Veintitrés años separan a aquel niño de la chica de pelo cobrizo que el espejo le muestra hoy. “Pasé por cosas muy malas, pero hoy soy feliz”, rescata Lara Sofía Delmoral.
Por Agustina González. Fotos: Daniela Martínez.
Desde los 4 años, la edad que tenía cuando sus padres se separaron, Sofía se vestía, a escondidas, con la ropa vieja de sus hermanas mayores que su madre preparaba para donar. “Lo recuerdo como una situación hermosa de mi infancia”, sonríe. Encontró, sin querer, un lugar donde sentirse segura.
Lara Sofía Delmoral tiene 27 años y es parte del colectivo de personas transgénero en Argentina. Según un estudio de Fundación Huésped y la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de la Argentina (ATTTA), las personas como ella aún sufren de discriminación, pero gracias a la Ley de Identidad de Género su situación mejoró notablemente.
En los primeros años de escuela -vestida con un short que por más que lo intentara no lograba ser pollera- a Lara la dejaban jugar con las cocinitas de plástico rosa y los muñecos que estaban cerca. “Una vez -recuerda con ojos que destellan-, una maestra me dijo que yo era la hija que no pudo tener.” Se le ensombrece el rostro cuando se acuerda de un familiar que rompió a su Pepona preferida. “¡Los nenes no juegan con muñecas!”, fue la explicación. Para sanarla, Sofía la vendó con un rollo de papel higiénico.
Siempre quiso empezar con su transición. La terapia de reemplazo hormonal (TRH) es utilizada en personas transgénero para modificar el balance de hormonas en sus cuerpos y desarrollar las características del género deseado.
Desde mediados de este año se atiende en el Hospital Durand, donde le administran esta terapia y visita mensualmente a una psicóloga. Participa de cada marcha relacionada a cuestiones de género y acude a encuentros relacionados a esta temática. El año próximo empezará la carrera de Psicología en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Solo una de sus cuatro hermanas acepta el camino que eligió. En una ocasión, una de las restantes le sacó de la cartera el DNI con su nueva identidad y lo rompió. “Me pelean porque no aceptan mi transición, les dejé muchas veces las leyes relacionadas a cuestiones de género y rompían los papeles”, cuenta con tristeza.
En la humilde casa en la localidad bonaerense de Burzaco, viste borcegos negros de taco bajo, una calza azul, una pollera negra y una boina rosa que combina con la sombra de ojos color fucsia. Las capas de ropa cubren su figura delgada. Sus movimientos son lentos y su voz aguda emerge con rapidez. “Aunque me hubiera gustado haber nacido mujer, no cambiaría nada porque no hubiera aprendido todo lo que sé”, asegura.
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