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Yendo de la cama al living


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Finalmente, luego de tres años y tres meses, la OMS decretó que la pandemia ya no es una emergencia sanitaria internacional. Después de la resiliencia, llegó el tiempo de encontrar la forma de cicatrizar las heridas, que para muchos, aún siguen abiertas.


Silvia tiene 82 años y es psicóloga, aunque ya no ejerce desde hace muchos años. Vive en una casa ubicada en el partido de Martinez y se pasa gran parte del día entre lanas y algodones que utiliza para tejer suéteres a los nietos que envía por encomienda a la ciudad de Tandil. “Dejé de verlos por la pandemia”, recuerda. “Antes viajaba todos los años para allá”, reafirma. Desde hace más de tres años que solo sale de su casa para visitar a su médico de cabecera, y de su cama, al living o al jardín.

Desde que el gobierno chino notificó los primeros casos de coronavirus el 31 de diciembre de 2019 (de allí su nombre, Covid-19), y mientras los contagios avanzaban rápidamente por casi todos los continentes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente a la pandemia el 11 de marzo de 2020. Con un centenar de casos registrados y tres fallecidos por el Covid-19, el presidente Alberto Fernández firmó el decreto 297/20 y estableció la cuarentena en todo el país el 19 de marzo de 2020. El Aislamiento SocialPreventivo y Obligatorio (ASPO) consistió en permitir la circulación de los denominados “trabajadores esenciales” y mantener abiertos algunos comercios, como supermercados, autoservicios, farmacias y ferreterías, e industrias, como la alimenticia. El resto de la población tuvo que quedarse encerrada en sus hogares sin excepción. El miedo y la depresión se adueñaron de los adultos mayores y en algunos casos, nunca más volvieron a ser los mismos.

Silvia ceba el mate amargo mientras convida bizcochos y masas dulces que ella misma cocinó, “no puedo dejar de comer estas porquerías, son riquísimas”, dice mientras lleva el termo de nuevo a la cocina para darle una calentadita más. “Vivo con frío todo el tiempo”, se queja mientras se busca una bufanda para taparse el cuello desabrigado. Se aproxima silenciosamente a la estufa eléctrica que permanece encendida mientras la acerca para calentarse. “En esta época de frío hay que cuidarse más que nunca”, dice mientras acomoda su cuerpo a su silla, de respaldo alto tapizado en terciopelo rojo oscuro. Su casa es amplia, cómoda y antiguamente amueblada. Cuenta con un lindo jardín donde aprovecha para tomar sol en su mecedora de madera, algo desgastada por el tiempo.   

“Mi situación cambió totalmente desde aquel marzo del 2020”, afirma. Su hija y sus tres nietos viven hace más de diez años en Tandil y aún tiene fresco el recuerdo de la última vez que estuvo por ahí en el 2019. “Si hubiese sabido todo lo que se venía me hubiese quedado allá y no volvía”, se lamenta. Sus nietos, Luis de 13 años, Catalina de 9 y Mateo de 6 son la luz de sus ojos. Religiosamente, hacen videollamadas tres veces a la semana por lapsos mínimos de treinta minutos.

Durante la pandemia de Covid-19, los adultos mayores enfrentan desafíos únicos y a menudo experimentaron impactos significativos en sus vidas debido a su mayor vulnerabilidad a la enfermedad. “Enfrentaron una gran soledad, algunos no se enfermaron, pero igualmente se mantuvieron encerrados más de un año, el problema en ellos no fue tanto físico, sino más bien psicológico”, resalta la psicóloga Veronica Konstantinovsky.

“Hemos tomado una decisión en el Gobierno Nacional, que es dictar un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU). A toda la Argentina, a todos los argentinos y a todas las argentinas, a partir de las 00.00 horas de mañana, deberán someterse al aislamiento social preventivo y obligatorio. Esto quiere decir, que, a partir de ese momento, nadie puede moverse de su residencia, todos tienen que quedarse en sus casas. Es hora de que comprendamos que estamos cuidando la salud de los argentinos”, comunicó el presidente Alberto Fernández en cadena nacional el 20 de marzo del 2020.

