Si hay algo de lo que cuesta hablar respecto al sexo, es cuando se lo vincula con adultos mayores, que también son capaces de dar y recibir placer. Hay que derribar barreras y darse cuenta que también son capaces de coger.
Mirta y Norberto López están acostados en la cama. Tienen 75 y 80 años respectivamente. Están casados hace treinta años. Se encuentran callados, uno al lado del otro, viendo el techo. Agitados, sienten su corazón latir muy fuerte. Hace unos minutos estaban teniendo sexo, práctica que mantienen con sana costumbre casi todos los días. Viven en un edificio de catorce pisos en la calle Valentín Gómez, en el barrio porteño del Abasto. Más de una vez, recibieron quejas de su vecina del piso de abajo, debido a los ruidos de los resortes y de la cama impactando contra la pared. En un principio, Daniela, que vive en ese mismo edificio desde hace un año, creía que se trataba de una pareja joven. Sin embargo, al ver la realidad y darse cuenta, no pudo creer a lo que se enfrentaba: pedirle a dos adultos mayores que por favor trataran de hacer menos ruido.
Hay una concepción tabú al querer relacionar el sexo con la vejez. Cuesta imaginarse que se practica regularmente, y que se disfruta. Se suele identificar que después de cierta edad, uno ya no puede realizar prácticas sexuales y que todo debe quedar en la memoria de lo que alguna vez fue. Por un lado por una cuestión física, pero por el otro, por una sensación de asco. Por ejemplo, imaginar a tus abuelos haciendo el amor, puede llegar a ser fuerte, pero eso no quita que sea verdad y hasta necesario que ellos lo hagan regularmente.
Mirta y Norberto son de los que no iban a dejar que la edad les arruinara uno de los aspectos más lindos de su matrimonio: “mirá si no vamos a hacer el amor, es lo que más disfruto”, dice Mirta mientras acaricia la mano de su marido. En sus ojos se nota el brillo de quien habla de algo que realmente le gusta. Norberto, se mantiene erguido y más callado, parece ser más reservado que su esposa. De todas maneras, de a poco empieza a soltarse: “llegó un punto que nos pusimos de acuerdo y dijimos que no teníamos por qué dejar de hacerlo”. Se conocieron gracias a una amiga en común que los presentó en el cumpleaños de una compañera de la facultad. “Él me encaró, era muy tímido, casi gracioso”, ambos se miran y se ríen de forma jocosa. Norberto asiente dándole la razón a Mirta. En el aire se percibe esa complicidad que sólo puede ser fruto de años de convivencia.
Reconocen que hasta no hace tanto hubo períodos en los cuales no hacían el amor, justamente por toda esa concepción de que después de cierta edad “se complica”. De a poco fueron soltándose hasta que finalmente dieron rienda suelta a ese rito que no tenían porqué dejar de lado. “Sinceramente, llega un momento que te da un poco de cosa”, Mirta desvía los ojos hacia el piso, mientras piensa bien qué decir, “porque uno a veces hasta inconscientemente cree que no es capaz, y llega un punto que te da miedo”. Ese miedo lograron transformarlo para reconvertirlo en pasión. Norberto admite que el placer sexual es liberador, como sacarse un peso de encima, que realmente empezaron a parecer otras personas, una pareja mucho más afianzada.
La psicóloga Sofía Liporace explica que para muchos adultos mayores el sexo termina por ser un redescubrimiento, justamente “por toda esa concepción de una capacidad perdida, una incapacidad, que no permite desarrollar el aspecto libidinal de la psiquis”. Muchas parejas han acudido a su consultorio para tratar de destrabar esa situación incómoda de no poder resolver el sexo. “Es un trabajo de derribar ciertas barreras y mitos, muchas veces termina siendo hasta un intercambio de ver cómo se pueden descubrir nuevas posiciones y prácticas”, admite mientras aclara que aún con dificultades físicas es posible coger. Mirta y Norberto tuvieron también que probar nuevas posiciones y maneras de satisfacerse uno al otro debido a cuestiones corporales. “A mi la rodilla después de un rato me mata”, dice Norberto tocándose la izquierda, “llega un punto que le tengo que avisar a ella que paremos y cambiemos”. Mirta trata de disimular una risa que Norberto de todas maneras advierte. “Yo no me puedo reír porque tengo problemas de espalda”, confiesa la mujer que enamoró a Norberto. Sin embargo, eso no los detiene. A veces, para tratar de solucionar esta problemática se ponen de costado, de cucharita, uno al lado del otro y hacen pequeños movimientos pélvicos, así ninguno tiene que soportar el peso del otro ni hacer mucha fuerza. Liporace enfatiza mucho en la importancia del sexo como “una forma de percibirse a sí mismo y al otro como goce, como capaz de dar y recibir placer”, siendo muy importante para la salud tanto mental como corporal.
Al ser consultados sobre si hablan de esto con sus hijos, lo niegan rotundamente.
-¿Estás loco vos? Ni de casualidad, tampoco sale el tema por suerte -Mirta enfatiza el “por suerte” con bastante ahínco.
—Imaginate además que todo lo que se diga relacionado con el sexo puede llevar a que ellos se hagan ideas y se le vengan imágenes a la cabeza. Puede llegar a ser bastante traumático —Norberto adquiere un tono mucho más serio, queriendo remarcar la importancia de separar sexo y familia.
Ambos admiten que ni siquiera lo hablan con sus amigos o con nadie.
Y la pregunta se mantiene. ¿Cuán tabú debería ser hablar de sexo con adultos mayores? Porque en ese intercambio de experiencias, sensaciones e ideas pueden surgir nuevas formas de vivir el goce y el placer del sexo. Descubrir, experimentar y aventurarse, aún en las cosas más pequeñas o cotidianas, es una parte fundamental de la experiencia humana.
Si hay un concepto a derribar es el que dijo el escritor español de la generación del ‘98 Azorín: “La vejez es la pérdida de la curiosidad”. Nada debería ser más alejado de la realidad, y más todavía en lo que refiere al sexo.
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