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ACAMPE QOM FOR EVER


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En pleno centro porteño, permanece hace ya nueve meses en condiciones extremadamente precarias la carpa de los pueblos originarios que reclaman por la restitución de tierras en la provincia de Formosa.

Por Martín Riano y Julián Mocoroa

Foto: Gentileza TN
Foto: Gentileza TN

Es la hora en la que el microcentro porteño cierra el telón. Miles de personas se apretujan escaleras abajo buscando algún viejo subterráneo que los saque de ahí. Otras se apresuran hacia alguno de los extremos de la 9 de Julio, hasta Retiro o Constitución, desde donde sendos trenes se ramifican hacia diferentes extremos de la Provincia de Buenos Aires. Y ahí, en medio de tanta huida, a poquitas cuadras del fálico monumento emblema de la Ciudad, el acampe Qom se camufla con la jungla de cemento.
Desde la calzada de enfrente, tanto desde Avenida de Mayo o Lima, la carpa rompe con el maquillaje PRO. Los peatones que en gran número cruzan la ancha 9 de Julio, en su mayoría lo hacen por la mano contraria. Son pocos los que pisan la reducida vereda que deja el acampe, el senderito que bordea las desnutridas mesas de artesanías que los Qom ofrecen. Son apenas cuatro, con algunos collares, mates y no muchos más. Al costado de éstas, algunos volantes y otros carteles exponen las demandas de estos habitantes originarios.
“Que nos conozcan y acepten”, dice el volante. Y es cierto, cualquiera puede acercarse al acampe y en ese plan hablar con alguno de los treinta o cuarenta que según ellos están acampando, aunque a simple vista se ve la mitad. Quien no vaya con esa intención, como ese que ahora con evidente borrachera escapa por detrás de la carpa, quizás se vaya del mismo modo, sangrando. Se vuelve evidente en el rostro de Ever, nuestro anfitrión, que le molesta lo que acaba de suceder, que no es la primera vez, que la sangre al borrachín no le brotó sola, y que algunas cosas no se negocian.
Ever tiene 28 años, invita unos mates y en gesto similar a Juan Román Riquelme ante la prensa se sienta a charlar. Unas brasas calientan el agua de una pava. El techo es un rejunte de lonas y pedazos de nylon, dos baños químicos azules son los únicos servicios. Atrás una carpa grande refugia a otros diez o quince acampantes, se ven mujeres y algunos niños, entre colchones sobre el piso y algunos tablones en forma de mesas largas. En el sector en el que Ever reflexiona se está muy expuesto, es fácil imaginarlo en invierno a la intemperie calefaccionado por los falsos Metrobus que pasan a escasos metros. O darse cuenta de lo evidente, que en breve será imposible de refrigerar, cuando el verano lo vuelva un horno tóxico y sucio. Así, los Qom se visibilizan.
Llegaron el 14 de febrero de este año, y aunque saben qué tiene que pasar para que se decida levantar el acampe, son bastante pesimistas a la hora de imaginar el cuándo. Ever luce un prendedor con la imagen del Che Guevara. Mientras habla manipula el cigarrillo de hoy en día, un celular que no suena y calma la ansiedad con solo botonearlo un poco. Es difícil entrar en la lógica comunicacional suya. A cualquier pregunta, de lo más diversa que sea, él responde lo mismo: “Hacer visible la lucha”. Es evidente que no es la única frase que sabe, habla perfecto español, pero parece hinchado las pelotas, rendido a lo evidente, a lo que no necesita explicación. Tienen hambre, frío, calor, y tienen demandas. Si bien Ever no lo dice, se percibe que tienen la seguridad de que nada conseguirán, y que tampoco van a dar el brazo a torcer.
El acampe originalmente estaba compuesto por varios pueblos que habitan y reclaman por las tierras de Formosa: los Qom, los Pilagá, los Wichí y los Nivaclé. Ever cuenta que el desgaste del día a día y la falta de resultados hizo que muchos se fueran de la carpa. Actualmente permanecen solamente los Qom.
Ever a cada rato se inquieta con el celular. Cuenta que muchos de los que vinieron en un principio se volvieron. Algunos por cuestiones de salud, porque se enfermaron, y otros porque simplemente “no aguantaron”. Dice que una vez los quisieron sacar, que fue la Policía Federal la que lo intentó. Lo dice con calma, orgullosamente sentado ahí en medio de la avenida más ancha del mundo, bajo la estatua de Don Quijote. “Nos portamos bastante bien”, asegura. Calmo.
Cuesta penetrar en el habla de Ever. Conociéndolo apenas, a él y al otro hombre que desde hace rato está sentado silencioso a pocos pasos, se entiende bien la razón de los volantes en la entrada. Se vuelve imperioso preguntarles que precisan en lo inmediato, para poder mantener el acampe. En ese sentido la respuesta es clara y no merece objeciones: necesitan agua, comida, ropa y cualquier cosa que pueda mejorar su vivienda. Y lo que el volante aclara y también parece volverse imperioso, es que no les usurpen más su territorio ancestral allá en Formosa: de las diez mil hectáreas que reclaman como propias, hoy conservan algo más de tres mil. También piden que respeten su forma de vida, la de su comunidad de pueblo indígena.
El telón ya se cerró por completo. La jungla de cemento baja los decibeles. En el acampe Qom se cierra otra jornada de espera. La duda está en si se ganó otro día de visibilización. Si mañana la mayoría seguirá por la vereda de enfrente, y si se les cumple ese otro renglón del volante, ese que también reclamaron formalmente y pide “Por una audiencia pública con los tres poderes. Ejecutivo, Legislativo y Judicial”.


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2 comentarios

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  • La nota esta bien escrita. Me gustó esta oración “El telón ya se cerró por completo. La jungla de cemento baja los decibeles. En el acampe Qom se cierra otra jornada de espera”. Tal vez, le faltaría un poco de opinión.

    • Nuestra opinión está por ahí, escondida entre adjetivos y descripciones. Ahora levantan el acampe, ya lograron lo que querían, aún resignando sus tierras.