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CUESTIÓN DE FE


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“El horario de los vuelos para volver a casa, Chile”, así titulaba el diario carioca Meia Hora. Es que si hay algo en que los brasileños pueden presumir, abusar, además del fútbol, es en la fe. En un bar cualquiera de Canas Vieiras, un barrio alejado del clima de la Copa del Mundo, por no recibir ningún partido ni tener equipos fuertes en la liga local, cada uno estaba con su Dios aparte, su Cristo redentor, su virgen de Santa Catarina. Fe. Solo en eso se basan para pensar en ganar la Copa.

Por: Jorge Albarracín (enviado especial)

Ahora sí, vamos a la pelotita, ellos se ven como nosotros los vemos: un equipo largo, sin ideas, sin conductor y con su mejor fundamento para esta copa del mundo; la defensa, vulnerada por selecciones de menor calibre en la fase de grupos.

Así llegaba Brasil a esta final, la primera de las 4 para ser campeón del mundo. Delante de ellos tendrían un hueso muy duro de roer, y lo sabían. Chile no tenía nada que perder y demasiado para ganar. Los trasandinos superaron un grupo dificilísimo, paseando al último campeón, España, y llegaron a estos octavos de final con los colmillos afilados para saciar todas esas ansias de hacer historia y ser profetas en la tierra de Dios.

El Mineirao de Belo Horizonte. Quizá después del Maracaná, por todo lo que este concierne, el estadio más lindo y emblemático de esta Copa del Mundo. El césped mojado por las regaderas, el sol resplandeciente besa al fino paño que invitaba a pasar a los veintidós protagonistas de esta apasionante película.

Desde la pantalla gigante, todo eso parecía lejano, inalcanzable, de otro planeta, y si salías de ahí, te dabas cuenta que estabas en el mismo lugar, o muy cerca, de donde ocurría semejante disputa.

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Es que sí, flotaba en el aire, la chance quizá no era tan grande, pero hoy, Brasil, podía quedar afuera del Mundial en su casa, como en aquella hazaña uruguaya de los 50′.

Los dos equipos salen al campo de juego, la escenografía es perfecta en la mitad de la cancha. Se escuchan los dos himnos y en el bar se paran todos. Se dan fuerza. Saben, y lo dicen entre ellos, que no están bien futbolísticamente. Sin embargo, al primer comentario argento, salen con que la final es entre Argentina y Brasil. No hay que entrar en ese juego. Son fríos y especuladores. Nos tienen miedo. A nosotros y a Holanda. Pero hoy, para los brasileros, el rival era el propio Brasil, y no Chile que estaba en el mejor momento futbolístico de su historia.

El inglés Howard Webb da la orden y el film comienza a rodar. La primera parte del cotejo se asemeja a lo que algunos preveían de antemano. El equipo brasileño intentaba, a la fuerza y velocidad, llevarse por delante a su adversario, sin mediar respuesta. Algunos destellos de Neymar generaban peligro a la defensa Chilena, que aguerrida, esperaba para salir de contra pero no resignaba salir con pelota dominada. Hulk, otra de las individualidades destacadas de esta Selección, empujaba con su característica fortaleza física a los defensores y probaba de media distancia con un tiro que fue tranquilamente controlado por el guardameta chileno Claudio Bravo.

Se avizoraba en el aire que el gol estaba en la puerta. Y así fue nomás. A los 18 minutos de esa primera etapa llega el primer córner para Brasil, que si en algo se destacaba por sobre Chile, dejando de lado el talento individual, era en la pelota parada. Lo tira Neymar desde la izquierda a media altura, desvía con la cabeza Thiago Silva, y la pierna del jugador chileno Jara se cuela antes de que la llegue a conectar David Luiz, quién lo festejó cómo si él lo hubiera hecho, entra al segundo palo de Bravo e infla la red. Ya no había nada más que hacer. Brasil ganaba 1 a 0 y lo hacía bien. La gente deliraba y empezaba a gritar: “4 a 0”, “3 a 1”. Cada uno tenía su vaticinio, obviamente, sobre la marcha.

Pero el rival empezaría a mostrar sus armas, esas que lo dejaron llegar a tan deseada instancia de dirimir con el máximo campeón, en su casa, quién se quedaría luchando por el trofeo y quién volvería con la cabeza gacha a esperar cuatro años más.

