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GUARDIA BAJA


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Una radiografía del Hospital Durand.

Por Griselda López y Martín Pelitti

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La emergencia llama
“Las consultas se realizarán por orden de llegada”, se lee en la puerta del consultorio de Clínica Médica. Una doctora sale con un papel y una birome, pregunta quiénes son los últimos que han llegado y anota sus nombres. La situación es medianamente calma; en la sala de espera hay asientos libres y nadie se abalanza sobre la puerta del consultorio. Nadie organiza, son los mismos pacientes quienes deben, con honestidad, decir quién llegó primero. A la izquierda de la puerta principal, que da a la calle por donde circulan ambulancias, hay un vidrio con dos agujeros para comunicarse con quienes están dentro de la pequeña oficina. Allí no hay empleados administrativos sino dos guardias de seguridad que mucho no dicen. El mismo cartel acerca del orden de llegada está pegado sobre el vidrio y eso es suficiente. A simple vista parece faltar gente, o al menos una persona, que organice un poco el orden de atención.
Los pacientes al ser consultados intercalan opiniones positivas sobre la atención profesional con otras negativas a cerca de la calidad del edificio y la demora para ser atendidos. La mayoría está tranquila y no protesta. Como Roberto (58) que lleva dos horas esperando y que seguramente volverá a su casa en otras dos horas, pero que no duda de la calidad de atención del hospital. “Es excelente, los médicos son pacientes y se nota que tienen vocación. Ahora, el edificio no está muy bien pero tampoco uno puede quejarse de todo”. O como Silvana (30) y Rodrigo (31) que cada vez que tienen algún problema de salud acuden a esta guardia y hasta ahora se han ido siempre satisfechos. “Uno llega y ve que hay alguna gotera –y señala el techo húmedo- o algún asiento roto, pero ahí dentro –en referencia al consultorio en sí mismo- no te dejan tirado”.
Adentro hay otro panorama. Apenas pasando la puerta que separa el consultorio de la sala de espera, hay tres personas en tres camillas distintas. Un señor de traje al que le dio un pico de presión y una chica con el tobillo torcido están de un lado. Un biombo en el medio los separa de la otra camilla, sobre la cual una anciana semi desnuda grita por el dolor. No se sabe todavía que tiene, o qué le duele, pero cada alarido le agrega una sombra más a la sala. “Hoy hay poca gente, en esta salita pueden llegar a haber cinco o seis personas”, comenta la doctora Claudia Ríos, médica clínica especializada en diabetes que trabaja en este hospital hace más de 10 años y está a cargo de la guardia. La doctora también menciona la falta de enfermeros, que es para ella uno de los problemas más importantes y que más caos generan.
La siguiente habitación es un hall con algunas bachas e instrumentos quirúrgicos varios. Ríos comenta que en días más caóticos los pacientes también ocupan ese espacio. Al lado del primer cuarto con las tres camillas se encuentra el Shock Room, lugar especialmente diseñado y equipado para la reanimación y atención de pacientes críticamente enfermos. En el caso de la guardia este espacio estaría destinado a los pacientes que llegan en estado más grave. Tiene capacidad para dos personas, pero como no es de extrañar, hay tres camas. Dos en sus lugares correspondientes y la otra en el medio, de manera improvisada.
Luego, cruzando otra puerta hay otro cuarto para shock nuevo. Tan nuevo que las lámparas aún tienen los envoltorios plásticos. Tan nuevo que tiene la luz apagada. Y tan nuevo que no hay ni pacientes ni médicos en él. El colmo de la medida sanitaria de cartón. En 2013 se inauguró esa sala, pero como no hay médicos ni enfermeros, no se puede usar.
Los gritos continúan, pero para la doctora Ríos y los enfermeros no son una novedad. Se nota que conviven con estas situaciones. La señora no habla, balbucea quejas y sigue gritando. Se retuerce en la camilla. Los otros pacientes están más tranquilos, pero el hombre de traje reclama que lo vengan a controlar. “Quiero que me saquen estos cables así me voy a mi casa”, pide el señor mientras su mujer lo espera a un costado. Otra doctora le dice que sea paciente, que ya lo van a venir a atender. El personal de enfermería no abunda.

