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SUPERHÉROES ARGENTINOS: ¿EXISTEN?


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El estreno de Mujer Maravilla abre el debate sobre el ejército de  figuras creadas en el extranjero en comparación con las locales, como el legendario Cazador, que tendrá pronto su película… si se juntan los fondos para la post producción. La opinión de Andrés Accorsi, un especialista.

Por Julieta Cáceres

Pensar en superhéroes es pensar en personajes fantásticos de otras tierras. Superman está en Metrópolis pero es de Krypton, Batman labura en Ciudad Gótica y Spider-Man en Nueva York. Estos seres superiores con poderes y estándares morales inexistentes nacieron en las historietas.

El superheroico es el único género autóctono del cómic y puede que por eso sea tan llamativo. Las grandes casas –léase Marvel/DC– han sabido aprovechar a los personajes y convertirlos en íconos de la cultura pop. Pero estos héroes están profundamente relacionados a la cultura estadounidense. El sueño americano encontró su máximo estandarte en personajes como el Capitán América o la Mujer Maravilla. ¿Se puede pensar en un superhéroe ajeno a esa identidad?

Wonder Woman revienta la taquilla mundial y hay seis estrenos de películas de superhéroes DC/Marvel por año. Pero la película de Cazador, uno de los mayores íconos del cómic nacional, no tiene fondos para la post producción ¿qué pasa con los héroes argentinos?

Andrés Accorsi es periodista y si de algo sabe es de cómics. A los 19 años creó la revista Comiqueando, que hoy sigue funcionando como sitio web. Entrevistó a íconos del mundo comiquero como Stan Lee, Neil Gaiman y Frank Miller, por nombrar algunos.  Por esto, era la persona indicada para responder la pregunta:

¿Podemos hablar de superhéroes argentinos?

Los superhéroes argentinos son como los samuráis nigerianos: se nota mucho que no son originales. Los superhéroes, más allá de la estética y la ética, se sostienen en ciertos preceptos de verosimilitud que en la Argentina son inaplicables. Nuestra idiosincrasia no es compatible con un tipo que, teniendo más poderes que el resto, los use para el bien. No nos termina de cerrar el concepto del superhéroe bueno usando sus poderes para ayudar. El superpoder más fácil de conseguir es la plata. Y hay poca gente con mucha plata que la use para el bien.

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En 1939 vio la luz el primer “superhéroe” argentino: El Vengador, un justiciero con capa, máscara con orejas y un joven compañero que tenía el nombre de un ave. Si suena familiar, es porque era una copia casi textual de Batman, creado en mayo de ese mismo año por Bob Kane y Bill Finger. A partir de ese momento empezaron a crearse personajes que intentaban imitar a los héroes extranjeros.

Misterix fue creado en 1948 por el autor italiano Massimo Garnier y durante su época más conocida lo dibujó Eugenio Zoppi. John Ferdigan, el protagonista y héroe de la tira, era un aristócrata e inventor inglés que luchaba contra los malos con un traje que lo hacía invencible. Si bien era una creación argentina, los personajes no eran locales. Difícilmente podía representar la idiosincrasia nacional.

En 1960, José Alegre quería publicar las historias del Hombre de Acero, pero no tenía los derechos ¿Solución? Creo a Supervolador, el Superman argentino. No sólo el nombre era una copia. El traje, el logo, hasta las viñetas habían sido sacadas de las ediciones originales del personaje de DC. Supervolador tampoco representaba a los argentinos.

Tal vez con Súper Hijitus vemos al primer personaje que podía definirse como un superhéroe autóctono. Pero claro, había nacido en la televisión y después pasado a la historieta. La revista Anteojito no sólo tenía al pequeño héroe, también fue la casa de Sónoman, un personaje que se convertía en silbido y podía viajar por el espacio a 340 metros por segundo. Para Accorsi este es el “más digno”, el único que podría llamarse superhéroe en esa época. Y la mayoría de la industria local coincide con que Sónoman es un superhéroe hecho y derecho. Hasta Soda Stereo le dedicó una canción (el octavo tema de Confort y música para volar lleva el nombre del personaje). Parece que el único que no está de acuerdo con esta definición es Osvaldo Viola (OSWAL), el creador de Sónoman. Según él, si se quitaba el hecho de los poderes fantásticos, el personaje no era un superhéroe. “La concepción fue más bien reírme del personaje. Más de una vez lo puse en ridículo: cuando Batman tuvo el batimovil, a Sónoman le hice el sonotutú”, contó el autor en una entrevista. El personaje fue publicado hasta 1976.

