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La escuela con perspectiva de género que forma a mujeres indígenas


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La abogada especializada en derechos humanos y género, Heidi Canzobre, finalizó su labor como coordinadora regional de ONU Mujeres en la Amazonía ecuatoriana, y explica cómo se pudo crear Antisuyu Warmikuna, la escuela con perspectiva de género que forma a mujeres indígenas para fortalecer su participación en políticas socioambientales.


“Estudié abogacía y me especialicé en derechos humanos. Al ver las distintas poblaciones vulnerables dentro del tema de Derechos Humanos, de repente con mujeres me encontré con un elefante en medio del cuarto, de un tema que en ese momento todavía no tenía la visibilidad que tiene hoy día”, recuerda Heidi sobre sus primeros pasos en un diálogo distendido.

Quizá la violencia machista fue su puntapié inicial en la militancia, entre congresos de género y encuentros nacionales de mujeres. “El tema de la trata fue algo que me interpelo mucho, que hoy en día tengamos a mujeres y niñas secuestradas para ser prostituidas, me parece el peor infierno que se le puede ocurrir a cualquier persona. ¿cómo podemos estar permitiendo eso?”, reflexiona la abogada con cierta desazón.

– Me gustaría que pasemos a tu último trabajo, específicamente en ONU Mujeres. ¿De qué se trataba el programa en el que colaboraste?

– Estaba a cargo por parte de ONU mujeres, dentro del programa ambiental PRO AMAZONIA, ejecutado por el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), que busca prevenir la deforestación. Nuestro trabajo con género es esto que llamamos transversalización, meter la mirada de género dentro de las políticas ambientales, para buscar que esto después no vaya en detrimento de los derechos de las mujeres.

Heidi Canzobre en la Universidad Regional Amazónica Ikiam.

– ¿Por qué las políticas ambientales podrían tener un impacto negativo en cuestiones de género?

– Se ha estudiado que si las políticas ambientales no tienen en cuenta las desigualdades preexistentes, terminan teniendo un efecto negativo sobre las relaciones de género en un determinado lugar y dejaría a las mujeres en una situación peor de la que están actualmente. Nuestro trabajo era garantizar la participación y abogar por el empoderamiento de las mujeres, para que tengan un efecto positivo en lo que se aplica al programa y a su vez ayude a la comunidad. Ya que se sabe que el rol de las mujeres en los distintos niveles de organización comunitaria son las tareas de cuidado, ellas son las que conocen más las necesidades de la familia y por ende las de la comunidad.

– ¿Qué suele suceder si ellas no participan? ¿Cómo son esas situaciones?

–  Lo veíamos cada vez que íbamos a una comunidad, cuando había una partida presupuestaria para asignar a una comunidad y si participan nada más los hombres de esta asamblea en la que se decide en que se va a gastar el dinero, terminan votando que se ponga la plata en una canchita de futbol. Este es el ejemplo más frecuente, ibas a las comunidades y lo veías, un lugar que no tenía acceso al agua, ni recolección de residuos, cosas muy básicas y tenían una cancha que parecía el Maracaná.

– ¿Qué sucedió en el momento en que se empieza a integrar a las mujeres en la toma de decisiones con respecto al dinero que se destina a la comunidad? Si no era una cancha de fútbol ¿en qué destinaban el dinero?

– Las mujeres hablaban de las necesidades de todos los días. Me decían: “es necesario un espacio de esparcimiento, pero también necesitamos un sistema de recolección del agua, para nosotras no tener que estar caminando todos los días muchísimos kilómetros cargando el agua en nuestras espaldas”. Esta tarea suele estar a cargo de las mujeres, se implementó un mejor sistema para esto y también para la recolección de residuos que también suele estar a cargo de ellas. Surgían propuestas que daban solución más a los problemas que tenían día a día, ellas o sus hijos e hijas.

– ¿Cómo lograron que las mujeres participen en la toma de decisiones?

– Se trabajó en una formación, porque hay comunidades indígenas o nacionalidades, como ellas lo llaman, en las que el machismo es muy fuerte y por más de que estuvieran ahí sentadas no hablaban si en el mismo espacio había varones. Entonces era importante darles una formación tanto en género como en política y ambiente, para que cuando participaran fuera de manera formada.

– ¿Esta formación que mencionas es la escuela Escuela Antisuyu Warmikuna? Entiendo que armaron una caja de herramientas para dar respuestas básicas a las soluciones de sostenibilidad y para mejorar la situación socio ambiental. ¿Cómo fue esta experiencia?

Súper interesante lo que nos pasó, esta escuela se formó en octubre de 2019 junto con la CONFENIAE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana). La Confederación era quien tomaba la decisión sobre quienes participaban, ellas estaban muy organizadas. Tuvimos el primer y segundo módulo, estaba pensado que fueran 6 módulos y después nos agarró la pandemia. Entonces tuvimos que cambiar la modalidad de semipresencial a distancia, fue un gran desafío teniendo en cuenta que las alumnas eran de comunidades realmente alejadas, la Amazonía no es un lugar conectado. Ya lo habíamos visto cuando nos juntamos presencialmente, nosotras les pagábamos el transporte que utilizan para venir a la escuela, había algunas que tardaban más de un día en canoa para llegar.

– ¿Cómo sortearon las dificultades de la pandemia?

– Lo tuvimos que organizar de manera diferente, sabíamos que no era un público que podía tener una computadora en su casa para conectarse, lo que sí tenían en general eran celulares. En general todas manejaban Facebook, cuando salen de la comunidad y van a alguna ciudad más cercana, suelen ir a locutorios a conectarse para ver qué pasó en sus redes. Entonces sabíamos que cierta alfabetización y acceso digital tenían, pero no era constante. Así que armamos clases grabadas como audios tipo podcasts para que ellas pudieran escuchar los módulos y los puedan descargar.  También se capacitó un grupo de replicadoras para que ellas pudieran, a su vez, replicar los contenidos en grupos pequeños y prevenir el contagio. Les dimos tablets para que pudieran descargar el contenido a las que no tenían dispositivos.

-Entonces con este grupo de Replicadoras, ¿la escuela se pudo independizar del proyecto PRO AMAZONIA y pueden seguir de forma autónoma?

– Exacto. Hicimos una consultoría para la sostenibilidad a largo plazo de la escuela y que la dependencia del programa tenga un principio y fin, para esto fue fundamental trabajar con la CONFENIAE.

– La escuela se fundó con la idea de formar replicadoras en términos en temas de género y ambiente, ¿cuál será el próximo tema a tratar?

– Algo que surgió de ellas mismas, tenía que ver con trabajar herramientas más concretas para la salida laboral. Muchas de ellas son artesanas, creemos que se le deben dar más herramientas para poder generar sus propios negocios, administrarlos y poder salir a vender sus productos al mercado.

– Para ir terminando, ¿te gusto trabajar en la Amazonia? ¿Volverías?

– Si, si, es una experiencia en la que aprendí mucho, estuve 3 años viviendo en esa región. Es una zona excluida en todo sentido, ni siquiera se conoce en el resto de Ecuador cuál es la situación ahí. Estar viviendo a nivel comunitario, teniendo contacto con ellas, con todas, ver la realidad de la Amazonia fue una experiencia transformadora.


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