¿Cómo se desarrolla la medicina en los barrios populares? Un recorrido por la cotidianidad y el funcionamiento de los Centros de Atención Primario de Salud (CAPS).
Los pasillos de barrios populares intimidan a quienes miran desde lejos. Generan interrogantes para aquellos que se detienen a pensarlos. Casas autoconstruidas por sus pobladores en su gran mayoría se arriman entre sí con la máxima linealidad informal posible. Con escaso tiempo y dinero se proponen levantar sus propias paredes. A veces con materiales que sobran de sus propios trabajos donde ejecutan obras ajenas sin voz ni decisión arquitectónica.
Muchas calles no tienen vereda ni asfalto y es normal correrse y rozar el hombro contra la pared para dejar pasar un auto.
Pero Lucía los camina con naturalidad cuando va a trabajar.
A ejercer la profesión que le demandó varios años de sentarse a leer libros y estudiar para curar personas. Para sanar. La pulsión que la llevó a tomar la decisión de dedicarse a la medicina.
Ella atiende en el Centro de Atención Primario de Salud (CAPS) que está ubicado en el barrio La Vera en Quilmes Oeste.
El lugar luce limpio. Al ingresar, la sala de espera no mide más de tres metros por tres metros. Paredes blancas, sillas negras en forma de U, carteles escritos a mano con información sobre nutrición, y cuidados de la salud en general. Folletos explicativos. Volantes colgando de un hilo de la ventana de recepción que decoran un espacio iluminado por la luz del sol entrando por un ventanal. A un costado, un pasillo de cinco metros con dos puertas de cada lado y una al final. “Esto era un patio”, repite con orgullo Mayra, la directora del lugar.
En el municipio existen 44 CAPS que son los efectores encargados de resolver la demanda espontánea de la población en su área de influencia y de ejecutar los programas de Promoción y Prevención de la Salud. Esta “salita”, como le llaman los vecinos y trabajadores, fue reinaugurada en octubre de 2021 con una obra de refacción integral.
El trabajo de Lucía trasciende al de un consultorio con un escritorio, dos sillas y una camilla. No termina cuando se va el último paciente. Junto a promotoras de salud y, si es necesario, una asistente social se acerca hasta las casas para seguir de cerca tratamientos o evoluciones.
María y su lazo eterno
Cuando llama a la primera paciente, María levanta su cabeza, hace una mueca con su mejilla morena y despacio acerca sus 74 años para saludarla con un beso. Al darse media vuelta, Lucía la acompaña con su brazo derecho sobre el hombro hasta cerrar la puerta del consultorio.
El trato no es igual al de un hospital común y se nota. No está la adrenalina que imprimen esos espacios. La empatía como punto de partida es vital para brindar información, apoyo y consuelo, además de tratamiento.
“Después paso a ver a Gra”, le dice luego de despedirla. Graciela es la “nena” que tiene a cargo. Tiene 64 años y padece síndrome de Down.
Ambas viven solas. Pero con una historia que las respalda.
María y Graciela no son hermanas de sangre. Eran vecinas.
Cuando seis décadas atrás detectaron el síndrome, su madre se suicidó y su padre murió tiempo después.
Los padres de María, en aquel entonces, deciden “quedarse” con ella porque al no tener DNI, querían evitar que ingresara al sistema para no caer en una cadena de adopción y que sea “colocada” en otra familia.
Se casó y tuvo dos hijas pero con el tiempo sus padres y hermanos también murieron. Ellas quedaron viviendo bajo el mismo techo. María se hizo cargo y las cosas no fueron fáciles. Padeció anemia. Necesitó transfusiones de sangre que postergó por no dejarla sola y, aun hoy, hay veces que no come para comprar los remedios de “la nena”.
Graciela está postrada en su cama desde el año 2020. Se cayó, se fracturó la cadera y, al no tener DNI, fue difícil hacer los trámites para conseguir una prótesis para esa cirugía que, pasado varios meses ya no puede operar. La cama la deterioró y hoy se encuentra desnutrida y no volvió a caminar.
“Mary piensa que va a vivir mucho tiempo más”, se resigna Lucía.
En estos sectores salen a buscar a pacientes por medio de Promotoras de salud que tocan puertas para ofrecer ayuda médica por si algunas personas lo requieren para prevenir, reasignar turnos o controlar que no puedan acercarse por propia movilidad.
La mayoría de la gente se acerca cuando se siente mal. Son pocos los que se realizan chequeos para prevención. Muchas veces obtienen turnos y no asisten. Sobre todo los hombres. La mayoría son mujeres las que se acercan. Por eso se lleva a cabo un abordaje territorial.
Alanis y los Rodriguez, una puerta abierta a la violencia
Alanis vive en la Vera y con sus 15 años no puede ver ni escuchar. Padece una parálisis cerebral, se alimenta mediante una sonda nasogástrica que cuelga a un costado de su brazo y tiene montado un “sanatorio y una farmacia en su cuarto”. Lucía se acerca semanalmente con asistentes sociales para seguir de cerca el caso, sobre todo porque sabe que el padre no quiere que la madre se aleje de su hija. No deja que trabaje ni haga actividades fuera de su hogar. La mujer pudo alejarse un tiempo de esa situación aunque aún no lo logró.
Los Rodriguez se acercan a la salita seguido. Son diez personas viviendo en una pequeña casa. Amontonados, tratando de resistir el hacinamiento donde los roces se producen con frecuencia como aquella vez que una integrante de la familia llegó al consultorio con el brazo herido de aceite caliente tras una discusión con su padre.
Situaciones de maltrato infantil se ven seguido en estos lugares.
La Vera es uno de los setenta barrios populares registrados en el RENABAP (Registro Nacional de Barrios Populares).
En el barrio no todo es medicina y empatía con el otro.
Estas zonas están expuestas. El deficitario nivel de acceso a los servicios públicos (cloacas, agua, luz, transporte) limitan a su población.
“Acá las ambulancias no entran. Una vez ingresó una por un pasillo y, por accidente, cortó el cable de luz de un vecino que estaba colgado. Salió furioso a pelear a los profesionales”, ampliaba en su testimonio la directora de la salita.
Los accesos son limitados y los habitantes padecen esa falta de accesibilidad. Son parte de un sistema postergado.
En la Vera, “la salita” cumple un rol social importante más allá de la medicina. Ofrecen el servicio de “Primera escucha” con atención psicológica que tiene mucha demanda en el barrio.
Entre la empatía y la salud. Entre el amor y el hacinamiento, los barrios populares existen, emergen y resisten.
La medicina ayuda a incluir. Y si no, pregunten por la doctora Lucía.
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