“En los ’70 y ‘80 los personajes que se creaban acá eran más bien parodias de los ajenos. Tampoco hubo intentos de hacer superhéroes argentinos. Un poco porque Sónoman y Súper Hijitus lo hacían muy bien. Además, no había necesidad de mercado. Acá se conseguían muy fácilmente las historietas de Marvel y DC que publicaban los mexicanos: editoriales La Prensa y Novaro”, continúa el periodista.

Pero en 1992 un nuevo personaje sorprendió al mercado y caló profundo en la cultura. Jorge Lucas supo interpretar la coyuntura socio política de la década y creo a Cazador, un antihéroe que descendía de mercenarios alemanes. Un inmortal que vivía en una iglesia ocupada en Buenos Aires y puteaba mucho. Mataba a diestra y siniestra y Maradona era su amigo.

“A veces pelea contra algunos más jodidos que él, pero eso no hace que sea bueno. Además, sintonizó los ‘90. Hablaba de política, del gobierno de Menem. Parodiaba la farandulización de la política y la sociedad. En sus cómics aparecían Suar, Alfano (que a veces ocupaba el lugar de interés amoroso del protagonista), Tinelli. Los satirizaba y los masacraba. Se burlaba de la sociedad desde un punto de vista muy punk. El golpe y la crítica no era con ideología, era un “le pego a todos porque me cago en la autoridad.”

En un momento se llegó a vender 60 mil ejemplares. Y eran ocho lectores por cómic, según calcula Accorsi. “El pibe que la compraba la llevaba al colegio y se la prestaba a los compañeros. Pegó mucho en esa franja etaria, los chicos de secundario. A los grandes mucho no les gustaba, les impresionaba la violencia y molestaban los insultos.”

Por esto Cazador funcionó y es el mayor exponente del cómic heroico nacional: porque el bueno no es tal. Tomó una voz contestataria y fue una expresión contracultural. Por esto el fenómeno es irrepetible, se dio en un momento muy específico y con un contexto definido. Tuvo sentido de la oportunidad y del impacto.

Pero que los superhéroes de industria nacional no tengan el impacto ni la importancia de los de afuera no quiere decir que acá no haya talento para exportar. Son muchos los casos de dibujantes argentinos que llegaron a las grandes casas. Ariel Olivetti –co creador y uno de los dibujantes de Cazador– trabajó para DC y Marvel. En su portfolio hay personajes como Batman, Superman, Punisher, Daredevil, X-Men, entre muchos otros. Fabian Nicieza fue guionista y editor en Marvel. Manuel Gutiérrez es entintador y trabajó tanto en Marvel como DC participando en historias de Nightwing, Daredevil, Punisher y X-Men. El cordobés Juan Ferreyra trabajó para Image, Dark Horse, ahora hace las portadas de Green Arrow en DC.

Y si de dibujantes argentinos que llegaron a DC hablamos, Eduardo Risso es un emblema: trabajó con la Justice Society of America, Batman, Wonder Woman. Pero su trabajo más destacado es 100 balas, cómic que creó junto con Brian Azzarello. Ganador de cuatro premios Eisner y tres Harvey, también es el creador de Crack Bang Boom, la convención de cómics más importante de Argentina.

– El que quiere laburar con superhéroes conviene que se vaya a afuera. Que juegue con los juguetes que todos quieren jugar. Dedicar una vida a hacer tibios remedos de esos personajes no está bueno. Mucho mejor romperse el culo y tratar de dibujar a Spider Man. Competir contra dibujantes de todo el mundo que están en la misma.

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Hablar de superhéroes argentinos es difícil porque son personajes en esencia extranjeros. No tenemos relación con su identidad y mucho menos con su idiosincrasia. Más allá de ideologías, parten de historias y preceptos que nos son totalmente ajenos. Así como también lo es el tipo de lectura: el argentino considera al cómic una lectura juvenil y poco seria, más aún si es de superhéroes. Además, nosotros necesitamos muchas más respuestas de las que el cómic tradicional puede darnos. ¿Quién los financia? ¿Cuándo duermen y comen? ¿Tienen sexo? El lector habitual de cómics se desentiende de estos cuestionamientos y no le afecta en la lectura. Pero nosotros, argentinos, necesitamos que estas cosas sean respondidas, necesitamos que al menos haya una explicación lógica.


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