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¿QUÉ PASA CON LAS TRABAJADORAS SEXUALES EN TIEMPOS DE PANDEMIA?


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Las medidas de cuidado que adoptaron en una de las actividades informales más criticadas y más vulnerables. El rol que juega su sindicato, los peligros, y las nuevas formas que encontraron para ofrecer sus servicios en tiempos de aislamiento social por la emergencia sanitaria.

Por Camila Gómez

Desde que la pandemia del Coronavirus llegó a la Argentina cada rubro trató de ajustarse, de la mejor manera posible, a las medidas de higiene que el Ministerio de Salud difunde y recomienda: lavarse las manos con frecuencia, ventilar los ambientes, higienizar de manera constante los objetos que se utilizan con regularidad y evitar el contacto físico con otras personas, entre otras. Sin embargo, cada trabajo tiene su particularidad y, en aquellos donde el contacto con otras personas es imposible de evadir, la situación se les complicaba cada vez más, como es el caso de las trabajadoras sexuales.

Como primera solución ante la incertidumbre de qué hacer o no durante los encuentros con los clientes, el sindicato de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), desde sus redes sociales, compartió una serie de consejos a tener en cuenta de los cuales se destacan: “Evitar atender a personas que estén con algún síntoma gripal, tos o fiebre; eludir los besos; utilizar para todo acto sexual preservativo; y de ser posible, insistir en la higiene y mandar a bañar al cliente”. No obstante, más allá de las críticas recibidas en Twitter por parte de militantes feministas abolicionistas, las cosas se complicaron cuando el presidente Alberto Fernández declaró el aislamiento social, preventivo y obligatorio con el fin de preservar la salud pública, en donde todos los ciudadanos deben permanecer en sus hogares, en donde solo se les permitirá realizar desplazamientos mínimos e indispensables, como la compra de artículos de limpieza, medicamentos y alimentos.

Con los hoteles cerrados y con los cuidados y protección que cada domicilio debe tener durante la cuarentena, las trabajadoras sexuales no tiene muchas opciones en donde poder ejercer su trabajo, en especial aquellas con mayor vulnerabilidad económica.

“Cuando los gobiernos calculan a quienes tienen que proteger y ayudar siempre van a ser los que trabajan en el sector formal. Todos los demás trabajos, desde el más inocuo hasta el más criminal, quedan fuera como sector informal. No se distingue entre actividades que dañan a otros de modo físico y actividades que van en contra de normas morales del momento”, explica la antropóloga Laura Agustín. Además, dentro del contexto de atravesar una pandemia, la autora de Sexo y marginalidad. Emigración, mercado de trabajo e industria de rescate, agregó: “Lo que vemos ahora reproduce lo que pasa inevitablemente dada la exclusión del trabajo sexual de las cuentas oficiales. Es algo estructural. Se ha visto lo mismo en la exclusión de las mujeres migrantes que venden sexo y, de hecho, todos los migrantes sin papeles, desde siempre”.

Quienes pudieron encontrar un rincón de sus casas para hacer home office no son los únicos que pudieron sacarle provecho a la tecnología. Aquellas trabajadoras sexuales que pueden cambiaron el modo de brindar los servicios para ahora hacerlo de manera virtual. Todo el sexting, las videollamadas y los nudes que los sexologos le recomiendan a las parejas monógamas hacer durante la cuarentena, ellas lo utilizan para generar dinero. Sin embargo, más allá de la competencia presente en las páginas pornográficas, en especial la de Pornhub que liberó su material premium para que el público acceda de forma gratuita, no es sencillo trasladarse a la web.

“Lo que ocurre con esta situación de trabajo es que mostrar la cara es casi inevitable para lograr ingresos razonables y muchísimas compañeras no desean hacerlo por cuestiones personales. Todas sabemos que las fotos y los videos se terminan filtrando y haciéndose públicas en las redes, lo cual pone en serio riesgo las relaciones sociales y familiares de las compañeras que no tienen blanqueda su condición de trabajadoras sexuales en esos ámbitos”, comenta la secretaria de Diversidad de AMMAR, Melisa de Oro. Mientras tanto, quienes no pueden o no saben meterse con este nuevo estilo de trabajo deben seguir con lo no recomendable: realizar servicios presenciales a clientes conocidos que vivan cerca de sus domicilios particulares.

En paralelo, la posibilidad de ser desalojadas también resonaba entre las trabajadoras sexuales. Por suerte, una vez más contaron con el sindicato de AMMAR, que ya intervenía en las calles para evitar que se produjeran los desalojos. Poco después contaron con el respaldo del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 320/2020 establecido por el Gobierno Nacional para congelar el precio de los contratos de alquileres y la suspensión de los desalojos. “Hay muchas situaciones de abuso y de violencias en los hoteles hacia las trabajadoras sexuales, en especial hacia el colectivo trans-travesti, pero al hacer pública las situaciones donde pretendían echarlos, junto a las palabras de Alberto Fernández y el DNU, se fueron resolviendo muchas situaciones”, informa la trabajadora sexual Melisa de Oro.

Puede ser que en estos momentos parte de las trabajadoras sexuales no puedan quedarse en sus casas como muchos otros pueden para proteger su salud, pero eso no quiere decir que estén solas. No solo cuentan con el sindicato AMMAR, ya sea con alimentos o productos de limpieza, sino que también otras entidades, como la Defensoría LGBT, la Asociación Civil Argentina (ATTA) y Casa Trans, quienes se unieron para recaudar dinero y así poder ayudar a los sectores más vulnerables.

“Donde no llegue el Estado estará el sindicato, y viceversa. La ayuda de las organizaciones sociales es imprescindible y estamos en contacto con ellas. Ninguna compañera debe sentirse desamparada. Ante cualquier situación las trabajadoras sexuales del país deben saber que tienen a quienes recurrir, y que su sindicato (AMMAR) hará todo lo que esté a su alcance para resolverles el problema”, finaliza Melisa de Oro. Porque después de todo, ni él quédate en casa y el distanciamiento social son excusas para olvidarse del otro, con o sin pandemia.


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