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La solidaridad como camino


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La Asociación Civil Amigos en el Camino no se resigna a la deshumanización de las personas en situación de calle.


Viernes, de noche

Diego tiene 56 años. Está tapado hasta la cabeza, viejas cajas desarmadas de cartón se transformaron en su colchón. Gorrita negra, campera y pantalón también negros, barba gris. Está acostado en la vereda a dos cuadras del Hospital Rivadavia. Santi le ofrece comida y él se sienta como si se dispusiera para un banquete: dice sí a todo; recibe el guiso, dos huevos, caldo, pan, café y facturas. Luego el kit de higiene que incluye hojitas de afeitar, jabón, shampoo. Dice que vive en Lobos, “Vengo a Capital todos los lunes y martes para hacer rehabilitación”, afirma. Hace ocho meses cruzó por Avenida Libertador y Agüero; “Me atropelló un auto. Bah, yo  lo atropellé”, dice risueño. Perdió una pierna. Luego  intentó suicidarse: “Me descolgaron dos veces”, cuenta. Se le ofrece una de las diez frazadas que tiene el equipo para entregar durante la recorrida.

– ¿Podemos sacar una foto? – pregunta Santiago Díaz Walker, un trabajador de comercio exterior de 44 años integrante de Amigos en el Camino. Todos lo llaman Santi. 

-Como los políticos- dice Diego, irónico, mientras recibe la frazada donada y debidamente registrada por Beatriz Piacentini, abogada, de 54 años, en Amigos conocida como Betty. Luego,  Diego se levanta. Toma sus muletas. “Una me llega hasta las costillas, está rota”, dice.

Pide que consigamos otras, ya que le cuesta mucho trasladarse.

Recoleta es uno de los barrios más ricos de la ciudad de Buenos Aires. Su opulencia contrasta con el desamparo de las personas en situación de calle que duermen cada noche en el piso, resignadas a su suerte. Para mucha gente forman parte del paisaje cotidiano, y se vuelven invisibles. Pero no para todos.  

Hace un año, cada viernes, Betty y Santi hacen una recorrida nocturna por el barrio, asistiendo a más de setenta personas en situación de calle.

Voluntaria y Presidenta

“Lo nuestro es una gota en el desierto, un paliativo”, dice Mónica de Russis, voluntaria y actual presidenta de la asociación solidaria. Y detalla que el 2 de octubre de 2012, un grupo de amigos se reunieron por primera vez para brindar ayuda a gente en situación de calle. Se fueron acercando más y más personas hasta que, después de la pandemia del Covid, se convirtieron en asociación civil.  Explica también que diariamente salen dos equipos, excepto  los jueves que son cuatro. Acercan, cada semana, comida, abrigo, frazadas, calzado y kits de limpieza a  unas mil personas que viven en desamparo. También intentan ayudarlas a salir de la calle y, cuando lo consiguen, las acompañan en el proceso de adaptación. Amigos en el camino difunde sus acciones a través de las redes sociales y  obtienen lo que necesitan a partir de donaciones. “Es un milagro”, dice Mónica. Las donaciones llegan por Mercado Pago o por compra directa a sus proveedores. Cientos de personas colaboran y los siguen. En la actualidad, cuentan con 150 voluntarios  que cumplen diferentes funciones dentro de la organización. Recorren Belgrano, Coghlan, Núñez, Saavedra, Almagro, Balvanera, San Nicolás, Caballito, Villa Crespo, Palermo y Recoleta. 

Los preparativos

Hoy es viernes, Beatriz recoge el guiso a las 7 de la tarde. Lo prepara María Emilia, analista de sistemas. Cuando terminó la pandemia, vio cómo se habían multiplicado las personas que vivían en la calle. Sintió la necesidad de ayudar. Sus guisos,  están preparados con las donaciones que reciben. “Está riquísimo”, dice. Una vez cargado el guiso en el gran baúl del Nissan SUV blanco, nos dirigimos a la sede ubicada en Valentín Gómez 3222, a dos cuadras del Shopping Abasto. Allí  nos  espera Santiago, su compañero de recorrida.  Mónica me entrega la pechera roja que los identifica. “Hoy no solo vas a registrar lo que ocurre, también vas a participar”, dice.  Cargamos en el auto el resto de la mercadería y todos los colaboradores realizan un video de agradecimiento para la empresa que esta semana donó 100 frazadas.