Silvia recuerda esa noche con dolor. No podía creer lo que estaba viendo en la televisión con respecto a las medidas implantadas por el gobierno. Llamó enseguida a su hija por teléfono para saber si estaban todos bien y como se iban a “arreglar” para verse. “En Abril tenía pensado ir para allá para festejar el cumpleaños de mi hermosa Catalina, una de mis nietas”, recuerda sin poder disimular sus ojos vidriosos.

Transitaba el mes de Julio del 2020 cuando Silvia comenzó con los primeros síntomas. Resfrío, dolor de garganta, cansancio y dolor de cabeza. Al principio pensó que se le pasaría, que era normal sentirse así por el frío que hacía. Seguía hablando con su hija por teléfono o videollamada, como todas las semanas, pero al principio no quiso contarle nada de cómo se sentía para no preocuparla. Además, sabía que existía la posibilidad de que quisiera ir a verla y no quería que se arriesgara.

 -Te escucho muy resfriada mama, si te sentís mal anda a la guarda por favor – le dijo por teléfono Juana, su hija.

– Si “nena”, no tengo nada, es solo un pequeño resfriado, mañana seguro que estoy mejor – Le contesta Silvia.

– Te quiero ir a ver ma, dale.

– No hija, es muy peligroso. Por las dudas quédate en tu casa y tranquila que todo va a estar bien, responde firme.

Pasaron dos días de esa conversación telefónica. Silvia continuó con síntomas hasta que se le sumó otro, fiebre. Fue en ese momento cuando sintió las líneas que se preocupó. Llamó a su obra social y pidió que la vaya a ver un médico, le explicó a la recepcionista los síntomas que tenía y automáticamente le hicieron las preguntas de rutina, edad, con quién vive, qué medicamentos toma, enfermedades preexistentes, contactos estrechos y demás yerbas.

En ese momento había mucha incertidumbre y poca información sobre la existencia y el origen del Covid-19 o el SARS-CoV-2 (nombre oficial del coronavirus que se ha descubierto recientemente). A cuatro semanas en la que se reportaron los primeros casos masivos de Covid-19 a nivel mundial, el epidemiólogo chino Liang Wannian, que pertenece al equipo de expertos de la OMS, dijo en una conferencia de prensa en la ciudad de Wuhan (China) lo siguiente: “los murciélagos y los pangolines son candidatos potenciales para la transmisión, pero las muestras de coronavirus encontradas en esas especies no son idénticas a Sars-Cov-2”.

Silvia se toma la temperatura, tiene 38 de fiebre, la obra social le hace saber, por teléfono, que por las restricciones nadie irá ni podrá acercarse a su domicilio hasta que la fiebre levante a 40 o más. Si la fiebre persiste y no baja por más de tres días, deberá hacer reposo en su casa hasta el día 7 y no estar en contacto con nadie durante todo ese tiempo. Al cuarto día la fiebre se apaciguó y con el reposo empezó a sentir la mejoría. La garganta ya no dolía y el dolor de cabeza se convirtió en un mal recuerdo.  

Durante meses desde el anuncio de la pandemia, no hubo programa de televisión que hablara del asunto, la situación estaba en todos los canales. El tema de agenda desde marzo de 2020 fue única y exclusivamente hablar del COVID-19, de sus consecuencias, de las muertes y las medidas para mitigar la pandemia. No salir de casa, no verse con personas, no tocarse y mucho menos, abrazarse. Lavarse las manos con agua y jabón durante tantos segundos; limpiar y desinfectar áreas y objetos de uso frecuente, como pomos de puertas, teléfonos, teclados, grifos y mesas. Cualquier elemento que hubiese tenido contacto con más de una persona. Utilizar el barbijo en lugares cerrados y en los transportes públicos, luego se estableció el uso obligatorio del tapabocas para todos los que salieran a la vía pública.