Así de metidos estaban los chilenos, que el gol no fue un atenuante para su rendimiento. Caso contrario, para los locales, el gol significó un alivio, y empezaron a tomar el partido con zozobra. Tanto, que a los 32 minutos, una desinteligencia en campo brasileño entre Marcelo y David Luiz le deja servida la pelota a Eduardo Vargas, quién solo se la tiene que tocar al medio a Alexis Sánchez para que este defina. Gol de Chile. Silencio sepulcral. El bar de la alegría, la cerveza y el Campeonato Mundial, se volvía un Pub de cualquier barrio porteño en medio de alguna final por el ascenso o algo por el estilo. Comenzaba el sufrimiento.

La primera etapa se iba como en un suspiro y se empezaban a ver las primeras caras largas. A su lado, los optimistas, aquellos que pensaban que la “canariña” superaría las adversidades y llegaría tranquilo a los cuartos de final.

La segunda etapa comienza con un concepto muy claro de los dos equipos. El de Brasil era atacar a toda costa, sin orden, solo con determinación. El de Chile, esperar en su propio campo para sacar un contraataque letal, resignando ese juego que lo metió en Octavos.

Sin embargo fueron contadas las ocasiones en las que el conjunto local complicaría a Bravo. Tiros de afuera del área, llegadas hasta el vértice de la misma, que se diluían fácilmente. La preocupación se notaba en los rostros. El partido iba a terminar así. Como con México en primera ronda, los brasileños no sabían que hacer, se miraban entre ellos, hasta algún negado se iba enojado a fumar un cigarrillo para pronto volver al comienzo del tiempo extra.

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La chance ya pasaba de ser utópica a real. Brasil podía despedirse del Mundial, a mitad de torneo, en su casa. El escenario se parecía cada vez más al de una definición futbolística en Argentina. Por primera vez, había empatía.

El alargue fue más de lo mismo. Puro nervio amarillo y fortaleza roja. Es más, el conjunto de Sampaoli tuvo en los pies de Pinilla la clasificación en el último minuto de la prórroga, pero el travesaño le dijo que no a las esperanzas chilenas de reeditar el ‘Maracanazo’.

Todo se reducía a la definición por penales. Esos doce pasos que al Director Técnico de Brasil, Luiz Felipe Scolari, lo habían privado de salir campeón de América en el 2000 con el Palmeiras ante Boca, por ejemplo.

Fe. Se hacía presente otra vez y cada vez con más fuerza. De lado quedaron las jarras de cerveza, las mesas, las sillas. La mayoría rezaba sin parar y con los ojos cerrados. Imitaban a sus jugadores, que no hacían más que partir en llanto como si se tratara de que definieran el destino de un pueblo, y no sólo un partido de fútbol.

Calles desoladas. Miradas tristes y tensión en el aire. El ambiente se volvía pesado y poco agradable. Pasa el sorteo de rigor, eligen en arco y ahí van. Los dos superhéroes: Julio César y Bravo. Ellos determinarían la suerte de sus selecciones.

La definición se desarrolló igual que el partido. Comenzó ganando Brasil, dudó, y empató Chile. El ‘Scratch’ volvió a tomar las riendas del juego y los chilenos volvieron a fallar. El palo le dijo que no a Jara, que si como de una broma del destino se tratara, jugó una Copa magnífica, pero en la final, metió un gol en contra y erró el penal decisivo. Todo, en 120 minutos.

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Se desató la fiesta. De repente la angustia se hizo alegría y los rosarios volaron por el aire. Con el Cristo Redentor, la virgen de Santa Catarina y toda la religiosidad Brasil estaba en cuartos y nada más importaba. Sufrió, le costó, pero otra vez estaba ahí.

De lo único que se pueden cerciorar los brasileños de aquí al final, es que nada será fácil. Deben acostumbrarse a este equipo que no es de los clásicos del `70 o del 2002. Es distinto. Latinoamérica ya no solo son tres países. Del otro lado espera Colombia con su hambre y fútbol espectacular.

Igual, ellos, siguen diciendo que los van a pasar para arriba. ¿Por qué? ¿Qué argumento tienen? Porque para ellos, por más que el Papa es argentino, Dios es brasileño y como atendió aquella tarde en Belo Horizonte, va a atender el viernes en Fortaleza ante, seguramente, un calor insoportable.

Creer o reventar. Al final ¿Todo esto del fútbol es una cuestión de fe? Puede ser. Por las dudas a San Pablo me llevo la estampita de Francisco.

Quien te dice… Ojalá no sea necesario.


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