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FERRO CAMPEÓN NACIONAL 1984: UNA FIESTA MANCHADA POR LA VIOLENCIA


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El equipo de Carlos Timoteo Griguol conquistó hace 36 años su segundo título en Primera División. Fue ante River, cuya barra no se bancó la derrota y prendió fuego los tablones del estadio de Caballito. Partido suspendido y vuelta olímpica incompleta para Oeste.

Por Alejandro Doldán Sánchez

Transcurría 1984 en Argentina, el primer año en democracia tras finalizar la más sangrienta dictadura militar de la historia del país. El 12 de enero el presidente electo Raúl Alfonsín daba su primera conferencia de prensa; el 13 de febrero fallecía el escritor Julio Cortázar a la edad de 69 años; el 16 de abril se fundaba la Comunidad Homosexual Argentina, primera ONG de minorías sexuales nacional; una semana más tarde, el entonces presidente de la CONADEP, Ernesto Sábato, recibía el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes. 

En ese contexto de liberación política, social y cultural, el miércoles 30 de mayo en Caballito, Ferro coronaba un lustro de éxitos institucionales y deportivos consagrándose campeón del Torneo Nacional al vencer en la final a River con un global de 4-0. Detengámonos aquí. Se suponía que la definición debía ser una fiesta, pero no se pudo dar debido a incidentes provocados por la hinchada visitante. 

Seis días antes se había jugado el partido de ida en el Monumental. Por un lado, estaba el conjunto de Núñez bajo la conducción del uruguayo Luis Cubilla y con grandes estrellas como Neri Pumpido, Enzo Fancéscoli, Américo Gallego y Norberto “el Beto” Alonso. Por el otro, los dirigidos por Carlos Timoteo Griguol, sin jugadores de demasiado renombre por ese entonces, pero que conformaban un equipo sólido cuya base había obtenido los dos subcampeonatos de 1981, el título Nacional del ’82, y que había sido uno de los principales animadores del Metropolitano ’83. A pesar del ninguneo de la prensa hegemónica y de la extrema confianza de los locales por su plantel e historia, poco le tembló el pulso a la Locomotora del Oeste a la hora de golear 3-0 al Millonario. ¿Los goles? Adolfino Cañete, Hugo Noremberg y Alberto Márcico de penal. Fue tal el despliegue de buen juego, que le valió el título Ferro inolvidable en la portada de El Gráfico del martes siguiente.

Con semejante ventaja, el Verdolaga encaraba con mucha tranquilidad el partido de vuelta. “Llegamos con mucha confianza a la revancha en Caballito”, recuerda Alberto el Beto Márcico en diálogo con ETER Digital, sin duda la máxima figura de ese plantel. “Teniendo una diferencia de tres goles y con un equipo tan equilibrado, ordenado y corredor, era muy difícil que nos lo dieran vuelta, más allá de los nombres”.

La noche del miércoles 30 en el estadio Ricardo Etcheverri arrancó con las tribunas colmadas de hinchas locales preparados para festejar al finalizar los 90 minutos, y con una parcialidad de River que se aferraba a la efímera esperanza de una remontada. Ya en el inicio, apenas unos instantes después del pitido inicial, Ferro reafirmó su superioridad futbolística con un gol de cabeza del paraguayo Adolfino Cañete tras recibir un centro de Carlos Arregui. Con un 4-0 en el global, la firmeza táctica y técnica del conjunto de Oeste, y la desesperación y desorden del Millo, el asunto estaba prácticamente liquidado.

  Transcurrían 25 minutos del segundo tiempo y el marcador seguía igual. Tanto el equipo como los hinchas ya saboreaban la obtención de un nuevo título. A lo largo del cotejo, desde la tribuna visitante habían bajado algunos “No la dan, la vuelta no la dan…”, pero que no habían pasado a mayores más allá de ciertas tensiones. Sin embargo, a falta de poco menos de un cuarto de hora, el árbitro Teodoro Nitti decidió darlo por finalizado. ¿Por qué? Un grupo de seguidores de River encendió una fogata en los tablones de las cabecera que daba a la calle Martín de Gainza y comenzó a lanzar proyectiles al campo de juego al canto de “Despacito, despacito, despacito…/ les quemamos… Caballito”.

Con un ineficaz operativo policial que no logró evitar los incidentes, la situación inmediatamente se salió de control. Casi toda la hinchada local invadió la cancha. Mientras una parte intentaba con poco éxito celebrar la obtención del campeonato con el equipo, otra se agolpó en la cabecera del campo para enfrentar a los fanáticos de Núñez, quienes no conformes con estropear los festejos, extendieron los destrozos a otras instalaciones del club y negocios aledaños. Hubo un total de 40 detenidos: todos de River.

Los festejos se postergaron para el siguiente partido, contra Chacarita por el Metropolitano, pero ya no era lo mismo. “No pudimos dar la vuelta olímpica como queríamos”, se lamenta Márcico. “Eso fue muy triste: no poder celebrar con nuestro público como en el ‘82”.

Ferro salió campeón por segunda vez en su historia goleando y jugando muy bien al fútbol, con un equipo firme con la mayoría de sus jugadores salidos de las inferiores. Sin embargo, la conquista del título se vio opacada por los disturbios llevados a cabo por un grupo de hinchas rivales que no soportaron ver cómo un club de barrio aplastaba categóricamente al suyo, un equipo grande y plagado de estrellas. El 30 de mayo de 1984 fue el día que pudo ser la fiesta deportiva que se merecía el pueblo de caballito, pero que terminó en un hecho de violencia.


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