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HIROSHIMA Y NAGASAKI EN LA VOZ DE SEIS SOBREVIVIENTES


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A 70 años de su primera edición, Hiroshima, de John Hersey, confirma que el periodismo es una herramienta fundamental para no olvidarse de las grandes tragedias.
Por Germán MasserdottiJohn Hersey (1914-1993), es el autor de la crónica que marcó época en la historia del oficio periodístico. Le puso un título breve: Hiroshima, pero ocupó 150 páginas del ejemplar de The New Yorker del 31 de agosto de 1946. En 2016 se cumplen 70 años de su aparición.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez tradujo para Debate una nueva versión en castellano de la obra del periodista norteamericano. La primera había sido publicada en Argentina y salió en 1962.

En una entrevista de la colega Mora Cordeu, publicada en TELAM, Vásquez afirma que Hersey “escribió «Hiroshima» en una época en que el periodismo norteamericano cristalizaba alrededor de esa idea: el periodista debe ser invisible, la historia debe contarse a sí misma”. El periodismo «Gonzo» de Hunter Thompson, por ejemplo, “donde todo depende de la primera persona”, es el otro extremo. Vásquez señala que “cada historia o cada tema exige sus propias estrategias”. Así, “esta supuesta imparcialidad o invisibilidad le da a «Hiroshima» una potencia, una urgencia, que no tendría si viéramos a Hersey todo el tiempo”.

A propósito de la crónica de Hersey, el traductor colombiano señala que la mejor virtud del gran periodismo es “hacer que lo abstracto se vuelva concreto y que el ser humano vuelva a ser la medida de las cosas”. Hasta que leyó la obra de Hersey, la bomba era para él “una nube en forma de hongo”. Sin embargo, “la imagen del hombre con los ojos derretidos o de las sombras que el calor imprimió en la piel de las mujeres no me abandonarán nunca”, concluye.

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El resplandor silencioso de la bomba que explotó sobre Hiroshima resulta un punto de referencia central para la pluma de Hersey. Relata el fenómeno desde la perspectiva de seis sobrevivientes: la señora Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño; el doctor Masakazu Fujii, encargado de un pequeño hospital cercano al río Kyo; Hatsuyo Nakamura, una viuda con tres hijos pequeños; el padre jesuita Wilhem Kleinsorge, misionero alemán; Terufumi Sasaki, un joven cirujano y Kiyoshi Tanimonto, un pastor metodista.

La nueva edición incluye cinco capítulos: los primeros cuatro corresponden al artículo publicado por The New Yorker y el quinto es un trabajo de Hersey escrito en 1985 titulado “Las secuelas del desastre”. Observa Vásquez que la perspectiva de Hersey en el nuevo capítulo resulta desalentadora. La resume con estas palabras: “la tragedia atómica, la muerte de miles de civiles, no era necesaria para ganar la guerra. Es más: Hiroshima fue una especie de laboratorio en que una potencia de la incipiente Guerra Fría le mostró a la otra lo que era capaz de hacer. Que tantos no-combatientes hayan perdido la vida en ese espectáculo de fuerza no sólo es terrible: es inmoral. Esa indignación, en sordina y entre líneas, está en «Las secuelas»”.

En el prólogo que escribe para esta nueva traducción, Vásquez observa que los historiadores, en nuestros días, dan por sabido “algo que Truman omitió en sus memorias con la desfachatez propia de algunos memorialistas: que la primavera de 1945 trajo consigo la derrota absoluta, aunque no declarada ni hecha pública, de Japón”. La bomba no resultaba necesaria para que se rindiera el imperio japonés. Lo que se buscaba, en realidad, era una prueba de fuerza para disuadir a la Unión Soviética. “Así es la cosa: Truman, convencido de que la demostración de la bomba le permitiría dictar los términos de la política mundial e imponerlos a la amenaza comunista, eligió a ciento cincuenta mil civiles como ratas de laboratorio, eligió dos ciudades enteras como gigantes polígonos”, agrega. La estrategia había funcionado para dominar la amenaza comunista durante algunos años. Sin embargo, en septiembre de 1949, “la Unión Soviética anunció su propia bomba. Y nuestra época mitológica y caricaturesca –la época de los países ricos y la alienación (o no) de los pobres; la época de los espías y el doctor Strangelove; la época del zapato de Kruschev y los misiles cubanos; la época de las reuniones en Islandia, ya se dieran entre los dos líderes o entre los dos ajedrecistas de las dos potencias- fue inaugurada”.

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En la entrevista concedida a TELAM, Vásquez reflexiona sobre el oficio. “«Hiroshima» es gran periodismo y el gran periodismo no sólo sigue teniendo vigencia: es más urgente y pertinente y necesario que nunca. Junto a «Hiroshima», mucho periodismo de hoy se ve como un juego amateur. Y aquí viene Hersey a recordarnos la virtud de ver con los propios ojos, no con los de Facebook, y el afán de entender, el maravilloso afán de entender que reemplaza la pasión de las redes sociales por juzgar, señalar con el dedo y condenar desde lejos”, concluye Vásquez.

Ahora como en el momento de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, la humanidad forja y padece a la vez una “noche ética”. Simbólicamente, uno podría interrogarse como Myeko, la hija de cinco años de la señora Hatsuyo Nakamura: “¿Por qué se ha hecho de noche tan temprano? ¿Por qué se ha caído nuestra casa? ¿Qué ha pasado?”.

Entonces, ¿resulta posible hacer periodismo después de Hiroshima y Nagasaki? Con la obra de Hersey como faro, se puede hacer periodismo y del grande. Lo que no resulta posible es escribir olvidándose de ellas.


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