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“NO HAY NADA MÁS LINDO QUE PODER DECIR: ‘SOY YO’”


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Su look característico es hecho a mano y se asemeja al de una conductora de programas infantiles de casi dos metros de altura: tutú, moño grande en la cabeza, hombreras, zapatillas, y medias 3/4 que forman parte de un gran e indefinido pompón rosa y turquesa. Inspirada en sus ídolas Flavia Palmiero y Xuxa, ‘Travestísima’, la transformación de Matt Pellegrini, recibe todos los viernes en la puerta a los que asisten a la fiesta gay La Warhol, en plena Avenida Córdoba y les reparte golosinas. Lo que más disfruta es hablar con el público y crear lazos más profundos, consecuencia de su trabajo diario como acompañante terapéutico. Uniendo lo mejor de dos facetas de su vida, ‘La Reina del Cambio’ asegura que le gusta mantener un equilibrio y seguir acompañando a la gente incluso desde otro espacio. 

­— ¿Cómo te definís?

— Como transformista o travesti. No me molesta para nada que se mezcle el “él” o “ella”. Me lo pregunta la gente que viene, no saben bien cómo tratarme. Como se sienta cómoda la persona, estoy abierto completamente.

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— ¿Cuándo decidiste empezar a travestirte?

— Fue pasito a pasito. Arranqué en una fiesta que se llamaba Nacional y Popular. Era un pibe lookeado, maquillado con sombra negra, nada más. Pero para mí era enorme tener eso. Pasar de vestirme normal a esto…  era ‘wow’.  Empecé a laburar esa noche y después hicimos fiesta Munga, y empezó La Warhol.  Mi rol es de entretenimiento. El presentador, digamos. Me da un poco de pudor decirlo, pero sí, soy la cara de la fiesta, me lo dice mi jefe, así que sí. (Ríe)

La primera vez que te viste completamente transformado, ¿Cómo fue?

— Al principio estaba con esa imagen medio andrógina. Era un chico, pero cada vez me iba maquillando más y la ropa se hacía más cortita. Ya no me sentía cómodo, necesitaba ir en aumento.  Hicimos la fiesta oficial de lanzamiento del último CD de Lady Gaga, ‘Artpop’ con el apoyo de la discográfica, y el dueño me dijo que hacía falta alguien que se disfrazara de ella. Me preguntó si me copaba, me dio la plata para la peluca y yo acepté, porque no faltaba mucho tampoco. Así que junté unos caracoles, los pinté, me los pegué en la ropa que iba a usar ese día y aparecí en bombachita, un topcito y peluca rubia. No me animaba a salir a la puerta, me daba mucha vergüenza.

— ¿Por qué?

— Soy muy tímido, y es horrible. Lo sufrí un montón toda la vida, cuando era chiquito odiaba tener que interactuar con gente que no conocía.  Por otro lado tener la coraza del maquillaje, peluca y vestuario esconde la timidez, es una herramienta.

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— Tu vida está atravesada por giros inesperados…

— Al cien por cien. Jamás hubiese imaginado que me podía llegar a pasar a mí. Nunca, eso de estar ahí arriba del escenario y hacer lo que quiero, y demostrar lo que puedo llegar a dar. Ocupar ese espacio en una fiesta. Y cuando se me dio fue increíble. Todavía no lo puedo creer.

— ¿Cómo creés que nos define el cambio?

— Creo que se produce en la cabeza. Aparece esa idea dando vueltas y uno tiene que hacerlo porque lo que está pasando en ese momento no funciona con uno, no cuadra, no cierra, se necesita dar un paso. Después, viene todo el proceso emocional de animarse, que es lo que más cuesta. Por lo general se gana más de lo que se pierde.  Pero por más que te lo digan el miedito se sigue teniendo.

— ¿Por qué creés que vale la pena hacerlo?

— Suena una pavada, pero para poder ser feliz. No hay nada más lindo en la vida que poder decir: ‘soy yo’. Eso que se ve con la transformación entera. A mí me sigue dando nervios salir a la puerta. Y ya estoy hace casi cuatro años haciendo lo mismo, pero es porque todos están viendo lo que soy, es exponerme desde otro lado. Cuando ya estoy ahí, es otra cosa.

— ¿Cómo es ser una travesti en Buenos Aires? ¿La sociedad está acostumbrada o creés que nos falta, todavía?

— Falta un montón. Este año estaba haciendo puerta y charlando con los chicos que hacen la fila para entrar, entonces, pasaron dos mamás con cuatro nenas chiquitas, y las nenas se quedaron observándome con los ojos enormes, como maravilladas de lo que veían, la pureza de los chicos. Una de las madres les dijo que no me mirasen, las tironeó del brazo, y se sentaron hasta el fondo en el colectivo. Dos de las chiquitas abrieron la ventana y sacaron la cabeza para seguir mirándome, entonces las saludé. Escuché que una de las mujeres les pidió que me gritasen ‘puto’ y feo, entonces la nena lo repitió. Para mí fue horrible, porque le estaban instalando en la cabeza que lo que estaba haciendo yo, estaba muy mal, como para insultarme.

— ¿Por qué creés que hicieron eso?

— La gente ataca a la persona que se anima a cambiar, a hacer lo que siente y mostrarse acorde a su imagen. Una vez tiraron gas pimienta dentro de la fiesta, y yo pensé: ‘¿con qué necesidad?’. Creo que la agresividad y el odio son miedo a lo diferente. Miedo a ese cambio y no poder manejar lo que pueda generar en uno. Cuesta soltarse y mostrarse tal cual uno es porque se teme a lo que puedan decir los demás. La mirada del otro inhibe muchísimo y uno se prohíbe un montón de cosas. El ser humano juzga, así que agallas y para adelante, porque aunque a veces cueste, hay que liberarse.


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