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LA MUJER QUE NO SOMOS


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Como objeto, propiedad, producto. Cuál es la mujer que muestra la calle donde ocurren los femicidios. Una lanza de sentido que atraviesa la sociedad y se expresa en la calle.

Por Laura Guarinoni y Sofía Villagra

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“Conviértete en princesa”, dice un blister de maquillajes en la vidriera de una juguetería de avenida Rivadavia. Más arriba, un cartel sugiere la relación entre la cerveza y cinco mujeres de mirada decidida y voraz que posan en traje de baño. Enfrente, un local de lencería exhibe una gráfica con chicas menos que adolescentes jugando a la guerra de almohadas en ropa interior. Una promotora de Volkswagen hipermaquillada y en calzas reparte folletos por Florida. Detrás de ella flamea una guirnalda de cartelitos de oferta sexual. No dicen todos lo mismo pero tienen la misma tipografía, formato, papel: “Adicta al sexo cumple tus fantasías”, dicen que dice Jésica, la de la foto bicolor. Los maniquís de enfrente se parecen a esa Jésica inexistente, en talla, en pose, en tamaño, en distribución de voluptuosidad. Y no se parecen a las otras mujeres, a las reales que circulan por la escena callejera contradiciendo los estereotipos. Gordas, gorditas, flacas, muy flacas, cargadas, cansadas, sobrias, desprolijas, despeinadas, ojerosas, sonrientes, agotadas. Una llora hablando por teléfono. ¿Qué mujer dicen que somos? ¿Con qué imaginarios se nos representa en los mensajes de la calle?
Mejor empezar por el principio: la infancia. A la hora de comprar un juguete, un pantaloncito y hasta un huevo Kinder hay que definir antes si el destinatario será niño o niña. Recién cuando se define el género se abren las opciones de juego, de posibilidades y de gustos. ¿Dónde empiezan estas construcciones? ¿Desde qué dispositivos e instituciones se reproducen y se instalan?
Claudia Laudano dice que la diferencia sexual se marca desde el comienzo de nuestras vidas. Ella es profesora titular e investigadora en Comunicación y Género de las universidades de La Plata y Entre Ríos. “En la escuela, por ejemplo, se presenta el universo de las nenas diferenciado del de los varones, y eso habilita algunas cosas y prohíbe otras, y también figura una construcción de debilidad de lo femenino”, dice y agrega: “Esto es muy definitorio en la construcción de la subjetividad de las mujeres”.
La propuesta de “princesa”, a simple vista, parece proponer una idea de mujer que debe ser bella, suave, femenina, pulcra. Pero ¿para quién debemos ser princesas? Laudano lo explica: “La princesa es para ser mirada por otros, es la mirada varonil la que la va a poner ahí. Esto aporta a la construcción de una representación pasiva de la mujer”.
La violencia suele ser vista como mero golpe y, sin embargo, ese daño parece ser la expresión visible y materializada de otras violencias, la última instancia de un encadenamiento de significados sobre el “ser mujer”, esos que se ven en cada esquina, vidriera, cartel de la calle. “La violencia simbólica es aquella que a través de patrones estereotipados transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer”, explica Laudano.
Este tipo de violencia está citada en la Ley 26.485 de Protección Integral de la Mujer que, a pesar de prever multas por la publicación o difusión de mensajes e imágenes que ejercen violencia simbólica, todavía está lejos de lograr un cambio significativo.

En la calle Florida, atrás de la promotora aparecen dos pibes que pegan más cartelitos. Muchísimos. Uno al lado y arriba del otro. Los pegan sin escatimar. No los dosifican, no los distribuyen, no eligen dónde: toldos, persianas, columnas, puertas, canteros o paradas de transporte.
Según Lucía Nuñez Lodwick, socióloga de la Universidad de San Martín y miembro del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), la presencia de volantes de oferta sexual en la vía pública “creció a partir de la sanción del Decreto 936/2011 que prohibió la oferta sexual en medios gráficos”.
Al parecer, falta mucho para arrinconar a quienes están detrás de estos papelitos, todo indica que son personas involucradas en la cadena de la trata y explotación sexual. No publican más en el Rubro 59 pero abrieron otros canales de difusión. Su creatividad parece ser más rápida que la aplicación de las leyes y sus multas.
“Ezequiel, te digo que estuve en lo de mi mamá, llamala y preguntale”, se escucha que dice la que llora al teléfono. Esto pasa en la misma calle que muestra a una mujer que se puede obtener tomando la marca adecuada de cerveza o que se puede ser comprando un set de maquillajes, o la que puede atraer compradores de autos o aquella que se puede consumir a cambio de dinero. Mujer como objeto, propiedad, producto: una lanza de sentido que atraviesa la sociedad y se expresa en la calle, que es también la misma calle en la que ocurren los femicidios que horrorizan a la opinión pública. Todo indica que no surgen de la nada, se asientan sobre la base de todas estas construcciones y mensajes que representan, enuncian y figuran esa mujer, la mujer que no somos.


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