Quien ha escuchado alguna vez el relato de una violación sintió la indeleble marca de la injusticia. Porque un crimen, incluya o no la muerte de su víctima, acarrea culpas y sensaciones incomprensibles salvo para quien lo ha sufrido. Algunos callan, otros reaccionan. La periodista Miriam Lewin presenta Putas y guerrilleras, libro que escribió junto a su colega Olga Wornat, y que desnuda tabúes aún insertos en nuestra sociedad y desempolva fantasmas de una atrocidad dentro de otra: los crímenes sexuales en los centros clandestinos de detención durante la última Dictadura Militar.
Por Sebastián Vidondo (@DrVidondo)
“La víctima de abuso sexual siente culpa porque cree que facilitó ese abuso”, declara en una charla con alumnos de la escuela de comunicación ETER. “Cada uno tiene su tiempo”, suelta luego para inferir que ella misma tuvo su proceso de asimilación y comprensión que la llevó a poder contar todo. Porque ella es pluma y parte de este libro. El auditorio advierte la tenacidad de sus palabras, que delimitan su carácter combativo y sacan a la luz sus propias heridas de guerra.
Lewin maneja conceptos claros: la “responsabilidad histórica” de dar fe de aquello de lo que fue protagonista es puntal de su discurso, así como el respeto para aquellas que prefieren llevarlo a la tumba, con la culpa como vehículo negador. Ese deber de informar al ciudadano común, aquel que nunca había prestado atención al tema, se ve reflejado en el prólogo de su obra, en el que narra su visita al programa de Mirtha Legrand en 2004. Aquel 24 de marzo en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) se realizaba un nuevo acto conmemorativo al golpe de Estado de 1976 pero ella, sobreviviente a ese régimen de crueldad, prefirió presentarse en la televisión. “Tal vez si lo decía sentada a la mesa de Mirtha todos comprenderían”, son las palabras que elige para describir el episodio en la introducción del libro.
Esa determinación de contar lo que pasó marca un cambio de paradigma, que ella menciona: “Durante mucho tiempo esto se calló y se decía que era para no re-victimizar a la mujer abusada. Luego, se llegó a la conclusión de que no preguntando si querían hablar se las condenaba al silencio, se las re-victimizaba”.
La periodista maneja un vocabulario paralelo al oficial cuando hace referencia al tema, y esto no es menor. No menciona a “militantes” perseguidos o asesinados, sino que habla de “compañeros”, como tampoco describe lo acontecido en “centros clandestinos”,sino que detalla las torturas en los “campos de concentración”, con la carga histórica que esto conlleva. Esto hace más estrecho el relato y sitúa al receptor en un tiempo-espacio que Lewin quiere dar a conocer. Sobre todo para resaltar la fragilidad de todas las víctimas y la “asimetría de poder absoluta” con sus torturadores.
Miriam Lewin sobrevivió a un infierno que se tragó a decenas de miles de “compañeros”. Su libro funciona como un nexo escrito que ayuda a descifrar esas sensaciones que ella y muchas otras llevan marcadas a fuego.
El cuerpo como traición
Una de las autoras de “Putas y guerrilleras” habló sobre los crímenes sexuales de la última dictadura y las consecuencias que dejaron en las víctimas.
Por Eliana Iturrieta (@BuskandoUtopias)
La periodista Miriam Lewin estuvo detenida en la Esma, y sufrió el karma de ser mujer. El karma hacia adentro, porqué su condición de género le imponía el mote de “puta” y “guerrillera”, y el karma hacia afuera, porque el estar viva la convirtió en doblemente traidora: por acostarse con los represores y por delatora.
Lewin no fue la única que sufrió el estigma. Todas las mujeres sobrevivientes de los centros de detención clandestinos pasaron por lo mismo. Muchas aún callan, por vergüenza. “Las sobrevivientes padecimos los mismos prejuicios de los cuales habíamos sido portadoras antes de caer en las manos de la represión”, dijo en una charla que formó parte de la Semana del Libro de Eter. Explica que ella misma, antes de su secuestro, al enterarse de que alguna compañera había sobrevivido a un campo de concentración, lo primero que pensaba era en que había tenido sexo con un represor, negociando así su libertad.
El tema es tabú. Lo fue antes y lo sigue siendo. Un poco por todo esto es que Miriam Lewin, junto con Olga Wornat, decidieron escribir el libro “Putas y guerrilleras”, en el cual narran historias de mujeres que sufrieron no solo el flagelo de perder a sus familiares, compañeros, hijos, sino también al propio cuerpo.
Muchas prisioneras, cuenta Lewin, aún en libertad fueron buscadas, acosadas y atormentadas por sus represores. Esto explica el miedo que han tenido a hablar. Muchas de ellas, incluso, dudan acerca de si han dado un “ápice de voluntad” que las convierte en culpables. Al respecto la periodista destacó: “Aunque la víctima diga que hubo consentimiento, nunca se puede hablar de consentimiento en un campo de concentración, porqué esa mujer depende del represor absolutamente para todo”.