El 16 de agosto de 2020 Silvia miraba televisión (como todos los días y como lo hace durante gran parte del tiempo) cuando le sonó su celular y atendió. Era Raquel, su cuñada, la esposa de Juan, su hermano menor, quien vive hace más de quince años en Puerto Iguazú, en la provincia de Misiones. A través de ese llamado se enteró de que su amado hermano menor, al que no veía desde hace dos años, había muerto por Covid-19. Al parecer, según lo hablado con su cuñada, fue de repente, se descompuso, fue a la guardia, lo internaron y en dos días murió. No supieron decirle mucho más que eso. “Fue la pandemia lo que lo mató”, le dijo Raquel. No pudo despedirse, tampoco hubo ceremonia, velatorio, ni funeral.

Las tendencias en los contagios y las muertes por coronavirus por edad han sido claras desde principios de la pandemia: los adultos mayores representan un gran porcentaje de los casos y los fallecidos debido a que pertenecen a un grupo de factor de riesgo. De hecho, una investigación realizada en agosto pasado y publicada en Nature, determinó que por cada 1.000 personas infectadas con el coronavirus que tienen menos de 50 años, casi ninguna morirá. Para las personas de cincuenta y sesenta años, morirán alrededor de cinco, más hombres que mujeres. Luego, el riesgo aumenta abruptamente a medida que se acumulan los años. Por cada 1.000 personas de setenta o más años que están infectadas, morirán alrededor de 116. Estas son las duras estadísticas obtenidas por algunos de los primeros estudios detallados sobre el riesgo de mortalidad por COVID-19.  

El 24 de diciembre del mismo año, Silvia ve televisión, no ve novelas ni series, tampoco ve programas de chimentos o de cocina. El canal siempre se encuentra en Crónica, su dial preferido. Todo lo que sabe de la actualidad es por esa vía. Ya no lee el diario porque tiene cataratas hace años. Se iba a operar, pero tenía que hacerse unos estudios y con las restricciones no pudo realizarlas.

Ginés González García, el entonces ministro de Salud de la Nación, habla a través de la caja boba: “Estamos muy contentos luego de un larguísimo trabajo. La decisión del presidente Alberto Fernández fue asegurar la vacunación a todos los argentinos”. Somos uno de los países que va a comenzar primero a vacunar y vamos a ser unos de los países que va a terminar vacunando a gran parte de la población argentina, un 60 por ciento más de lo que vacunamos habitualmente. Hoy empezamos un nuevo camino, que es un camino de esperanza”. Llegaban las vacunas.

Silvia tiene cuatro dosis en su cuerpo y está esperando una quinta. La Sputnik V, que fueron las primeras en ingresar desde Rusia, fue la vacuna que le dieron en las primeras dos. “Por suerte no tuve secuelas en las dos primeras, no sentí nada ni me subió fiebre”, recuerda. Pero hubo un faltante de esas dosis y en las dos siguientes recibió en su organismo la vacuna China, la Sinopharm. Con la tercera aplicación, su brazo se puso morado y le dolió la zona durante un par de días. Y con la cuarta, cayó en cama tres días con fiebre.

Según estimaciones oficiales del INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos), hacia el 29 de octubre de 2021, 34.640.814 personas habían recibido una dosis, representando el 76,34 por ciento de la población total del país, superando la meta original de vacunar a 22/23 millones de personas. Por otra parte 26.327.324 personas, el 58,02 por ciento de la población total, recibieron solamente dos dosis.

De acuerdo a el Monitor Público de Vacunación, el total de dosis aplicadas asciende a 112.049.802, de los cuales 41.073.706 recibieron una dosis, 37.930.992 las dos, 3.162.437 una adicional, 22.028.626 el primer refuerzo, 6.928.928 el segundo y 920.567 el tercero, mientras que las vacunas distribuidas a las jurisdicciones llegan a 120.260.942.

