Inicio » A 37 años del Juicio a las Juntas, la trastienda periodística y fotográfica

A 37 años del Juicio a las Juntas, la trastienda periodística y fotográfica

El pueblo escucha y festeja las condenas a los responsables de la última dictadura cívico-militar. Autoría: Julio Menajovsky.

Compartir

Un desenlace que llegó luego de ocho meses de crudos testimonios, donde periodistas de todo el mundo “a puño y letra” sacaron a la luz lo que buena parte de la sociedad ignoraba: el terrorismo de Estado. Detrás de la cobertura, una fotografía histórica y las reuniones con los jueces para esclarecer la información.


Durante el Juicio a las Juntas Militares de 1985, el periodista Carlos Rodríguez y el fotógrafo Eduardo Longoni trabajaban en la Agencia de Noticias Argentinas (N.A), una de las más importantes en ese momento, de impronta federal e “independiente”, incluso superior a Télam. Rodríguez, a su vez, formó parte del equipo del periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

Una imagen icónica del Juicio a las Juntas: los genocidas ingresando en fila al banquillo de los acusados bajo la mirada del fiscal Strassera. Autoría: Eduardo Longoni.

 

Hay una foto icónica del Juicio a las Juntas: los genocidas ingresando en fila al banquillo de los acusados bajo la mirada del fiscal Julio César Strassera. A esa imagen, su autor la fotografió llorando. Así lo cuenta 37 años después. Hubo otros hechos sobre los que desde entonces tampoco se habló. Por ejemplo, las reuniones privadas de los periodistas acreditados con los miembros del tribunal y la conmoción que les causaron los testimonios de quienes fueron torturados. Dos de los trabajadores de prensa que cubrieron ese juicio histórico cuentan hoy detalles nuevos de una historia que nunca termina de actualizarse.

Carlos Rodríguez y Eduardo Longoni, otros colegas y los familiares y las víctimas del terrorismo de Estado compartieron esa sala de madera en Tribunales, desde donde vieron todos los días a los responsables de las torturas, la desaparición de personas y robo de bebés sentados en primera fila. Entre ellos Jorge Rafael Videla, que llevaba una Biblia. “Cuando el fiscal Strassera (Julio) leyó el alegato escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana, fue una explosión. Era duro pero poético”, describió Rodríguez. “Nosotros estábamos al costado, debajo de las gradas. El día de la condena nos abrazamos entre todos”, recordó.

En Tribunales, mientras él organizaba junto a sus compañeros postas de anotaciones en libretas desde el principio hasta el final de las maratónicas sesiones, Eduardo Longoni tomaba una fotografía que marcaría su trayectoria: en septiembre de 1985, ingresan en fila bajo la mirada del fiscal Julio César Strassera, los jefes de la dictadura rumbo al banquillo de los acusados. “El primer día que ingresaron los militares fue la primera foto que hice llorando, no podía creer que esos monstruos crearon la peor tragedia de la Argentina”.

En ese momento, el fotógrafo comprendió que podía “empuñar” la cámara como si se tratara de un lenguaje que le permitiera, desde esa profesión, combatir, militar, resistir y dejar su “granito de arena” en un embate contra la dictadura y frente a lo que comenzaba a ocurrir en la Argentina: se iniciaba la etapa donde la dictadura cívico-militar empezaba a opacarse y se vislumbraba un tiempo de cierta libertad. Cierta, porque todavía sobrevolaban sensaciones de temor.

El trabajo de Carlos Rodríguez estaba enfocado en la redacción, y como en todo juicio, no se podía utilizar grabadoras: “Yo salía y hablaba por teléfono de línea con la agencia. Pasaba la información que había tomado con los apuntes y luego le dábamos forma para publicarlo inmediatamente. Al final del día, la persona que estaba hacía la cabeza informativa uniendo toda la información”, explica el periodista.

LA NEGOCIACIÓN POR LAS FOTOGRAFÍAS

En una primera instancia tampoco se permitía publicar fotos sobre el juicio. Luego de una reunión que mantuvieron distintos editores de fotografía, de la cual participó Eduardo Longoni por NA, se impulsó el pedido de audiencia con la Cámara Federal y fueron recibidos por éste órgano judicial. En ese encuentro le fue otorgado el permiso de ingresar a un fotógrafo y a partir de esa decisión, desarrollar un pool periodístico. Lo cubría Agencia de Diarios y Noticias (DyN), Télam y Noticias Argentinas, un día cada una.

