¿Cómo es vivir una tragedia a la distancia? Débora Rodríguez, una joven ecuatoriana que vive en Argentina, lo cuenta.
Por Lucas Millos y Matías Rodríguez
Débora Rodríguez tiene 22 años y no luce nerviosa. Espera, en una larga fila de compatriotas, poder subir a leer una oración por su familia y amigos. En la Parroquia Nuestra Señora de Loreto, en el barrio porteño de Palermo, hay 200 personas reunidas orando por las víctimas del terremoto en Ecuador. El último 16 de abril recibió una llamada desesperada de su madre: “Hija, terremoto, un temblor fuertísimo. No sé qué pasó“. La costa de Manabí, departamento de Ecuador, fue el epicentro de un sismo de 7.8 grados que afectó a todo el país. Tras la misa, la estudiante de psicología de la Universidad de Buenos Aires, llegada desde Guayaquil al país hace tan solo tres meses, se toma unos minutos para hablar con EterDigital.
—¿Cómo fue que te enteraste del terremoto?
Estaba en casa y me llamó mi mamá, desesperada, llorando, a los segundos de haber ocurrido. Súper asustada y nerviosa me dijo que un temblor muy fuerte sacudió la tierra. Mi mamá la pasó re mal, todo el mundo en mi casa estaba muy asustado. De repente, todo el país empezó a colapsar. Se empezó a ir la luz en muchos lugares. En Guayaquil, en la costa a cuatro horas de Manabí, se vino abajo totalmente un puente. A mi familia, gracias a Dios, no le pasó nada. Sólo tengo una tía que es de Manabí. Vivía en una hacienda que se les vino abajo, y tenían a dos familiares desaparecidos. Después de tres días lograron encontrarlos, habían estado refugiados y se había caído la comunicación: no había internet, ni línea telefónica. Nadie sabía qué pasaba en Manabí. Si querías comunicarte con alguien, la única opción era ir. Pero las carreteras estaban cuarteadas, los carros no pasaban. El tráfico empezó a colapsar. Tenías que buscar rutas alternas. Era por la desesperación de todo el mundo que quería ir a ver qué pasaba, ir a buscar a los familiares, ir a ayudar. A la gente que vivía en los suburbios, donde hay más pobreza, se les vino la casa abajo. Fue una noche de infierno para el país. La gente estaba muy alarmada, durmiendo en las calles por el miedo.
—¿Cómo manejaste la ansiedad de vivir la tragedia a la distancia?
Sentí una impotencia horrible. Siempre he tenido el espíritu de querer ayudar, que si alguien tiene una necesidad, poder aportar en algo. Estar acá me generaba una impotencia terrible, porque sabía que si estuviese allá hubiera ido a Manabí a colaborar. ¿Desde acá qué hago? Empecé a ver las noticias, veía las cosas que estaban pasando. Me generaban muchas sensaciones encontradas ver a todo Guayaquil movilizado. Todos donando, dando una mano. El lunes fui a trabajar y en el horario de almuerzo me fui a casa. Mientras comía empecé a ver vídeos de la tragedia, y en ese momento, me agarró un sentimiento fuerte y empecé a llorar desconsoladamente. Me dije “tengo que hacer algo”.
—¿Y qué hiciste?
Tenía un grupo de ecuatorianos acá con los que nos empezamos a unir, y entre contactos y contactos formamos un grupo de Whatsapp. Se nos ocurrió hacer una página de Facebook, “Argentina unida por Ecuador”. El objetivo era juntar la mayor cantidad de ecuatorianos para reunir donaciones para enviar. Conseguimos como centro de acopio un restaurante autóctono, “El fogón de la Tía”, en Salta 525, barrio porteño de Monserrat. La dueña es de Esmeralda, una de las ciudades más afectadas. Por medio de la página y de asociaciones ecuatorianas en Argentina, se empezó a sumar más y más gente. Así fue como abrimos otro centro de acopio en La Plata y en Córdoba. Todo a través de redes sociales. Comenzamos a hacer turnos para quedarnos en el restaurante, recibir las donaciones y clasificarlas. Así estuvimos toda la semana.
—¿Se comunicaron con la embajada?
Sí. En seguida nos dijeron que estaban pensando en hacer algo parecido, pero vimos que el proceso iba mucho más lento. Y era tal nuestra impotencia y ganas de querer ayudar que dijimos “listo, si la embajada no lo hace, lo hacemos nosotros”. Nosotros ya habíamos conseguido el centro de acopio y, a través de un contacto, un avión para mandar todo.
La embajada nos dio su aval y lo hizo público, pero tampoco recibimos demasiada ayuda de su parte, sobre todo al principio.
—¿Qué donaciones enviaron?
Víveres no perecibles, herramientas, repelentes de insectos, velas, linternas y pilas porque no había luz. Kits de primeros auxilios (alcohol, gasas, vendas, medicamentos), y todo ese tipo de cosas que se necesitaba con urgencia: eran heridos y heridos que salían tras los escombros.
—¿Y siguen recolectando?
Se paró la recolección porque se fue el último vuelo desde la embajada. Siempre lo que juntamos se envió a la embajada y desde allí salió para nuestro país. Pero por ejemplo, las cosas que la embajada nos dijo que no eran necesarias, que no se podían enviar, como ser ropa, nosotros la recibimos y la mandamos a los afectados por las inundaciones de Corrientes. Fue lindo porque sentimos que ayudamos a nuestro país, pero también al país que nos está acogiendo.
—Cuando tu mamá te llamó para avisarte del sismo, ¿en algún momento pensaste en volver?
No pensé en volver porque pensé que iba a ser un estorbo más que una ayuda. Más ayudo acá que allá. Mi mamá me dijo que me quede tranquila, que toda mi familia está bien, pero mi impotencia era la otra gente. Lloraba más y decía “sí, no es mi familia, pero es gente de mi país, gente que pude haberme cruzado, familiares de amigos”. El apoyo lo seguimos teniendo, la gente se sigue solidarizando, y eso es lindo, eso es bueno.
Siempre te pensé como una chica inteligente y con un gran espíritu de lucha. Tu inteligencia emocional y tu forma de ser, hará que llegues muy lejos
Te envío un abrazo fuerte y mis felicitaciones de siempre por ser quien eres .