Algunas organizaciones feministas encontraron en la consigna #NiUnaMenos un espacio donde renovar la lucha contra la violencia de género.
Por Griselda Marina López
La convocatoria a la marcha #NiUnaMenos para crear conciencia y combatir la violencia de género encontró a muchas mujeres autoconvocadas y también a otras muy organizadas en grupos, con pancartas y arengas que sonaron con la sincronización de un coro. Un ejemplo fue el Círculo de Amigas Feministas (CAF). Los brazos en alto, carteles y leyendas categóricas. “Contra la violencia patriarcal ¡Solidaridad!”, decía la gran bandera lila y una mujer que, en el centro del círculo, empuñaba un megáfono como espada logrando que muchas otras la siguieran.
Pero la lucha es cotidiana. Es un jueves bastante frío de julio. Mariana Camps es la primera en llegar al primer piso de Puán, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en el barrio de Caballito. No tiene el megáfono esta vez sino que espera, sentada sobre una mesa de partido político, a sus amigas de ese Círculo que se fundó hace un poco más de tres años como un espacio para promover la solidaridad entre mujeres. El objetivo de esa reunión en sede universitaria era discutir el Manifiesto contra la violencia de género, un producto del CAF, y ver cómo seguir aquello que había explotado en junio. “La manifestación tuvo un carácter emotivo, básicamente. No surgieron grupos desde abajo que problematizaran la definición de violencia actual”, dice Camps y sin embargo, rescata: “En la marcha se inició un sentimiento de hermandad, el tema ahora es constituir un pensamiento”. Ése es el guante que quiere recoger. “La violencia de género no es un problema de todos y todas. Es ejercida por hombres contra mujeres, hombres que no toleran la libertad de la mujer, su ‘no’ como respuesta”, afirma.
Ocho mujeres de distintas edades y ocupaciones entran, junto a Camps, en un aula vacía a las siete de la tarde y nadie las detiene. Todas consideran que deben ser las mujeres las primeras en definir la violencia que padecen. Atraviesa nacionalidades, etnias, religiones y clases sociales y no se explica por un contexto de violencia social generalizada. Según las chicas del CAF, no hay que esperar respuestas políticas: “No queremos organizarnos simplemente como un factor de presión al Estado porque es una institución ajena y opuesta a la defensa y mejoramiento de la vida de las mujeres y de toda la sociedad”, sentencia la líder Camps. No obstante, el Círculo no vacila en pedir la reglamentación de la ley 26.485 de protección integral de las mujeres. La norma establece la gratuidad de las actuaciones judiciales y el patrocinio jurídico especializado, la protección judicial urgente y preventiva si hay amenazas, la posibilidad de presentar denuncias por violencia en cualquier fuero e instancia judicial, la exclusión del agresor de la residencia común y medidas preventivas como la prohibición de acercamiento del presunto agresor adonde se encuentre la mujer que padece violencia.
Después de #NiUnaMenos algunos medios replicaron casos de hombres asesinados por mujeres y el tema corría el riesgo de banalizarse. El patriarcado es uno de esos términos que resuenan familiares sólo en las cátedras de ciencias sociales o en el seno de alguna de estas organizaciones que se asumen como feministas. Para las integrantes del CAF, la cultura patriarcal lo ocupa todo, desde el piropo aparentemente inofensivo, pasando por la cosificación del cuerpo femenino en los medios audiovisuales hasta llegar a la violencia psicológica o física. Un andamiaje social en el que quedan atrapadas las propias mujeres. “Últimamente tengo sentimientos encontrados porque algunos hombres me han hecho sentir ‘la fea, la gorda, la morocha’ y pienso en que yo también muchas veces me pongo a buscar la aprobación masculina. ¿Hasta qué punto quiero eso y en qué momento eso me cansa? Todo el tiempo me siento tironeada por esas ideas”, confiesa María Paz (19) a sus compañeras.
“Nuestro objetivo es combinar reflexiones con acciones solidarias sabiendo que mitigar la violencia depende de nosotras”, dice Camps. Así, buscan juntar firmas para el Manifiesto, presentarlo en universidades, escuelas secundarias, medios de comunicación al mismo tiempo que corren al auxilio de aquellas mujeres que son golpeadas o violadas por hombres que, en general, integran su mundo íntimo. La palabra fraternal -y no la competencia- sería fundamental a la hora de prevenir o paliar la opresión femenina.