La necesidad de entender lo que pasó
Era 24 de Marzo y Miriam Lewin, sobreviviente de un centro clandestino de detención durante la dictadura y periodista de profesión, estaba sentada en la mesa de Mirtha Legrand. No asistió al acto de conversión de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) al “Espacio Memoria y Justicia”. Ese día, Lewín eligió estar delante de miles de personas que esperan cada día los almuerzos de la famosa conductora. Creyó que debería estar ahí, donde compartiría la mesa con Estela de Carlotto y compañeras de militancia. Durante el programa, Legrand le preguntó a Lewin: “¿Es verdad que vos salías con el “Tigre” Acosta?”.
Por Luciano Vildosola
El “Tigre” era y es Jorge Eduardo Acosta. Durante la última dictadura militar se desempeñó como Jefe del Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA, es decir, tomaba las decisiones en el mayor centro de tortura de nuestro país.
Lewin contestó: “¿Cómo que salía? Muchas de nosotras teníamos grilletes, capuchas y venía un guardia armado y nos decía: ‘Vístase que tiene que salir’. Éramos prisioneras y teníamos arrasada nuestra voluntad. Estábamos en un campo de concentración, no había derecho a nada”.
Lewin dio una charla en las aulas de ETER, en sintonía con la presentación del libro que escribió junto Olga Wornat “Putas y Guerrilleras”. El escrito relata las historias de los crímenes sexuales en los centros clandestinos de detención.
Además, contó como dentro del espacio de militancia se estigmatizó a aquellas que eran abusadas por los militares: “Cuando yo militaba y me enteraba de que alguna secuestrada había sobrevivido, lo primero que pensaba era que había tenido sexo con un represor. Además de putas eran traidoras. Primero traidoras por dar información y luego putas por haber tenido sexo”, confesó Lewin y agregó que “por entonces no podía entender que esa relación sexual no había sido porque la mujer accedía, o porque no podía hacer uso de su voluntad”.
En medio de un aula repleta de alumnos de distintas carreras, Lewin dijo: “Con Olga reflexionamos mucho para que la gente no tome el libro como Mirtha Legrand. El libro surgió como una necesidad, como una urgencia de entender qué era lo que pasaba, qué era lo que nos había pasado como mujeres, como prisioneras”. El libro recopila varios testimonios de sobrevivientes que, como su autora, sufrieron distintos tipos de abusos.
“Durante mucho tiempo esto se calló. Y se llegó a la conclusión que si se le preguntaba se re victimizaba a la mujer abusada. Pero condenándola al silencio se la re victimiza”, aseguró la periodista y agregó: “Hoy la situación cambió en los juicios a los represores (Ver Si querés llorar…). El desafío es tratar los casos de abusos como una causa aparte”.
Además, la periodista reflexionó sobre el tratamiento de los medios sobre los casos actuales de violencia de género: “Cuando uno investiga a la víctima y no al agresor, lo que está haciendo es plantear que ‘por algo será’, de la misma manera que nos pasaba a nosotras en aquella época. Si la prensa pone el foco en destacar que la víctima usaba pollera corta, o un arito, o algo que provocase, se crea esa idea de que ‘¿cómo no le iba a pasar? Si era una atorranta’. Y es muy delicado plantearlo así”.
“Si querés llorar, llorá”
“Los crímenes sexuales durante la última dictadura eran una cuestión no abordada. Si bien con la CONADEP y en el Juicio a las Juntas -1985- algunas mujeres adelantadas en sus pensamientos ya los habían denunciado, no habían tenido ninguna receptividad ni de la justicia ni de la sociedad”, recordó Lewin durante la charla con alumnos de ETER.
Las mujeres secuestradas y abusadas habían padecido todo tipo de prejuicios tanto dentro del espacio de militancia como cuando se denunciaba una violación durante el Juicio a las Juntas: “Como la información no les servía para nada, porque los delitos sexuales prescriben, los jueces tenían la actitud de ‘si querés llorar, llorá’. Recién a partir de que la Corte Internacional de La Haya tomó a los delitos sexuales como crímenes de lesa humanidad, las cosas cambiaron”.
Miriam Lewin hace referencia al “Estatuto de Roma” que se estableció por medio de la Corte Penal Internacional (CPI) con sede en La Haya en 1998 y entró en vigencia en julio de 2002. A partir de los genocidios en la Ex Yugoslavia, país europeo disuelto en seis naciones, y de la Republica de Ruanda, ubicada en África Central, la CPI resolvió calificar como delitos de lesa humanidad a la violencia y esclavitud sexual.
En nuestra legislación, se comenzó a implementar en 2007 con la sanción de la Ley 26.200. “Ahora fíjense que en todos los juicios por lesa humanidad, hay un ramillete de mujeres que denuncia violencia sexual”, aseguró Lewin.
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