La Cámara Federal designó al fotógrafo Juan Carlos Piovano como “custodio” de ese material y luego se realizaba una edición de una, dos o tres fotos del día entre los editores de varias de las agencias y esa misma foto se distribuían en todas las agencias nacionales e internacionales. De ese modo estaba cubierto a nivel mundial el juicio.

LAS REUNIONES CON EL TRIBUNAL

Durante los ocho meses que duró el juicio, los periodistas debían ser muy ordenados. Había pautas muy rigurosas. En varias oportunidades, se reunieron con los jueces para clarificar información. “A veces te quedaban dudas, por eso nos encontrábamos para desasnarnos”, comenta Carlos. En ese momento, las agencias difundía el material a los medios, y Noticias Argentinas llegaba a los del interior. “Fue como aprender periodismo todo el tiempo. Cómo cubrir, cómo generar empatía con la víctima”, agrega Rodríguez. “¿Cómo no te vas a conmover con alguien torturado? Más allá de ser periodista, sos una persona”.

“Estar cerca de los responsables del terrorismo de Estado no era gratuito”. Más de una vez Longoni se sintió abrumado por verlos allí con “la soberbia con la que estaban”. Una de las cosas que más recuerda es que “Videla entró y salió todos los días que estuvo ahí con la Biblia en la mano leyéndola”. Al respecto, opina que “Videla era el peor, en el sentido que era un cruzado. Los otros participaban de lo que estaba ocurriendo, de hecho, Massera habló en el juicio, a diferencia de Videla, que se sentía una deidad”.

HISTORIAS DE FOTOGRAFÍAS

Previo al Juicio, Eduardo Longoni había fotografiado en funciones a varios de los responsables que estaban sentados en el banquillo de los acusados. Hoy recuerda imágenes de Galtieri y Videla riéndose en el palco del Regimiento Granaderos a Caballos, como también las imágenes de los Comandantes en la misa de la Capilla de Stella Maris. “Para las Fuerzas Armadas, cada 24 de marzo era una celebración”, menciona el fotógrafo. En medio de estos particulares escenarios, Eduardo continuaba en la búsqueda de la imagen y con la cámara entre sus manos.

Entonces, Longoni tuvo la particular convivencia que le significó tanto para retratar a los militares en funciones como también para retratar a los militares en el banquillo de los acusados. En ese paralelismo, y como un as en la manga que podía reservarse en silencio, recuerda que “las fotos de las Madres o de las primeras Marchas eran de alguna manera puramente documental ya que podían servir en ese momento para intentar publicarlas en los diarios extranjeros para que de alguna manera se corriera el velo de lo que pasaba en la Argentina”.

Sobre la relación de las fotos que estaban vinculadas a los militares, el fotógrafo lo describe como “intentar ganar pequeños recortes de símbolos que pudieran servir a futuro. Cuando los militares entran al juicio y están sentados en el banquillo de los acusados, la cámara de nuevo corre a lo que era testimonial duro: estos son los acusados de ser asesinos y juzgados”. También sostiene que “verlos sentados en el banquillo de acusados y verlos condenados es un hecho fundacional de la democracia argentina, y haber estado ahí me parece uno de los privilegios que me dio la cámara que para mí representa un pasaporte a ciertos lugares que no hubiera llegado de otra manera”.

Entre pinceladas que define a este vasto fotógrafo y su relación con las imágenes que pasan por la lente de su cámara, además de la imagen que se crea en ese instante también guarda otras sensaciones: olores, sonidos.

En particular, las fotos que captó en el juicio invadieron y generaron otros sentimientos que están ligados a un “descenso a un lugar que no era posible dar crédito y de lo que el fiscal Strassera tuvo que probar respecto de plan sistemático de desaparición, tortura y muerte”.