Las Rojas fue otra de las agrupaciones presentes en la marcha del 3 de junio. Son el brazo feminista del Nuevo MAS desde 2006 y cuentan con página web, una publicación digital mensual –La Hoja- y boletines anuales. El sitio web es una interesante puerta de entrada a las teorías de género hasta llegar al ideario que ellas defienden: el feminismo socialista. Las Rojas sí creen en la política como forma de erradicar el capitalismo patriarcal, ése que impone a las mujeres un destino de trabajo doméstico y reproducción de la especie. El grupo se forjó al calor de la campaña por la libertad de Romina Tejerina. En nueve años abrieron locales en Boulogne, La Plata, Ramos Mejía, Chacabuco y en algunas provincias. El 25 de julio inauguraron su espacio en Villa Crespo con una varieté que mezcló arte y política. Con menos de un mes de vida, el local todavía espera la conexión eléctrica.
Inés Zeta es integrante de Las Rojas y se sienta a hablar mientras ceba mate y se preocupa por silenciar su celular. Tiene 39 años, es docente y acaba de terminar el CBC para comenzar abogacía en la UBA: “No es que no haya abogadas pero quería involucrarme más directamente en los casos de violencia que seguimos en la organización”, dice. Se reconoce parte de una agrupación completamente activista: “Las Rojas estamos en todas partes. Para nosotras es importante estar en cada uno de los casos, en lo posible, porque en ellos se juega la vida de una compañera y el conseguir victorias para todas las mujeres”.
En la marcha de #NiUnaMenos se dio un quiebre que a Inés le parece hermoso: La participación de la mujer que viene de lo profundo del conurbano y que es “el último orejón del tarro a la que caga todo el mundo y vive todo el día para los hijos, para cuidar a todos los demás sin que nadie se ocupe de ella, sufre violencia y fue ese día a la Plaza del Congreso con carteles que decían: ‘Yo soy sobreviviente’”. Inés afirma: “Nosotras peleamos por esa mujer, por todas, pero por ella especialmente”. Como buena socialista, quiere dar vuelta todo y que ese “último orejón del tarro” sea quien gobierne la sociedad. Un cambio complicadísimo, en sus palabras, pero necesario porque lo que hoy se vive es una “barbarie”.
Inés prende un cigarrillo, que luego apagará en una lata de atún, para pensar en los ejemplos concretos de ese capitalismo que, a su entender, reproduce el patriarcado. Piensa en Iara Carmona, la joven que denunció a su padrastro policía por violarla sistemáticamente durante cuatro años y que fue absuelto en noviembre pasado por el Tribunal Oral n° 3 de San Martín. Según la militante, eso fue una muestra clara de una Justicia puesta al servicio de la sumisión femenina. La acción directa llevó a Las Rojas a hacer escraches a casi todos los gobernadores del país por abortos no punibles que fueron impedidos y a acompañar a las mujeres, procurando que no se queden en el rol de víctimas. Además, participan en la organización de las fechas emblemáticas del movimiento de mujeres que coinciden con el día internacional (8 de marzo); la lucha por el derecho al aborto (28 de septiembre); la salud de las mujeres (28 de mayo) y el día contra la violencia contra la mujer (25 de noviembre). En 2011, cuando buscaban la sanción del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, confluyeron por primera vez con otras agrupaciones feministas como las compañeras del Partido Obrero, de Izquierda Socialista, del Partido de los Trabajadores Socialistas pero también con algunas sin filiación partidaria como el equipo de Educación Popular de Pañuelos en Rebeldía y el grupo Insurrectas. En sus relaciones no siempre reina el consenso sobre las tácticas pero sí sobre los ideales que persiguen.
Si las integrantes del Círculo de Amigas Feministas denuncian la política y hubieran deseado una participación netamente femenina en #NiUnaMenos, las chicas de Las Rojas confían en el socialismo y vieron con buenos ojos la presencia de los hombres en la marcha. Mariana Camps recuerda el reclamo de algunos compañeros de vida: “¿Por qué no puedo ir a la marcha?” a lo que contestaba: “No es que no puedas ir, yo prefiero que no lo hagas”. Desde otra perspectiva, Inés Zeta afirma: “Hay que saber distinguir qué hombres se sumaron a la concentración. Los compañeros de Neumáticos FATE, por ejemplo, hicieron votar en una asamblea su adhesión y apoyo a la convocatoria y fueron ese día con su bandera de la agrupación 8 de Mayo -Lista Marrón. ‘Ahora voy a decir menos piropos’, se plantearon también. Eso, para nosotras es extraordinariamente valioso”.
Más lejanas, más cercanas, desde el debate de ideas o la acción directa en las calles, las feministas argentinas llegan a un mismo diagnóstico: el patriarcado, esa opresión sistemática de mujeres por hombres, está vivito y coleando y ellas eligieron levantarse para darle pelea.
¿Cómo es ser feminista en la Argentina de hoy? Mi nota: MUJERES CON LOS BRAZOS EN ALTO http://t.co/aJt7P5T9aT