Antes de partir, todos los presentes repiten juntos los lemas de la asociación: “Cambiar indiferencia por amor”, y  “La  calle no es un lugar para vivir ni para morir”.

Primera parada

“Los políticos nos cagaron, nos robaron todo, son todos delincuentes”, dice Juan Carlos. Trabajaba de parrillero en un hotel hasta que la crisis de 2001 lo dejó en la calle. Tiene 62 años, pero parece mayor. “La calle envejece”, dirá más tarde Santi.  Juan Carlos vive en la vereda amplia que se forma en la esquina de Coronel Díaz y Soler. Allí tiene suficiente espacio para su carrito. “Ésta es mi changa”, lo señala. Todos los días camina recogiendo cartones y metales hasta Constitución. Tuvo la oportunidad de recibir un subsidio habitacional, pero no quiso: “¿Dónde voy a estar mejor que acá?”, respondió al ofrecimiento. Los vecinos lo aprecian, algunos le llevan dinero, le permiten higienizarse en sus casas, se acercan a brindar con él a fin de año. Toma un café y luego comienza a armar su habitáculo, su casita, con paredes de cartón, que le permitirá tener un sueño reparador.

Beatriz

A Beatriz la moviliza la vulnerabilidad de las personas en situación de calle. “Estando sola me preocupaba, no sabía cómo acercarme”. En equipo, con la gente de la Asociación, “hago lo que siempre quise hacer”. Siente alegría cuando la reciben con una sonrisa. ”La ayuda no es solamente llevar un plato de comida y asesorarlos, sino generar un vínculo, mirarlos a los ojos, escucharlos con empatía, reconocerlos como seres humanos, como al resto de las personas”.

Las cartoneras

Dos mujeres revisan la basura en Mansilla y Ecuador. Tienen una inmensa bolsa blanca para colocar lo que rescatan. Santiago se acerca y les pregunta si tienen hambre.

– Más o menos.  Recién llegamos- responde Milagros, junto a su suegra. Cuenta que son de Fiorito.

-¿Tenés hijos?- le pregunto.

-Sí, una nena de un año y nueve meses-, dice con una risita refrenada.

 -¿Cuántos años tenés?

– 16

– ¿Y ahora quién la cuida?

– Quedó con mi suegro 

-¿Y el papá de tu hija?

– Está preso, mató

-¿Lo visitás en la cárcel? 

-Sí, pero no diga eso delante de mi suegra, porque no quiere que vaya- dice Milagros bajando la voz. 

Le servimos la comida, le damos barbijos y alcohol en gel. Continuamos la recorrida.  

Santiago

Forma con Beatriz un equipo sólido. Ella organiza la ruta. Cada uno, de acuerdo a la afinidad o a la intuición, elige a quienes acercarse. Le apasiona esa tarea. “Mucha gente que nos ve haciendo este trabajo se contagia y quiere sumarse”. Regresa a su casa a las dos de la mañana. Dice que saber que pudo ayudar a alguien es “la recompensa más grande”.  Entiende que esta situación “merece una solución de fondo, que venga de arriba”. Pero eso no llega. 

Datos oficiales

Los últimos números  publicados corresponden al censo que efectuó el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 2021.  Según esa fuente,  el total de personas en situación de calle al 22 de junio de 2021 era de 2573, de las cuales 1605 dormían en los llamados “Centros de Inclusión”, y sólo 968 en la vía pública. Estos datos se contradicen con la Investigación llevada a cabo por la Universidad de Buenos Aires, que indica que el 85% de las personas rechaza ir a dichos paradores. Prefieren dormir en la calle debido a los robos y a la situación de violencia a las que se ven expuestas en esos lugares. 

Teniendo en cuenta  que Amigos en el Camino recorre 11 de los 64 barrios porteños y ayuda a casi mil personas diferentes cada semana,  se vuelve evidente la inexactitud de los datos provistos. En mayo de 2022, pocos días antes del Censo Nacional, se realizó uno específico para determinar el número de personas en situación de calle en todo el país. Los resultados, por ahora, no se conocen.

