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Desentrañar las penas


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Tramos de horror, tramos de dolor, tramos de crecencias que acaban con un relato que describe pormenores de una  historia que aún continúa siendo soporte de muchos y veneración de muchos más. Matías Segreti a través de su libro “Gauchito” nos introduce en momentos de la legendaria historia del Gauchito Gil para, quizás, darle mayor entidad a la que se construye día a día o para reforzar la existente. 


A lo largo de la ciudad Autónoma de Buenos Aires, en primer lugar, y alrededor de distintas ciudades y pueblos de la Argentina el mito del Gauchito Gil persiste de una y mil formas. Con celebraciones, con altares, con ofrendas, con tatuajes, con pulseras y otras representaciones que veneran la existencia de la historia que se perpetúa y que suma adeptos fervientes a este mito o historia “verídica” de este personaje que trata de desnudar en su libro el escritor Matías Segreti. 

En todos esos lugares en los que Antonio Mamerto Gil Nuñez llegó hay una puerta de entrada a su vida, a su forma de defensa de otros, a su existencia, a su creación. Ahora bien, ¿qué se propone el escritor? ¿qué busca mostrar? ¿quiere revelar algo?  ¿Acaso sólo nos muestra algo del mundo que estuvo en la vida de Antonio? ¿Qué relación mantiene esa imagen tan multiplicada por miles y que recorre lugares inhóspitos, lugares que quizás resucitan con su llegada?. 

Las historias se pueden contar a través de múltiples versiones, algunos eligen y deciden referenciarse en libros. Otros profesan ese relato sobre versiones de las voces que dan testimonio de ello. Otros, en cambio, buscan a través del recorrido por los lugares que forman y constituyen ese mito, relato, historia, constatar qué quedó y qué hay de nuevo a los ojos de quién quiere hablar y situar ese paso a la inmortalidad. 

El autor dispone de algunos recursos propios, y suma otros externos en los cuales se distingue y referencia para llegar a él. Mostrar a ese Gauchito que pateó calles de tierra, buscando justicia e igualdad social. En un inicio, el escritor relata las distintas plazas de su barrio de origen, y la plaza en particular donde azarosamente conoce al Gauchito, nos va trasladando de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo hasta llegar casi a la imagen menos esperada de la muerte del Gauchito y al comienzo de su veneración.  “Colgado de un árbol patas para arriba, los soldados lo encapuchan por temor a su mirada. El campo llano atestigua la vergüenza. El pelo cae y se funde con la tierra, el colorado de la vincha ya no se ve. No hay quejidos; el silencio pesa como una tormenta”. La muerte ha llegado para el Gauchito Gil. 

Inicio de una travesía literaria propuesta por Segreti que deja expectante al lector ávido de saber por qué se consolida la figura del Gauchito tantos años después de su muerte. ¿Acaso hay una única explicación posible?. Entre varios tramos peculiares del libro, uno destacable es el que ubica a “la literatura , las expresiones artísticas, la religiosidad popular no van a olvidar las muertes silenciadas, las violaciones del Estado, ni el aparato represivo sobre sectores populares”. 

Segreti busca convencernos de qué, por qué y para qué. O quizás no. Pero sí nos quiere adentrar en saber algo de aquella historia pasada hoy tan reciente en la vida cotidiana de tantos. No sabemos del todo cómo promueve a esto, pero sí, emerge la oportunidad de descubrir, desde la mirada de los cercanos que se cruzaron en al vida de Antonio, que la presencia del Gauchito valió para proteger a los desprotegidos, para cuidar a los desvalidos, para acompañar a los camioneros que en tantas y en tantos kilómetros de ruta lo saludan y lo refrendan. 

Hay varias voces que conocen a ese Gauchito. Que lo cruzaron una noche. Que lo cruzaron en una fiesta. Que lo cruzaron en un pueblo. Que lo cruzaron en un baño. Que hubo un seis de enero que fue un día fatídico. Que hubo soldados dispuestos a matarlo. Que hubo saña a su alrededor. Que hubo una exposición innecesaria de su cuerpo. ¿Cómo se llega al tremendo acto de falta de humanidad? Sólo aquellos que buscan borrar a los hombres o mujeres promueven la igualdad social como parte de sus valores, son quienes deciden ingresar al momento de aniquilar a esas figuras veneradas. ¿Cuántos personajes, vulnerables, tanto como él  quisieron acercarse un poco más a su idiosincrasia?. 

“Una nube acecha, blanca, huérfana, espasmo de alguna tormenta que no pasó los esteros. El raudal dibuja en la bóveda del monte el cuerpo de una yarará. Avanza gateando con forma de esquela como si tuviese un mensaje crucial. En un punto, sobre el tejido de ramas grises del algarrobal, donde los pájaros supervisan la oscuridad empieza a crecer y su color cambia. Del blanco pasa al gris y del gris al verde. Cambia de forma, abandona el cuerpo  víbora y se transforma en una especie alada parecida al gira gira”: Un escenario perturbador entre naturaleza y mutación. Presagio de un escenario que está circunscripto al propio protagonista de la historia. Un escenario que lo acompaña, mejor dicho, en instantes de esta historia lo visita. Y los escenarios están sujetos a los hechos. 

El Gauchito desafía a sus hostigadores. Los señala con lo dicho: “mirenme a los ojos, no sea cobarde que está frente a un hombre que le queda poco y no ha tenido nada. Vaya a su casa, visite a su hijo. Con la sangre de un inocente se cura otro inocente”. Así los desafía. Poco resto le queda a Antonio pero sí espíritu para zarandear a sus asesinos desde su decir. A veces las creencias se afirman sobre las vacilaciones. Pero acaso todo gauchito puede ser un ¿Gauchito Gil?. No, seguramente tomarán algo de él para resignificar su propia esencia basada en la del Gauchito Gil. 

Casi en el cierre de su libro, Segreti, compone un discurso sutil y embelesado de Antonio Mamerto Gil Núñez. Imágenes que condensan, que se cubren y protegen del horror.  Imágenes fundidas entre dolor y corazón. Entre desazón y corazón. 

“El soldado apaga un cigarro con la suela de la bota. Frota sus manos para volverlas valientes. Se acerca al cuerpo que cuelga del árbol, tira del lienzo para quitar la capucha que enceguece al gaucho y los ojos de Antonio absorben la luz del amanecer. Una mueca parece demostrar una tranquilidad severa, como quien conoce su destino y su partida es sólo un paso más”: He aquí unas de la síntesis casi perfecta de un momento cruel y duro de pasaje a la inmortalidad del mito o una de las historias gauchescas más populares de la Argentina. 

Buscar similitudes no sería genuino. Buscar certezas de la historia aún menos. Las certezas se constataron in situ. Luego son historia. Y luego son relato de esa historia. 


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