“PARA NOSOTROS, EL JUICIO FUE UNA VÁLVULA DE ESCAPE”

Previo al proceso judicial a las Juntas Militares, el periodista Carlos Rodríguez como muchos de sus colegas, había leído los testimonios del informe realizado por la Organización de los Estados Americanos (OEA) que fue presentado en La Paz, Bolivia, en 1980. Carlos explica que si bien parte de la sociedad argentina tenía conocimiento sobre lo que había pasado durante la dictadura, la gravedad era mayor. “Las propias Madres al principio no tenían dimensión. Ellas pensaban que eran unas pocas y después empezaron a darse cuenta que sucedía en todo el país. Fueron creciendo”, detalla. “Para nosotros (los periodistas) el juicio fue una válvula de escape. Vos querías estar ahí”, agrega Rodríguez.

Entre algunas menciones que se cruzan en la vida del fotógrafo Eduardo Longoni, describe la sensación que tuvo sobre varias de las imágenes que quedaron sueltas. Reconoce que quedaron muchas fotos que no se pudieron hacer: “Nadie pudo fotografiar un secuestro, nadie pudo fotografiar el ocultamiento”.

En un balance que surge 37 años después, Carlos Rodriguez reflexiona que tenía los “anticuerpos necesarios” para soportar las más de 500 horas de testimonios desgarradores. Si bien en su vida transitó varios juicios orales, éste a su entender fue el más importante en su vida. “Lo que hizo Alfonsín fue audaz, pero estaba limitado por la presión de los militares”, opina el periodista.

Por su parte, Eduardo Longoni asume que no pudo hacer fotos de lo que significó el regreso de la democracia. “Tenía tan inscripto lo que era correcto fotografiar, de las fotografías de los organismos derechos humanos, de las Madres que no pude fotografiar la gente besándose, las fiestas. No me parecían que eran temas y hoy no tengo fotos del retorno de la democracia. Seguí fotografiando como una necesidad de seguir dando testimonio de las cosas más duras”.

EL JUICIO A LAS JUNTAS, UN PASAJE HACIA LA LIBERTAD

Julio Menajovsky, fotógrafo, tuvo “un exilio tardío” con relación al resto de los compañeros detenidos que estuvieron antes y durante la última dictadura cívico-militar. Estuvo preso en varias cárceles hasta 1982 y recién en 1983, cuando estaba bajo la condición de “libertad vigilada”,emigró a Francia para encontrarse con su mujer y su hijo. Todavía permanecía la dictadura en Argentina y no estaban dadas las condiciones para reunir a la familia con lo cual la decisión que prevaleció en ese tiempo fue exiliarse en ese país donde, hasta ese momento, sus familiares habían logrado cierta estabilidad cotidiana. Llegó al viejo continente poco antes de las elecciones que permitieron que retornara la democracia a la Argentina. El presidente elegido para ese momento fue Raúl Alfonsín. Desde el exilio, observó con cierta sorpresa la asunción de Alfonsín como también la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y todo lo que derivó posteriormente en ese acto de audacia que tuvo el presidente logró así una relación diferente, no sólo con su electorado, sino también con aquellos que de alguna manera no estaban a fin a este partido político que conduciría el país luego de la dictadura. Con ese escenario en la Argentina, a la distancia, Julio recuerda y reconoce que fue “un acto auspicioso” que implicaría la trascendencia que luego se trasladó a la importancia de los informes que revelaría la CONADEP.

Luego de algunos años, donde Julio recuerda que logró sacarse “años de cárcel sobre su piel  y sobre su cuerpo y ya con la posibilidad de tomar el futuro en sus manos, tomaron la decisión de regresar a la Argentina y volver de alguna forma al curso cotidiano de la vida de la familia en la patria que los vió nacer”. Para fines de 1985 llegó primero Julio, y luego su familia. En esos tiempos se esperaba por la condena a los militares en el Juicio a las Juntas.

Entre algunas de las reflexiones que lo llevan a Julio a reconstruir la época en la que vivió cuando retorno a la Argentina luego de su exilio y en un momento histórico y de búsqueda de la verdad destaca que “es factible pensar que, sin los primeros juicios, sin la tarea de la CONADEP y sin el despliegue periodístico con todas sus variables estaríamos todavía luchando por el derecho a la verdad y no por el juicio y castigo a los culpables. Esto es una gran enseñanza y una gran lección y es por esto que no cesarán ni en el presente ni en el futuro todos los intentos de negacionismo. La fotografía jugó un rol en este proceso que no fue menor ni central pero que supo estar a la altura de las circunstancias”.

