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UN KARATECA DEMASIADO INQUIETO


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Rodrigo Tello es uno de los dos representantes nacionales en esta arte marcial japonesa en Buenos Aires 2018, una actividad que descubrió de chico, para superar su hiperactividad.

Por Juan Manuel Gil

La palabra que define a cualquier arte marcial es el orden. En un segundo plano entraría la disciplina. Las dos son esenciales y se complementan entre sí. Pero hay alguien que rompe ese esquema: un karateca. Un karateca demasiado inquieto. Un karateca mendocino cuya cualidad le sirvió para alcanzar la cima de su arte marcial preferida. Un karateca sin límites. Un karateca en busca del orden.

Desde chico era así; siempre fue así. “En el jardín, siempre hacia luchitas en la escuela que organizaba yo”, decía Rodrigo Tello. Pero su ego no se podía disminuir como las “luchitas”: “Terminaba peleando yo con el que ganaba porque me sentía el mejor, entonces como vos ganaste, ahora peleas conmigo”.

Siempre es complicado encontrar lo que uno ama. A veces, parece estar lejos, pero está realmente cerca y esto le pasó a Rodrigo. Obligado por la escuela, comenzó a ir a visitar al psicólogo del instituto. El mismo, le recomendó empezar un arte marcial, remarcando que le ayudaría a mejorar su temperamento. El destino lo encontró con su actual amor: el karate.

“A la vuelta de mi casa daban karate, entonces fui de una”, destacaba Rodrigo que, en ese momento, era tan solo un nene. Un nene que se enamoró de esta arte marcial a tal punto de ser uno de los dos representantes argentinos en los próximos Juegos Olímpicos de la Juventud. Un nene que, con tan solo ocho años, ya pateaba y pegaba como un adolescente. Un nene que lo echaban de los partidos de futbol porque nunca bajaba la pierna. Un nene destinado al karate.

Lo utilizaba como un descargo. Para él, comenzar esta disciplina lo ayudó mucho para “calmar la ansiedad. El karate fue importantísimo para tener la mente ocupada y así elegir entrenar por sobre juntarse a bordear con amigos”, mencionaba el karateca mendocino. Su rutina era fácil: salía del colegio y a diferencia del resto, iba al club a entrenar y canalizar todo su enojo sobre el tatami. Era su ritual. Era su forma de despejarse. Esas planchas con forma de colchoneta de colores y aspecto esponjoso que tenía el club Unión Vecinal Plazoleta Ruttini era su casa. Era su vida. Era donde él quería estar; donde él se sentía cómodo. El tatami era el piso de su casa y el dojo, su hogar.

Los primeros años en el karate siempre son de formación. A los más chicos los suelen apartar de los más avanzados para que vean como entrenan. Pero esto poco le importaba a Rodrigo, quien siempre quería estar un paso más adelante. “Siempre quería entrenar con los más grandes porque los veía que se pegaban, hasta que un día el maestro me dejó y recuerdo que me pegaron; por lo que nunca más lo hice”, contaba el mendocino entre risas.

Pero pasaron once años ya de aquel chico hiperactivo que organizaba peleas en el baño del jardín cual riña de gallos. Pasaron años de aquel chico mendocino que, por querer entrenar con los más grandes, recibió más de un golpe. Pero nunca se rindió. Iba a entrenar todos los días a pesar de los problemas o el cansancio que tuviese. Su amor por esta disciplina le fue dando los frutos que él esperaba: con tan solo once años ya había ingresado al seleccionado mendocino.

Tras todo atleta, hay una familia que lo apoya. “Estamos muy contentos con la carrera de Rodri, estamos muy felices de poder compartir el mismo sueño con nuestro hijo”, comentaba Omar, padre de Rodrigo. Para el karateca: ” es vital el apoyo de la familia y los amigos”. Pero más particularmente, el de Carina, su madre. Fanático del arroz con pollo “que hace su vieja”, Rodrigo nunca dejará de alagar a uno de los pilares de su éxito, junto a su hermana Lucila.

El llamado a la selección parecía no alcanzarle al inquieto chico de Maipú. Unos años después, gracias al proyecto “Buenos Aires 2018”, logro llegar a un campus donde convivía con doce karatecas. Del total, solo quedaron cuatro, los cuales fueron a competir a Croacia por una chance en los próximos Juegos Olímpicos de la Juventud a disputarse en Buenos Aires en el mes de octubre. Allí vio la gloria: él y su compañero Juan Salsench serán los dos clasificados encargados de representar al país.

Uno de los pilares fundamentales en esta clasificación es su actual entrenador e ídolo Franco Icasati. El excompetidor porteño y multicampeón panamericano ve en Rodrigo a una futura estrella. Franco destaca: “Rodri es un atleta que tiene muy alta tolerancia a la exigencia de los entrenamientos técnicos, tácticos y de resistencia”. Como entrenador, uno de los mayores responsables de la gran actualidad del karate en el país, tiene en vista todos los detalles para que el preparamiento previo de Rodrigo sea efectivo: “Rodrigo vive en el Cenard desde marzo, estudia y entrena en tres turnos diferentes (en la mañana, físico; en la tarde, táctico y un tercer turno psicológico/cardiológico)”.

Rodrigo es un karateca con gran futuro. Es un karateca cuya personalidad fue moldeada por esta arte marcial. Probablemente, sus problemas de chico le hubiesen impedido ser el profesional que es actualmente. Un chico que vino de Mendoza en busca de un sueño. Un chico que dejo atrás las peleas en los baños por las luchas en un Juego Olímpico. Un chico que encontró la paz emocional en un dojo. Un chico cuyo destino eran las patadas y su vestimenta, un karategi. Un chico que era demasiado inquieto.


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