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“EL 22 DE AGOSTO DE 2002 ME CAMBIÓ LA VIDA”


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Una mañana tranquila, mientras él se dirigía a trabajar, fue atropellado por un camión, que lo dejó tendido en el pavimento con la cabeza rota y el cruel complemento de la lucidez. Las ruedas del vehículo se detuvieron encima de sus piernas. “El 22 de agosto de 2002 en Juan B. Justo y Gorriti me cambió la vida”, me dijo una tarde en Villa Crespo.
Es una tarde cálida en Buenos Aires, mientras que muchos están sumergidos en sus trabajos y su cotidianeidad, las parejas ancianas pasean de la mano y las jóvenes modelan por la vereda vistiendo la primavera. Casi oculto en el paisaje un hombre habita varado en la puerta del Coto. Tiene un semblante oscuro y lo acompañan un par de muletas. Viste discretamente pero se destaca un gorro negro y sucio que cubre algunos de los 108 puntos que tiene en el cuerpo. Me acerco tímidamente y con miedo ante la mirada ausente y perdida. En sus ojos muestra un poco de resentimiento, con él mismo o con la vida. Es Marcelo. Ahora tiene 35 años y lleva puesto un certificado de discapacidad en el pecho.-Con esto laburo –cuenta-.

Es la única manera que tiene de trabajar, poniéndose un cartel en el pecho y tratando de dar lástima.

-Aquel accidente me mató.

Marcelo había formado una familia cuando cumplió la mayoría de edad. Vivía en Buenos Aires con su mujer y su hija, trabajaba y todo funcionaba. Un día viajaron a Catamarca tras el accidente porque él ya no conseguía trabajo. Después de tanto dolor intentó encontrar una esperanza. No les quedó otra que recaer en la casa del padre de su señora, que para colmo le caía mal. Las cosas no iban del todo bien, él sufría a cántaros su nueva condición y sus seres queridos no se adaptaban al nuevo Marcelo. El drama y la tensión de la convivencia se habían vuelto un hábito. Agarró su mochila, sus muletas y se fue: no aguantó. Necesitaba sufrir en soledad. A cambio, le dejo un local de ropa a su hija para que se mantenga. Se marchó en solitario, como un adolescente atolondrado.
Ahora y hace más de diez años en Villa Crespo no consigue trabajo. Duerme en el Banelco y cobra su pensión, no le gusta descansar en la calle con los demás linyeras.
-Es un ambiente muy tumbero –dice-. Yo prefiero dormir en la puerta del banco, ahí es mucho más seguro, aparte yo no ando en cualquiera.
Acá en Buenos Aires, Marcelo logró trabajar en pequeños lugares, pero siempre con gente conocida. Ahora ya no, ya está resignado. La vida le pegó dos veces y lo refleja en su cara, pero a pesar de eso no cae en el camino de la delincuencia.

-Igual, con la plata que me da la gente a veces me la gasto en escabio y droga, pero me la pago yo. –me comenta mientras despliega una sonrisa que parece atrapada-.
Matías Fernández Burzaco


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