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Durand y los enfermeros
“El problema de la enfermería es gravísimo acá, es un tema muy picante. La salud no termina en la operación, recién empieza. Hay que cuidar el post operatorio. Descuidar eso es dejar a la suerte la vida de algunos enfermos”, comenta con indignación Héctor Ortiz, quien es delegado general de ATE en el Durand desde hace 10 años. Hace otros 32 que es enfermero y en cada palabra denuncia lo que para él es una situación bochornosa. Se refiere a las autoridades de la ciudad como mentirosos y desinteresados por la salud pública. Denuncia falta de insumos, sueldos bajos y agresiones al personal por parte de algunos pacientes que no soportan las largas esperas hasta ser atendidos.
“El discurso del gobierno de la ciudad es que no hay enfermeros en el país y eso es una mentira. Acá en la esquina [del Durand] está la Escuela de Enfermería del Hospital de la que salen casi 300 profesionales por año”, dice Ortiz; y agrega que el problema es que esos egresados no son incorporados al sistema público de salud, que no hay un plan para eso; y que entonces ellos lógicamente eligen ir a donde les pagan mejor, que son las clínicas privadas. Y al respecto agrega: “Allí las condiciones son otras, ganan más y no les falta nada. Acá, en cambio, faltan insumos y no nos dan ni uniformes ni comida. Un uniforme cuesta entre 300 y 500 pesos y uno tiene que tener dos o tres como mínimo. Eso debemos comprarlo nosotros, es lamentable”. Varios enfermeros y enfermeras, que no quisieron dar sus nombres ratificaron los dichos del delegado acerca de los uniformes y la comida. Además, algunos estudiantes de enfermería consultados en off ratificaron los dichos del delegado. Si les dan a elegir, optan por la clínica privada; trabajar para el Estado no les da seguridad.
Para poner en claro que la competencia entre los hospitales públicos y los privados es desigual basta con poner sobre la mesa el sueldo que gana un enfermero ingresante, uno de ésos que sale de la Escuela de Enfermería del Durand o de alguna de las restantes; que casi siempre elige el privado por sobre el estatal. Ortiz lo deja claro: en el Durand el sueldo para un recién recibido es de 7.000 pesos en mano y en una clínica no estatal, de 10.000 pesos como mínimo. Y la solución por parte del gobierno de la Ciudad para compensar esta diferencia es algo llamado “módulo de enfermería”, un eufemismo para denominar a las horas extra.
Treinta y cinco horas por semana es el trabajo estándar que realizan las enfermeras, pero como muchas veces el sueldo producto de ese trabajo no es suficiente, deben recurrir a los famosos módulos. Haciendo una cuenta rápida. 35 horas por semana son 140 al mes, lo que da un promedio, tomando en cuenta el sueldo de 7.000, de 50 pesos por hora. Ahora, ¿cuánto se pagan las horas extra? 30 pesos. Violencia institucional, se dice comúnmente. Pero, ¿y la violencia física?
Los pacientes, desesperados por la falta de médicos y enfermeros, por las varias horas de espera hasta ser atendidos, o por la misma dolencia que los lleva al hospital, se transforman muchas veces en agresores circunstanciales de profesionales médicos y no médicos. No sorprenden las agresiones. Al respecto el camillero de 60 años Jorge García cuenta: “Yo estaba llevando una camilla desde la sala de espera hasta la guardia y me increpó una persona y me preguntó porque no lo atendían. Le respondí que yo no era quien decidía eso y enseguida me agarró del brazo y me empujó. El empujón hizo que me cortara un dedo con un fierro de la camilla. Hace quince días que tengo el dedo hinchado”. García agrega que la situación también es tensa en las guardias de los sábados a la noche o domingos por la madrugada. Dice que muchos pibes están muy borrachos o drogados y que hasta le piden barbitúricos.
¿Y la Policía? Hasta 2010 era la Federal la encargada de custodiar tanto el Durand como el resto de los hospitales capitalinos. En febrero de ese año comenzó a trabajar la Metropolitana en la ciudad y entonces los hospitales pasaron a ser custodiados por seguridad privada. Nuevamente, según Ortiz, el gobierno porteño aduce que no tiene capacidad numérica para mandar oficiales al Durand. Otra respuesta que no satisface a los empleados de la salud, quienes muestran su descontento frente al poco número de efectivos.

