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ES LA LIBERTAD, HIGUI, LA LIBERTAD


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A un año de su detención, Eva Analía de Jesús, espera su absolución. Mató a una persona en defensa propia. Pasó ochos meses en prisión tras un investigación viciada y parcial.

Por Tito Villar y Leonardo Toccaceli

El Día de la Madre se festeja el tercer fin de semana de octubre. En ese día, que las empresas de telefonía instan a regalar celulares último modelo, se homenajea a las mujeres que pusieron el cuerpo para poblar la tierra. En el 2016 se festejó el 16 de octubre. Higui, Eva Analía de Jesús, va a recordar esa fecha el resto de su vida. Ya pasó un año desde que el homenaje se convirtió en castigo.
Higui fue víctima de un intento de violación grupal en el que mató a uno de sus atacantes. Estuvo ocho meses presa, hasta su excarcelación en junio de este año. Hoy espera el juicio oral. De no ser por la difusión que tuvo el caso, Higui podría ser una olvidada más por el sistema judicial.
María del Carmen Verdú, abogada y referente de la Coordinadora contra la Represión Institucional y Policial (Correpi), siguió de cerca el caso. “Los responsables de garantizar los derechos procesales violados a Higui son tanto el fiscal, que instruye a la policía desde que recibe la noticia críminis, como el juez de garantías, que convalidó una instrucción totalmente viciada y validó la prisión preventiva”, explica.
Para esta fecha el año pasado, Higui visitaba a su hermana Mariana en el barrio Lomas de Mariló, en San Miguel, conurbano bonaerense. Fue a festejar en familia y al final de la jornada fue a saludar a un amigo que hace rato no veía. En la casa de su amigo estaba de visita el cuñado de este. Cristian Rubén Espósito le decía por lo bajo: “Puta, Tortillera”. Comenzaba a ponerse agresivo. Higui es lesbiana; es lesbiana y “tiene levante”, suele decir una de sus hermanas, y eso molesta, mucho. Para evitar problemas decidió despedirse de su amigo y volver para su casa en Barrufaldi, otro barrio del municipio.
Higui no llegó muy lejos. Se la comió la oscuridad del pasillo que conectaba el fondo de casa con la calle. Conocía muy bien el barrio, vivió ahí hasta que no pudo soportar las agresiones que recibía por ser lesbiana. Se mudó. Cada vez que volvía a visitar a su familia andaba con cuidado. Eran las 9 de la noche. Estaba sola en un barrio que no la quería ahí. La estaban esperando. Al grito de: “Sos una puta. Te voy a hacer sentir mujer. Te vamos a empalar”, Espósito la tiró al piso de un golpe directo a la cara. Con él había nueve tipos más. Todos listos para sentirse “hombres” y hacerla sentir mujer. Higui sabía que visitaba la boca del lobo, estaba preparada para defenderse. Entre la golpiza y mientras Espósito le bajaba los calzoncillos para violarla, sacó una navaja que tenía escondida entre las tetas y dio un solo puntazo, preciso y fatal. Ella se desmayó, él se murió, los otros huyeron.
Cuando la policía llegó, Higui seguía inconsciente, pero ya era culpable. La investigación está marcada por irregularidades. Verdú agrega: “En lugar de trasladarla a un hospital para ser atendida y que se llevara a cabo el protocolo de estudios para asistir a una víctima de un ataque sexual, fue metida en un calabozo, imputada por el homicidio”. Además en el acta policial no se consignaron las evidentes lesiones traumáticas que a simple vista se veía que tenía Higui en las fotos que se viralizaron por redes sociales; ni que estaba inconsciente hasta que le alumbraron las pupilas con una linterna, según su testimonio; ni que tenía la ropa, en particular pantalón y bóxer, destrozados por el intento de violación. La ropa que vestía, que debidamente peritada hubiera permitido encontrar rastros biológicos de sus atacantes y hubiera corroborado su relato del ataque múltiple, no fue preservada para garantizar que no hubiera contaminación, no se respetó la cadena de custodia y hasta estuvo perdida un tiempo, según denunció la defensa de Higui. 
Para la representante de la Correpi “esas no fueron simples omisiones del personal policial, fue un deliberado esfuerzo para distorsionar lo ocurrido”. Cuando Higui relató los hechos ante el fiscal, este no extrajo testimonios para investigar el abuso sexual simple consumado y la tentativa de abuso sexual agravado. En cambio, escuchó “como testigos de cargo a integrantes de la patota que la atacó”.
En junio de este año, bajo la defensa de su anterior abogada, Raquel Hermida Leyenda, Higui recuperó su libertad después de ocho meses. En el penal de Magdalena les gritó de alegría a sus compañeras: “Es la libertad, chicas. La libertad”. Hoy espera el juicio oral. Tanto su abogada actual, Gabriela Conder, como la anterior, y sus familiares prefieren guardar silencio. Los medios pocas veces son de ayuda.
“La parcialidad hacia lo hétero-normativo no es exclusivamente policial. Todo lo que hace la policía a partir de que se informa al fiscal un hecho lo ordena el fiscal, y es supervisado por el juez”, desarrolla Verdú. La policía “pone su granito de arena en la forma en que transmite la información, pero el fiscal bien hubiera podido ir a la comisaría, ver a Higui y ordenar el inmediato traslado a un hospital para ser asistida médica y psicológicamente”. Se decidió de manera “infundada convertir la aprehensión en detención”. Estas son “decisiones en las que el fiscal propone, pero define el juez”.
Hoy Higui es uno de los emblemas del movimiento de mujeres. Si bien su defensa logró la excarcelación, la justicia sintió la presión de las numerosas marchas en su nombre. En las pancartas y las redes sociales cambiaron el pedido de “Libertad” por el de “Absolución”.


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