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LO QUE EL AGUA SE LLEVÓ

Foto: Carolina Gómez.
Foto: Carolina Gómez.

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Miles de familias de la localidad de 9 de Abril, en Esteban Echeverría, lo perdieron todo durante las inundaciones que golpearon a la provincia de Buenos Aires.  “Volver fue un conjunto de sensaciones encontradas”, dicen.

Por Carolina Aldana Gómez

El agua se llevó todo menos el barro. Mirtha desde hace horas se encuentra arrodillada en la puerta de su casa fregando lo que dejó la inundación. El piso de material no es el mejor aliado, sus piernas raspadas y ensangrentadas lo denotan. Adentro, Sofía se encuentra desinfectando el baño con lavandina. Con un rodete en la cabeza, pasó toda la tarde sacando el agua que quedaba en la casilla. Por la mañana, Madre e hija se encargaron de sacar colchones y muebles al patio para que se secaran. El sol pega fuerte en el barrio de Transradio, y las ventanas y las puertas oxidadas permanecen abiertas de par en par para ventilar todos y cada uno de los ambientes.

A pocos metros, dos chicos de siete y diez años se encargan de darle vida al lugar. Dan vueltas por ahí, contagian su buen humor y, aún así, a su manera, ayudan. La familia Gutiérrez pasó una semana fuera de su casa luego de que el agua lo cubriera todo. Tuvieron que convivir con otras cuatro familias en la planta alta de una vivienda, con un solo baño, totalmente aislados y prácticamente sin comida. “Volver fue un conjunto de sensaciones encontradas”, dicen. Entre la tristeza de haber perdido todo y el indefinible sentimiento de encontrarse con un lugar que ya no lo sentían como propio.

En Esteban Echeverría las inundaciones son moneda corriente. Desde hace más de 20 años los vecinos de la localidad de 9 de Abril se inundan, mínimo, una vez por año. La de esta ciudad fue una de las inundaciones más grandes que produjo en la provincia de Buenos Aires a mediados de octubre pasado, con un total de tres mil damnificados y unos mil evacuados. Un panorama similar se vivió en algunas zonas de La Matanza y Quilmes donde, según datos de la gobernación y del Sistema Nacional para la Gestión Integral del Riesgo (Sinagir), hubo alrededor de siete mil evacuados.

En Esteban Echeverría las inundaciones son moneda corriente. Desde hace más de 20 años los vecinos de la localidad de 9 de Abril se inundan, mínimo, una vez por año.

Transradio, El Gaucho, San Carlos, San Sebastián y San Remo fueron los barrios más golpeados. El Río Matanza desbordó, los arroyos y aliviadores no dieron abasto, y el agua alcanzó el metro y medio, en algunos sectores incluso superó esa altura.

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A las tres de la mañana, el agua había comenzado a avanzar. Con un rosario en la mano, Mirtha se encontraba en la puerta de su casa rezando un padre nuestro. “Imploraba a Dios que el agua no entre a casa”, recuerda, aunque ya sabía lo que iba a pasar. La lluvia no paraba y caía con mayor intensidad. Cuando sintió que el agua le tocaba sus talones, empezó a gritar. Los chicxs se despertaron sin saber qué hacer. Mirtha y su hija más grande comenzaron a levantar todo con desesperación. La heladera arriba de una silla de madera. Utensilios de cocina, ropa y electrodomésticos, todo sobre una cama amurada a la pared. Colchas, valijas, juguetes, bolsas, cajas y lo que podían en los lugares más altos de la casa, siempre del metro y medio para arriba.

Foto: Carolina Gómez.

En un momento, las invadió la desesperación. Sofía y Mirtha comenzaron a gritar. No tenían fuerza para terminar lo que habían empezado. Algunos vecinos salieron corriendo y atravesaron el río marrón que se había formado en la calle para ayudarlas. Toda la madrugada de aquel domingo se la pasaron subiendo los pocos muebles que tenían lejos del agua sucia para dejarlos a resguardo. En el barrio se decía que la Municipalidad estaba pasando casa por casa para sacar a las familias, pero la ayuda finalmente nunca llegó. Las horas pasaron, el agua alcanzó el metro de altura, y Mirtha y su familia se cansaron de esperar. Agarraron las pocas cosas que tenían y se fueron.

El lunes, a las 15, ya había aclarado y la temperatura era de 10 grados o un poco menos. Las mujeres y los dos chicos caminaron a la deriva por las calles del barrio con la ropa mojada y el agua por la cintura. A lo lejos se podía ver una anguila. Más allá, unos adolescentes que improvisaban una balsa con un pedazo de madera, un hombre arrastraba un carro y otro cargaba en sus hombros a su hijo de dos años. Con una mano sostenía una botella de agua y con la otra, una rama larga para evitar toparse con un pozo o una zanja. “¿Te parece que tenga que andar así?”, dijo ofuscado.

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Verónica y Evangelina viven frente a la casa de Mirtha. Conviven desde hace unos años junto a sus hijos y el marido de una de ellas, a quien hace un tiempo le diagnosticaron cáncer. El hombre no puede estar en ese lugar lleno de humedad. Por eso agarró a los chicos y se fue a uno de los centros de evacuados que se montaron en Esteban Echeverría. Las dos mujeres, en cambio, se quedaron allí. Con algo de miedo, las dos se resguardaron en el techo de la vivienda. Una semana estuvieron sin poder salir.

