pero el que no, se la está viendo difícil. Por ejemplo, si no estuviese con Laura, no tengo la menor idea de cómo podría haber hecho para poder sobrevivir a esta situación. Realmente estaría muriéndome de hambre y con mucho menos para poder pagar la renta del lugar adonde nos hospedamos”, explica Leo Ferrini en relación a cómo sustentar o aguantar este golpe, económicamente.
Ellos no cuentan con algún familiar directo en el que puedan apoyarse por esas latitudes. Leonardo tiene un amigo de la infancia a 15 minutos de su casa, que es lo más cercano a un familiar, pero no pueden siquiera verse.
“A esta altura todavía hay empresas abiertas. Incluso, en la que estoy trabajando, un compañero que está de manera legal fue casi amenazado por el jefe con la premisa de que lo que pase con su trabajo es cuestión de lo que él decida. Es decir, si quiere seguir en la empresa debe seguir asistiendo a trabajar, si no obviamente habrá consecuencias”, alerta Leo con respecto a que aún sigue habiendo circulación de gente, que no debería estar en la calle porque no es de prioridad.
Por ahora la situación se está llevando telefónicamente con los sistemas de salud. Te preguntan si tienes un síntoma grave de lo contrario no se va más a fondo en el tema. Te piden que te quedes en casa y nada más. En los hospitales, los respiradores escasearon al punto en que ya era cuestión de criterio saber quién lo necesitaba o quién no. Prácticamente, dictar quién vive y quién muere. Incluso ya morir se ha vuelto en algo complicado, porque no se pueden llevar a cabo servicios funerarios, ya que nadie puede estar en la calle.
“Algo que me parece súper increíble es que todos los días a las 8 de la noche en punto aplauden a los médicos desde los apartamentos y cada tanto pasa una patrulla de la policía con música a todo volumen como para tratar de generar esperanza en las casas. Son momentos de fragilidad emocional”, dice Leonardo tratando de buscar algo positivo a lo que se vive en el país y obviamente en el mundo.
También en la península ibérica, precisamente en Cascais, Portugal, está Issrrael Márquez (34 años) otro venezolano regado por el mundo. Este país declaró emergencia el 14 de marzo.
Portugal ha sido de las naciones donde el impacto ha sido bajo, comparándolo con Italia o España. Las medidas fueron paulatinamente actualizándose desde aquel llamado de emergencia, de acuerdo a como se fue desarrollando el tema COVID-19. No han sido tan estrictas. Medidas obvias: centro comerciales, lo que involucre concentración de personas (teatro, cine y espectáculos deportivos), sin embargo hay muchas empresas privadas que siguen activas.
“Yo estoy trabajando desde casa, pero esto comenzó recién el 23 de abril. Aunque seguro otras empresas que puedan dedicarse a lo mismo que nosotros, o algo parecido. Están trabajando con personal in situ”, comenta Issrrael. “Siento que desde Portugal han pasado dos cosas: primero que este país es de una economía muy sensible o vulnerable si se quiere, que vive bastante del turismo, por lo menos en los últimos años, con lo cual el gobierno está prestando mucha atención en ese foco. Y otra situación es que la gente acá es bastante cívica, muy particular y esencial en este tipo de casos”, agrega.
Probablemente el gobierno portugués no tarde mucho en vigorizar las medidas preventivas, pensando en que las calles se puedan quedar aún más solas de lo que están. De hecho, no se permiten viajes interestatales.
Por otra parte, Issrrael Márquez asegura: “Creo que tengo suficiente comida y tolerancia como para aguantar quizás un mes más en casa, sin entrar en pánico… en lo personal este momento a nivel global trato de llevarlo con mucho sentido común, tratando que la paranoia no consuma mis actos racionales y tratando de ser cuidadoso, maximizando las reglas de higiene. El momento lo estoy viviendo atento, tranquilo, pero curioso y pendiente del día a día”.
En cuanto a su status actual señala, Issrrael señala: “Mi ritmo productivo afortunadamente no ha parado, pues como comentaba, sigo trabajando desde casa. Si llegase a parar, probablemente pueda aguantar un mes más, después de ese tiempo no tengo contingencia. Acá estoy solo, soy un emigrante solitario, mi familia está en España, salvo mi madre que sigue en Venezuela. Todos en constante comunicación, pues a pesar de la distancia, debemos permanecer conectados”.
Podemos seguir el viaje y venir al Continente Americano, irnos al norte, encontramos personajes parecidos, realidades distintas. En Canadá se vive una especie de semi-cuarentena, así lo ha definido Pedro Ramos (28 años), otro ciudadano venezolano residente en la ciudad de Burlington.
Los establecimientos, en la ciudad donde vive, están abiertos solo los esenciales: mercados, bancos, farmacias y, lo demás, cerrado. “El día a día es extraño, aun se ve gente en la calle, tratando de buscar normalidad dentro de toda la zozobra…vas a los mercados y percibes varias caras de la situación: gente cuidándose hasta el más mínimo detalle y otros que prácticamente no prestan atención a las medidas esenciales para no contagiarse y tampoco contagiar a los demás”, dice Pedro.
La gente parece no entender la gravedad del asunto y se ven grupos grandes en la calle, en comunión, familias. Casi polarizada la sociedad, no parece haber una lógica en grupo y que todos estén guiando el barco hacia un mismo lugar. Cada quien en lo suyo.
“No se ha mencionado un toque de queda como tal. Sin embargo no descarto que pueda pasar porque la magnitud de las medidas han ido escalando y obviamente pudiese ser una opción en cualquier momento”, añade.
Pedro está solo en Canadá, su familia prácticamente regada por el mundo: por Colombia, Venezuela y Chile. Él sabe que de llegar a suceder una cuarentena total, lo primero que debe tener en cuenta es asegurar las provisiones necesarias, enfatizando en la comida, obviamente.
Otro caso como los que hemos nombrados es el de Rodrigo Cáceres, venezolano, ya con 5 años de haberse establecido en Santiago de Chile, atraviesa el escenario de cómo es el vivir el COVID-19 lejos de su patria. Él ha estado cumpliendo cuarentena por más de dos semanas, y la empresa para la que trabaja le trasladó sus funciones a hacerlo desde casa, el conocido “home office”.
“Afortunadamente puedo seguir mi trabajo desde casa, donde puedo resguardarme y acompañar a mi esposa e hijo en estos momentos tristes que se viven mundialmente”, comenta Rodrigo.
En Chile es bastante delicado como se está llevando la pandemia. Es de los países que le ha puesto un precio máximo por decreto a las pruebas de coronavirus en los laboratorios. Si bien en las instituciones estatales es gratis, en el sector de medicina prepaga se ha llegado a pagar hasta 60 mil pesos chilenos.
“Para mí lo más importante es que mi familia esté protegida y podamos salir adelante con este problema de salud que ha afectado muchas partes del mundo… Desde acá rezamos también por Venezuela, porque sabemos lo que son las condiciones de salud allá y queremos estar presentes así sea de lejos”, sentencia.
Historias que de una manera u otra reúnen las mismas características en la mayoría de los venezolanos regados por el mundo, y es la frustración de pasar momentos tan duros, lejos de casa.
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