Por aquellos días, una tarde, Julio se encontró en la Plaza Lavalle, frente a Tribunales. Había un tumulto de gente escuchando la radio. Recuerda esa imagen y reflexiona que “era la única manera de poder seguir los acontecimientos que estaban ocurriendo en el Palacio de Justicia”. En ese contexto, se dispuso con su cámara “registrar a través de los gestos y actitudes esa escenografía que se había armado con carteles exigiendo justicia y castigo a los culpables”. Por aquél instante, reconoce que pudo registrar las primeras reacciones de los familiares directos cuando recibieron la noticia de las primeras condenas a cadena perpetua y las absoluciones.

Como una necesidad imperiosa en la que Julio apela a la historia que aconteció en aquellos momentos agitados recuerda que “las fotografías tomadas por esos días podrán o no reflejar todo el dramatismo de lo escuchado y vivido durante el juicio, pero son los suficientemente importantes y contundentes como para dejar sentado en la historia que eso existió, fue verdad y revestirlo de todos los sentidos que otros documentos vienen a contribuir para completar aquello que la fotografía por sí misma no puede hacer”.

Según el fotógrafo, parte de esa justicia generó la “decepción como también el entusiasmo”. “Esto que alimentó la llegada de la justicia a la vez generó un sentimiento de desconfianza en un espacio acotado donde se escuchaban las consignas”.

Desde el sentido de sus fotografías, Menajovsky expresa los sentimientos que le generaron de “saber que se encontraba en un momento histórico, único que no sólo le pasaba al país sino a él también”.

“La contundencia del documento fotográfico tuvo que ver con que hubo un país que pudo juzgar a sus propios criminales con su propia justicia y con los medios que tenía a su alcance en situaciones de una tremenda precariedad dándose un ejemplo así mismo, asentado a lo que significa su propia historia pero también posibilitando un mensaje para otros pueblos que pasaron por situaciones similares”.

PABLO LLONTO: “EL PRIMER PELDAÑO DE LA DEMOCRACIA”

“La democracia se recuperó, pero había que comenzar a subir una escalera. Estaba bastante alto el primer peldaño, pero si se subía significaba que había fuerza para seguir con los otros. Y se logró”, dice el periodista, escritor y abogado, Pablo Llonto, al recordar su cobertura para el Diario Clarín del Juicio a las Juntas en 1985. “Cubrirlo fue electrizante, porque había un ritmo que se tenía que seguir”, agrega.

El proceso judicial fue posible gracias a la movilización popular. Un reclamo que se expresaba en las calles, en los partidos políticos y en el movimiento de derechos humanos. “La primera respuesta de la democracia, fue la derogación de la Ley de Autoamnistía -establecida por la dictadura-, donde todas las corrientes políticas, inclusive la centro-derecho, votaron a favor”, explica Pablo Llonto, sobre la primera señal del gobierno de Raúl Alfonsín en 1983.

En ese entonces, el Presidente promueve varias medidas que incluían la sanción de los decretos 157/83 y 158/83. En el primero, se establecía juzgar a las cúpulas de las organizaciones guerrilleras como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros. En el segundo, se ordenaba procesar a las tres juntas militares que habían gobernado la Argentina de manera anticonstitucional.

“Ya en ese momento, teníamos claro que era un acontecimiento histórico, que no era menor. Fue decisivo ese primer paso”, expresa el periodista Llonto, sobre el significado del juicio. Una dimensión que con los años creció. “El Nuremberg argentino se lo denominaba y no era menor con ese título”.

El proceso judicial se inició el 22 de abril de 1985 y finalizó el 25 de agosto de ese mismo año. El nueve de diciembre se dictó sentencia: Jorge Rafael Videla y Eduardo Emilio Massera fueron condenados a prisión perpetua, mientras que Roberto Viola a 17 años de prisión; Armando Lambruschini a ocho años de prisión y Orlando Ramón Agosti a cuatro años de prisión. Ese día, Pablo Llonto estuvo en el palco de periodistas en Tribunales. “Fue tremendamente emotivo”. Si bien el clima era de “por fin, se los condenó”, más tarde hubo una protesta encabezada por Madres de Plaza de Mayo sobre Avenida Corrientes contra las absoluciones. “La consigna era juicio y castigo a todos los responsables, y se marchó pidiendo eso”, aclara el periodista.


Compartir