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Leyes y billetes
El Hospital Durand es sólo uno de los eslabones de la gran cadena que es el sistema de salud porteño diseñado por el artículo 10 de Ley Básica de Salud de la Ciudad, la norma que regula la cuestión junto a la Constitución local. Este hospital pertenece al área estatal y depende de los recursos del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que, a su vez, organizó al distrito en regiones sanitarias. Cada región tiene sus respectivos efectores, unidades locales encargadas de proveer salud. El Hospital General de Agudos Dr. Carlos Durand integra la región III en el centro geográfico de la ciudad, el barrio de Caballito. Durante 2014 sus consultorios externos atendieron a más de 5820 mujeres y a cerca de 3952 varones. De esos 9772 pacientes totales, el 34,06 % perteneció al conurbano bonaerense con predominio del Partido de La Matanza donde presumiblemente, la carencia sanitaria expulsó a los nacidos en el oeste de la provincia hacia la capital.
De los 59.500 millones de pesos que el gobierno de la Ciudad destinó a la salud en su presupuesto 2014, el Hospital Durand recibió una partida equivalente al 22 % de ese monto y el 76% de sus gastos internos correspondió a pagos de personal. Sin embargo, una recorrida por las instalaciones, la observación de la guardia general y la palabra directa de los médicos sirven para constatar la falta de personal como una de las principales fallas de esta institución. Sin personal calificado en número suficiente, las partidas presupuestarias, las instalaciones, los bienes de uso se vuelven inoperantes, inútiles y la salud, una mera declaración.
La salud es un derecho a garantizar, según el artículo 20 de la Constitución porteña y se le asigna un sentido integral que comprende la satisfacción de necesidades como la alimentación, la vivienda, el trabajo, la educación, la vestimenta, la cultura y el ambiente. La prevención y la protección que brinda el área estatal son gratuitas: todas las personas están eximidas de hacer cualquier pago directo por la atención recibida y el gasto público en salud se considera inversión social prioritaria.
En los hechos, los profesionales del Durand lucen desgastados. “La falta de médicos es grande en todo el hospital porque los nombramientos demoran aproximadamente 4 años en llegar”, dice la doctora Ríos. Pide celeridad en los nombramientos y se queja: “Todo es arbitrario, bajo cuerda, se ocultan los concursos, que te aceptan, que no te aceptan. Hay mucho maltrato hacia los médicos”.
El Hospital sigue funcionando y es casi imposible intuir la trama tejida en torno de la administración del personal médico. “Un médico puede venir y trabajar y no cobrar directamente sino a través de otro médico que le presta su ficha”, comienza a explicar Ríos. “El médico que presta la ficha cobra su sueldo y le entregan un recibo aparte pero le tiene que descontar al colega nuevo lo que le deducen de impuesto a las ganancias. El médico que recién ingresa a la guardia termina ganando 1500 pesos en mano. No tiene obra social, tiene que pagar su seguro de mala praxis, etc. No existe más que para sus compañeros”, describe la médica que eligió la militancia en ATE profesionales para ir tras lo que considera justo. La justicia está en la letra de la Constitución porteña y su Ley Básica de Salud que garantizan un régimen de empleo público que asegura la estabilidad y se sustenta en la idoneidad médica. Organizan carreras por especialidad e ingreso por concurso público abierto (artículo 20 de la Constitución local).

Otro diagnóstico
Fuentes de la Sección de Control de Salud del hospital se niegan a dar un dictamen sombrío. Consideran la falta de médicos como una falla estacional y no habitual y en cambio, sí admiten la insuficiencia de enfermeros.
Raquel Herrero, diputada por el PRO y presidenta de la Comisión de Salud porteña, señala el incremento presupuestario del 61% que el sistema sanitario registró en 2014 respecto de 2013 y las obras realizadas en el Hospital Durand, en particular. “En cuanto al equipamiento médico, existen 206 camas distribuidas en cinco pisos que ahora cuentan con equipos de última generación, los monitores multiparamétricos conectados a centrales de monitores en cada área, los respiradores adultos y pediátricos, cardiodesfibriladores y eletrocardiógrafos”, enumeró la legisladora.
Herrero reconoce la escasez de enfermeros pero aclara que “es un inconveniente en general, no sólo en la Ciudad de Buenos Aires” y menciona incorporaciones recientes de recursos humanos: 80 profesionales médicos especialistas para las áreas críticas a lo que se suman 140 enfermeras, 9 administrativos, 4 técnicos y 9 camilleros. Y eso no sería todo sino que se prevé el ingreso de más personal a este hospital. La comisión estudia proyectos que proponen que las estudiantes que egresen de la Escuela Superior de Enfermería Cecilia Grierson, ésa que está en la esquina del hospital, comiencen a trabajar en el sistema público de salud.

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Un servicio omnipotente
Pasar un rato en la guardia médica es ver llegar de un momento a otro una ambulancia del SAME, el servicio de atención médica de emergencias.
Cuando llega al hospital un pedido del SAME o uno de sus transportes con pacientes a bordo, la guardia se revoluciona. “Los médicos tienen que hacer ambulancia, lo que viene a ser un acuerdo con el SAME que no tiene médicos propios. Los profesionales que salen son del hospital, tienen que dejar de hacer lo que están haciendo y salir con la ambulancia”, explica la doctora Ríos. Un entrenamiento forzoso por el que pasa cualquier profesional recién recibido que quiera trabajar en un hospital, “hacerse”, como quien dice, en el lugar donde pasa de todo, donde apenas se descansa. “La prestación de ese médico no va a ser excelente mientras no tome experiencia. Antes de entrar a ser médico de guardia tendría que haber una capacitación especial. Ese profesional aprende sobre el paso y si se queda es porque la mayoría está en negro y decide irse”, afirma Arturo Álvarez, médico de la guardia del Durand, especialista en cardiología y emergentología.
Mientras los pasillos del hospital y sus pisos superiores están silenciosos y casi desérticos en un día domingo, la guardia vive con hombres y mujeres en espera de un lado de la puerta, y médicos y pacientes en camillas del otro lado, en cuartos pequeños o en pasillos que ofician de habitaciones en los días de colapso. La falta de insumos o la infraestructura insuficiente que denuncian los profesionales no permitiría que los problemas se canalicen por las vías normales, los servicios de cardiología, urología y otras especialidades médicas. La guardia, sin querer (o sí tal vez), se convierte en el corazón del hospital, en ese servicio que cubre todos los frentes: las urgencias de cada día, los llamados del SAME y las complicaciones que se vuelven patologías graves por el paso del tiempo sin la atención debida. La salud porteña, reconocida como libre y gratuita, merecería también mayor dedicación antes de volverse incurable.


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