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Algunos artistas que cambiaron las reglas


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La apertura democrática, la convertibilidad, internet, el vih al acecho, la pobreza, la marginalidad. Los 90 tuvieron de todo, y el mundo de las artes visuales no se quedó atrás. Con la apertura del centro cultural rojas nace una nueva generación de artistas queers que se corren del elitismo y abordan temas nuevos como lo doméstico y la juventud desde una mirada sensible. La colección Fortabat presenta El arte es un misterio sobre el arte de los 90 en Buenos Aires, con la curaduría de Francisco Lemus.


Porcelanato, vidrio hasta el cielo y lanchas estacionadas a la vuelta. En la enorme colección de Arte de Amalita Fortabat, hay muchos metros, muchas obras, mucha plata y poca gente. Como en los noventa. 

En el primer piso de la colección de Fortabat, funciona hasta febrero la muestra El arte es un misterio sobre el arte de los noventa en Buenos Aires con la curaduría de Francisco Lemus. Sobre la década del Centro Cultural Rojas, en la que se presentó la muestra “algunos artistas” porque no importan los nombres. Sobre los 90 del VIH, de la democracia fresca pero también de movidas económicas que pasaron en nada de la hiperinflación al 1 a 1. Bastante confusión. Sexo, precariedad, ternura, juventud y el arte por el arte. 

Una fiesta para pocos

Puerto Madero, Amalia Fortabat, el poder, poseer arte, parecen parte de lo mismo. Los edificios altísimos que de lejos son una postal pero de cerca son un logo gigante de bancos a los que les depositaron dólares, pero no devolvieron dólares. Pienso en les que les devolvieron pesos y en les que no tenían siquiera nada para que les devuelvan. 

Al entrar a la muestra, se proyecta el video de Alan Segal “Bostezo y eco” donde hay fiesta y hay mugre. Hay celebración y precariedad. En la pantalla se alternan videos de mugre o lo que podrían ser papelitos de nadando en un torbellino de agua que se intercala con palabras y frases muy windows 1.0 y al final la frase: “La presunción de un goce al que no accedemos entra y perturba”. Los 90, son la fiesta a la que muchxs, no fueron invitadxs. Pero la celebración, la belleza de una rosa, la vida, la embriaguez, van a suceder igual, aunque haya mugre y no haya plata. 

Pero, los 90 también fueron delirantes (justamente a costa de esa precariedad para la mayoría). Menem en Ferraris con modelos, un país donde la casa rosada, el congreso y demás, fueron absorbidos por extraterrestres como en “Visita Guiada” de  Benito Laren. Es un tiempo que está por fuera de la norma. Por fuera de lo esperado. Necesita arte a la altura de lo inesperado. Necesita pijas en sandwicheras y retratos de Cristian Castro y como citan las paredes de la muestra: “es un tiempo que está fuera de la tradición artística”.

Entre lo grasa y lo ingenuo

Fabio Kacero, con o sin intención, con su obra me recuerda al cabezal de una cama que podría ser igualmente de una escenografía de Rebelde Way como de un telo aspiracional, grasa. Es tierno, es rosa, pero también es como las sillas de quinceañeras de mal gusto. Y no hubo nada más grasa que los 90. Una década de sobreinformación, pizza y champagne. Pero también de mucha, mucha, precariedad.  Algo similar sucede con De todo corazón de Cristina Schiavi una enorme obra de peluche con muchos ojitos de juguete en el centro, que brega ser una carta de amor pero que parecen gremlins de una cajita feliz. 

Sensibilidad y puntos de encuentro

Algo presente a lo largo de gran parte de la muestra son los vínculos. Habla sobre vincularse y enfermarse, sobre tender redes para no caer de los márgenes en el hambre, sobre redes informáticas, sobre vincularse descartablemente, sobre  escribirles cartas de amor a les amigues.  

Pablo Suarez bajo su sello de hombres de resina, con Fast Food, Sandwichongo o sandwichera y Sandwichera habla de lo mismo. Con sexo descartable, rápido y penes al aire retrata un tipo de vínculos. 

Pero, ¿qué pasa con vincularse y enfermarse? Porque son los 90 y el VIH está en todos lados incluso en los menos esperados. Como el bordado de un almohadón de una “casa bien” de Silvia Gai que dice VIH en una letra blanca, romántica y doméstica. 

La sala Arte con poco le hace justicia a su título. Tiene una tele y tres obras en las paredes. Escuetas, abstractas, y todas cuadriculadas. Bajo distintas técnicas, primero con la obra de Pombo hecha en esmalte sobre madera, las líneas verticales y horizontales son tantas que arman una maraña de colores, arrojadas, desordenadas, en capas, como una red informática. Luego con un pedazo de madera encontrada y gastada de Gumier Maier las líneas son pasteles. Son lazos que se cruzan con ternura sobre la precariedad y se sostienen. Al final, Liliana Marezca traza sus líneas, en alambre oxidado, en trapos sucios, en un círculo roto. Algunas líneas no se unen, el círculo no se cierra, los vínculos no se encuentran, la red se destruye. 

“Al día de hoy se presenta una sospecha acerca de su legitimidad como una experiencia propia del arte contemporáneo” escribió Lemus sobre la muestra. Y sí. Porque la muestra no parece el arte de varones, con estatus y dinero de una tradición más clásica. Se cuestiona su legitimidad porque es local, incluso en un contexto de globalización. Porque retrata la juventud, como los pequeños cuadros sin marco de Fernanda Laguna. Porque no solo retrata la pobreza sino que crea desde ella. Y porque es queer, como en el afiche de “Frente de liberacion homosexual” y no por lo trolo sino por lo fuera de la norma, incluso la norma estética. 

Para quien no fue testigo los noventa se resumen en delirio, 1 a 1, pobreza y un Carlos Saúl tan excéntrico que acaparó todos los reflectores. Pero también fueron de mucha ternura, de corazones de peluche y de los marcos de ventanas de Gumier Maier que miran desde una casa de muñecas a un horizonte de colores pasteles, listo para cambiar las reglas del arte contemporáneo. 


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