Silvia se pasa el día tejiendo, tiene en su haber lanas de varios colores. Por el living se ven diseminadas un par de ovillos rojos, a metros otros de colores negros y blancos, y en una repisa se pueden visualizar más bolas de hijo de colores verdes y azules. Hace mantas, cojines, bufandas y jerséis, todas para sus tres nietos que viven en Tandil, y a los que sigue sin ver desde fines del 2019. Se los hace llegar por encomienda cada dos meses y siguen haciendo los videos llamadas cada día de por medio para no perder el contacto, aunque sea visual.

Todos los jueves a la noche, Silvia tenía el ritual de ir al centro de su barrio, en la Localidad de Martinez, para encontrarse a cenar con Ale, su gran amiga y compañera de tantas aventuras de hace más de 50 años. Siempre pedía el mismo plato, tarta de brócoli y crema, según ella, la mejor que comió. Se pasaban horas charlando acompañadas con un buen vino tinto.

Alejandra era cosmetóloga y psicóloga también, como ella. Vivían a tan solo dos cuadras de diferencia y se conocieron estudiando en el año 1970 cuando coincidieron en un seminario de psicología experimental. Enseguida hubo conexión y nunca más dejaron de estar en contacto. “Cuando Alejandra enviudó en el año 2013, se viene a vivir al barrio, ella antes vivía más lejos”, recuerda.

El 8 de abril de 2021 Silvia limpiaba su casa como lo hace todos los días religiosamente. Siempre fue muy obsesiva con la limpieza. Y mucho más desde marzo, no para, en todo el día, de pasar alcohol y lavandina por todos los rincones de su amplia casa. Las agujas del reloj marcaban las cuatro de la tarde. Era un día despejado y caluroso, Silvia estaba por cortar una sandía para apaciguar un poco el trajín de la limpieza cuando sonó su celular. Atendió, la cara de Silvia se transformó en cuestión de segundos, soltó el cuchillo que manipulaba, y su frágil cuerpo se dejó caer, soltando un grito de dolor. Era Juan, el único hijo de Alejandra, el Covid- 19 se la llevó.

Viernes 21 de mayo de 2021, Silvia ve el canal Crónica desde el sillón de su living. Son casi las ocho de la noche y a través de la pantalla aparece el cartel rojo y banco bien grande con un “último momento”, habla el presidente en cadena nacional, para todo el país, Alberto Fernández: “estamos viviendo el peor momento desde que comenzó la pandemia. Ustedes saben que recorro el país y también saben que conozco las enormes dificultades que atravesamos. Estamos teniendo la mayor cantidad de casos y de fallecidos. Debemos asumir seriamente lo crítico de este tiempo y no naturalizar tanta tragedia”.

Como parte de las nuevas medidas, el Gobierno restringe la circulación en todas las zonas del país que se encuadren en Alto riesgo o en Alarma epidemiológica desde las 0 horas del sábado 22 de mayo hasta el domingo 30 de mayo inclusive. “A los adultos mayores los cambió para siempre la pandemia, no solo a los que se enfermaron, si no a los que se quedaron encerrados por el miedo a enfermar”, asegura la psicóloga social Veronica Konstantinovsky.

El Covid-19 ya no es una emergencia sanitaria internacional. Pasaron 1.191 días (tres años y tres meses) desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó la alarma hasta el mes pasado, cuando la dio por finalizada. Dejando en su paso 765 millones de diagnósticos y 6,9 millones de muertes, según el recuento oficial, aunque la propia OMS calcula que se ha cobrado 20 millones de vidas.

Silvia solo sale de su casa cada tres meses, para ir a encontrarse con su médico personal a realizarse chequeos de todo tipo por su avanzada edad. A pesar de sus años y sus achaques, se cuida mucho. Camina todos los días cinco kilómetros (siempre dentro de su hogar y por el jardín amplio de su casa) Solo come lo que cocina, no utiliza el servicio de delivery y emplea el servicio de envíos del supermercado Coto que lo tiene a menos de cinco cuadras.


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