Una semana en la que no pudieron ir a trabajar. Una semana sin ver a sus hijos. Una semana de desesperación las veinticuatro horas del día. Una semana de angustia. El cuerpo en un momento ya no les daba más. Los ojos hinchados de tanto llorar. Las lágrimas se confundían con las gotas de lluvia que les mojaban la cara.

Foto: Carolina Gómez.

Sobrevivir en el techo no fue vivir. Las dos mujeres, madre e hijastra, convivieron solas a la intemperie para poder cuidar lo poco que tenían. Vecinos con un carro y a caballo cruzaban el río que se había formado improvisadamente en las calles de barro, para entrar a las casas que estaban solas y sacar las pocas cosas que les habían quedado.

Con resignación explican: “Este barrio siempre se inunda. Acá a la vuelta asfaltaron las calles hace poco y cada vez que llueve se llena de agua, está todo mal hecho”.

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No llegaron. Nadie fue. Ni Defensa Civil, ni Gendarmería, ni la Cruz Roja ni los Bomberos entraron al barrio El Gaucho, el más afectado por el diluvio en 9 de Abril. Los vecinos no recibieron ni agua, ni comida, ni colchones, ni velas. “Nada”, según relataron. La mayoría se cansó de esperar y se autoevacuó. Otros, sin embargo, se quedaron por miedo a los saqueos. En la zona corrió el rumor de que personas a caballos se encargaban de marcar las viviendas vacías para luego desvalijarlas.

“En mi casa, por ejemplo, entraron 20 centímetros de agua y tuve que llevar a mi familia en un bote hacia la ruta porque nadie nos ayudaba. Ahora vine a cuidar el local porque hay saqueos”, denunció Carlos, frente a las cámaras de la señal de noticias TN.  El hombre, dueño de una pizzería, intentó todo para evitar el drama desde el principio. Al instalar el negocio, elevó la construcción un metro porque sabía que se inundaba. Así y todo durante el temporal tuvo que tirar toda la mercadería por el corte de luz.

Foto: Carolina Gómez.

Las autoridades de la Municipalidad, en cambio, llegaron otros barrios de la localidad. En botes acercaron alimentos y mercadería a quienes no querían moverse de sus casas. El esquema de reparto fue el siguiente según explicaron: “En la primera etapa repartieron velas, espirales, agua y leche. En la segunda, cuando el agua cedió, empezó el puerta a puerta, para repartir alimentos. La tercera, cuando el agua ya no estaba, fue el momento de la lavandina y en la última se entregaron colchones”.

A la gente que no tiene donde dormir, según confiaron, les recomendaron que se acerquen hasta los lugares de evacuación. En el Centro Logístico Municipal se montó una Base de Operaciones para ayudar a los damnificados. Mientras tanto la Secretaría de Salud asistió directamente a la gente, en cuatro puntos ubicados en Moreno y Restelli, Camino de Cintura y Olimpo, y Camino de Cintura y Solís, y Santos Vega.

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Sin embargo, para algunos, las respuestas nunca aparecieron. “Mi marido no tiene trabajo, tenía carro y caballo, pero lo tuvimos que vender para levantar una pieza que todavía no la terminamos. Hace poco empecé a cobrar la Asignación Universal por Hijo, yo era NN no tenía documento, y como no tenía, mis hijas tampoco. Igualmente, la plata no me alcanza.  Cobro 1200 pesos, mi marido no tiene trabajo, yo no tengo trabajo, ¿qué hago con 6 mil pesos? El sinvergüenza te cobra la luz y no tengo servicio desde hace días. Me la cortaron cuando subió el agua y ahora que la necesitamos no la devolvieron. Vivimos pura vela”, relató una mujer de veintitantos, desesperada.

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El tiempo que tardó en desagotar el agua para el Municipio tiene una explicación. En la zona existen seis bombas para drenar el agua. Durante la inundación, sin embargo, solo se pudieron usar tres. Las otras tres fueron imposibles de usar porque no tenían donde desagotar el agua “En un día cayó más agua que el promedio de todo octubre. El Río Matanza desbordó, entonces no había donde desagotar el agua”, declaró uno de los jefes de policía del Distrito.

A LA ESPERA DE ALGUNA RESPUESTA

Susy y Alberto son pareja desde hace 40 años. Hace 21 que viven en Echeverría. Veinte veces se inundaron. Dos veces intentaron vender la casa. Una vez lo lograron, pero después de una gran inundación, tuvieron que volver toda la operación para atrás.

Transradio es el barrio donde durante la última dictadura militar, el Ejército emitía las radiofrecuencias para comunicarse. Allí también funcionó un centro de detención. Susy y Alberto vivieron toda su historia. Vieron pasar “a todos los intendentes” sentados en la puerta de su casa tomando mate y comiendo pan con manteca.

Tras la inundación, la pareja esperó con ansias la llegada de Fernando Gray, jefe comunal del Municipio. Un día llegó. “Bajó de su camioneta cuatro por cuatro, cuando el agua ya había desagotado y dejó de llover”, cuentan. El hombre, actual presidente del PJ bonaerense, recorrió un poco la zona, se sacó fotos, charló con vecinos y se fue.

La pareja sin embargo se quedó. Se quedó “esperando alguna respuesta”. Se quedó inmovilizada, “esperando que alguna Iglesia o alguien trajera algo para comer”.


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