Los excluidos encuentran en la veneración de pares la posibilidad de contar su historia sin intermediarios ni imposiciones.
Desde la conquista, el catolicismo o el poder político y económico reinante —con la religión como herramienta— se trató de imponer una forma de vida y cosmovisión para controlar y homogeneizar a los diversos pueblos que habitaban, y habitan, el continente americano. Los grandes poderosos del mundo lo hacen hasta el día de hoy, también con la religión como bandera de principios y valores, y con instrumentos más sofisticados, producto de la era de la globalización y el capitalismo.
Marina Liberatori Banegas en su trabajo “Antropología de los sentidos sobre el mal, experiencias con santos populares y relaciones sociales en villa La Tela (Córdoba)” dirá: “Los nuevos cultos permiten a las personas crear órdenes morales alternativos acordes a estilos de vida más plurales”.
Todo este proceso de avasallamiento se lleva puesto lenguas, rituales, territorios y pueblos enteros. Pero del otro lado siempre, en mayor o menor medida, siempre encuentra resistencia. Las leyendas populares son un reflejo y producto de la misma. Un relato o creencia surgida de los de abajo. La visibilización de esos santos y su trascendencia esconden o, por el contrario, vislumbran a aquellos que quieren borrar y eliminar.
“El malestar, la inseguridad y la falta de certezas provocada por una mala situación socioeconómica o la falta de respuestas (sanitarias o religiosas) impulsan a mucha gente a buscar ayuda en lo sobrenatural, a reconocer a algunos personajes como símbolos de la lucha contra la injusticia y la impunidad”, dicen Laura Migale y María de Hoyos en “Un breve camino al cielo: los santos populares en la Argentina de fin de milenio”. El Gauchito que retrata Segreti en su libro es justamente eso. Un justiciero. En un Estado Nación en pleno proceso de formación, que definía sus límites, su idiosincrasia y hasta el color de sus habitantes, la resistencia de la que hablamos venía de aquellos que quedaban por fuera de esas nuevas definiciones. En el relato nos encontramos en plena guerra de la Triple Alianza donde las personas afro fueron enviadas en la primera línea a luchar por un territorio que los expulsaba. Sin embargo en uno de los capítulos también encontramos la expresión cultural y religiosa de este grupo que obra en las periferias. La adoracion a San Baltasar, el santo negro o Santo Kambá, muestra también la adoracion a otro santo popular. Fue justamente ahí donde la leyenda propia del Gauchito también empieza a tomar forma. Donde se describe su destreza con el facón, su transformación en yaguareté, y corona con la entrega del pañuelo rojo que empieza a utilizar en su cabeza Antonio y que después lo identificaría como parte de su traje.
Los indígenas también fueron, como sabemos, diezmados. En el libro las fuerzas del Estado representadas en Zalazar y sus hombres organizaban cacerías y violaban en grupos a las mujeres. El Gauchito en una de sus primeras intervenciones, asqueado ante esa masacre y crueldad, decide desertar. Ya se había negado a matar con anterioridad. Los militares no le perdonarían esa traición. Sin embargo fueron esos actos de valentía, de no ir en contra de los propios y de desafiar al orden establecido los que le valieron la adoración de su pueblo. En una entrevista con Camila Jáuregui, licenciada en Comunicación Social de la UNLZ, dirá Segreti: “Antonio es una síntesis del sujeto desplazado, obligado a cumplir con determinadas convenciones y acciones de un Estado que lo necesitaba y, al mismo tiempo, lo detestaba, como por ejemplo participar de la guerra contra los hermanos del Paraguay, o levantar las armas contra los indios, e innumerables tragedias silenciadas de nuestros siglo XIX. Creo que acá es donde radica su importancia, la dimensión colectiva que lo hace distinto: él ama a su pueblo y su comunidad lo cuida”.
La respuesta de un Estado que debería protegerlos es la muerte. La respuesta de la religión que se les impone es la muerte o la subordinación. Como resultado estos sectores buscan ayuda, protección y adoración en otros personajes. La mayoría de las veces —y en el caso particular del Gauchito—, en pares. Personas que conocen el sufrimiento, lo padecieron pero al que le hicieron frente, lo cuestionaron y lo combatieron.
“Sus fieles los eligen porque en ellos se ven reflejados, en tanto sus historias, aún refiguradas, muestran que han sido seres mortales, que pasaron situaciones límites en la vida que los hicieron sufrir, y por haber manifestado un fuerte carácter que los llevó a sobreponerse y seguir adelante, lo que los devotos enuncian como ‘lucharla’. Ven en ellos dones y consuelos para sus almas tristes, afligidas y dolidas por situaciones que son parte de sus vidas”, dice Alejandra Giménez de la Universidad Nacional de La Matanza en su tesis “Te elijo porque en vos me veo reflejado”.
La construcción de estos santos populares tiene que ver no solo con las historias magníficas que tal vez fueron distorsionadas con el paso del tiempo y exageradas para enaltecer la figura del personaje. Sino también se da con la intención de contar la historia de un pueblo o sector humillado y violentado pero que resiste y que no necesita ser definido por los de afuera sino que puede contar su propia historia. Segreti dirá que en la historia de Antonio el robo no es considerado como un delito porque en ese acto hay “una reparación, se reparte el botín y se le quita a los poderosos algo de lo que antes ellos le quitaron a los pobres”.
Aldo Ruben Amigueiras sociólogo e investigador del CONICET en su libro “Religiosidad popular. Creencias religiosas populares en la sociedad argentina”, dice: “En la religiosidad popular hay apreciaciones fuertemente descalificatorias y denigrantes de la misma, que no sólo niegan a los sectores populares la capacidad de generar una cultura propia, sino que, en caso de aceptar su existencia, la consideran una construcción residual de la denominada ‘alta cultura’, o la califican, despectivamente, como una ‘cultura de la pobreza’”
Los sectores populares y excluidos no solo tuvieron y tienen que luchar por su supervivencia sino también por preservar su legado cultural, el de los orígenes y el que surge de esa resistencia.
La Iglesia trató de canonizar a esos santos que les robaban fieles para acercarlos a la fe católica. El mercado capitalista se lleva la imagen del Gaucho para vender remeras o decorar pubs. Hay en estos actos algo de impunidad por parte de los poderosos pero también es el resultado visible de que no pudieron avanzar sobre todo.
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