Fabián

Barba y cabello gris, entradas profundas, campera verde. Tiene 55 años. Habla pausado.La semana anterior le hicieron llegar un colchón. Al ver a Fabián tirado sobre la vereda de Laprida al 1700, Betty se sorprende: “¡Se quedó sin el colchón!”. Todos bajamos del automóvil.  

-¿Qué pasó con el colchón, te lo robaron?- dice Santi. 

– Se lo llevó la basura- responde Fabián.

Él vive en la calle, a pocos metros de un edificio de departamentos en el que anteriormente vivía con la mamá. “Al morir ella, tuvo un ataque depresivo, psicótico”, dice Santi. Perdió las llaves, se peleó con el encargado  y nunca más pudo volver a entrar a la vivienda. Ya pasaron cuatro años desde entonces.  Ni Santi ni Betty dudan de la veracidad de la historia. Ella quiere ayudarlo desde su condición de abogada. 

-¿Te acordás de cuál es el nombre y el apellido de tu mamá?- pregunta.

Betty anota con cuidado. Le entregamos la comida y también un calzoncillo, medias,  una frazada. Para reemplazar el colchón, le damos un aislante realizado en una cárcel por las personas privadas de la libertad, elaborado con sachets de leche, que funciona como una bolsa de dormir.

-Cuida tus cosas- le indica Santi.

-Eco, eco- acepta Fabián, con una sonrisa.

Rodolfo

“Ahí está Rodolfo”, dice Santi desde el coche, con alegría.  Viste un pantalón Oxford negro. Tiene 38 años, y es oriundo de Chubut. “Interviene la ropa, la modifica, le gusta coser”, señala Betty. Una valija con rueditas lo acompaña. Está apoyado en las rejas de la Iglesia de San Agustín, sobre la Avenida las Heras.   Rodolfo habla con calma, su mirada es amistosa. “Realizo actividades de sacerdocio para la institución Cristo”, agrega: “Leo la Biblia y  colaboro con el arzobispado”. Cuando se acerca Santi con la bandeja de comida, toma de la maleta un estuche de cosméticos. “Tengo un obsequio muy bonito para usted, es un fórmula uno, tiene todo, solo le tiene que reparar el capot”.  Santi lo abre, se encuentra con pedacitos de telas de colores. “Primero arreglalo, un regalo no se entrega roto”, responde en tono cariñoso, Santi.

La salud mental

Mónica de Russis, dice que se siente reconfortada por brindar ayuda pero al mismo tiempo  sufre con el dolor de la gente a la que asiste. “La cantidad de personas con padecimientos mentales es alarmante, es infame, son almitas vagando por las calles esperando la muerte. Nadie piensa en ellas, el Estado las abandonó”.

 Mónica analiza los límites de la Ley de Salud Mental, Ley Nº26.657. Considera  que la ley consigue el objetivo de “desmanicomionizar”, de evitar las internaciones abusivas; pero no contempla a las personas que habitan la calle ya que requiere que den su consentimiento para ser tratadas. “¿Cómo una persona que no está bien, que está desamparada, puede expresar su consentimiento?”, pregunta. 

El último impacto

Un hombre de unos 40 años,  está parado, apoyado en un cartel luminoso, publicitario, en Las Heras y Guido. Viste un saco blanco desgastado y  un vaquero azul  desgarrado de ambos lados. Pelo afro, barba negra larga y ondulada. Muy flaco. Huele a alcohol. Balbucea para aceptar el  plato del guiso ofrecido, el pan, el  huevo y el café caliente. Toma todo entre sus manos con dificultad. Cruza de inmediato la avenida, a  paso lento, sin reparar en el paso incesante de automóviles en la medianoche del viernes. Algunos lo esquivan, otros frenan justo antes de impactarlo. Parece no darse cuenta de nada. Cruza indemne.

La recorrida continuará hasta completar la entrega de alimentos.  En la sede de la asociación se dejarán  las fuentes, los contenedores de comidas, de bebidas, el sobrante de cubiertos descartables, la ropa que no pudo ser entregada. Es la 1:40 de la mañana del sábado. La jornada ha terminado. Regreso a mi casa donde me espera una cama confortable.  


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