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LA FAMA QUE NO OPACA LA SOLIDARIDAD DE ANTONIO SEGUÍ


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En un atelier ubicado casi al fondo de un castillo perdido en Arcueil, suburbio que se encuentra a 12km al sur de la capital francesa, el artista argentino Antonio Seguí pasa gran parte de su día. Tiene 86 años, pero hace más de 50 que vive ahí. Llegó a esta casa sin mucho plan porque mientras trabajaba en el taller del otro Antonio, Berni, recibió la carta que anunciaba el regreso de su dueño.

Por Camila Brizuela

Seguí estuvo cinco años restaurando su casa actual porque estaba en ruinas y funcionaba como un conventillo habitado por 25 personas. Y con el compromiso de restaurarla con la fachada original, la Municipalidad le vendió ese monumento histórico. De esta forma, muchos de los ocupantes quedaron a la deriva, y por eso Antonio, con su solidaridad casi tan característica como los bigotes largos y ondulados que tiene, se encargó de ayudarlos para que se mudaran: “lo hago porque es mi forma natural de actuar”.

El taller de Antonio es un agregado de la casa más moderno, un salón grande, con paredes blancas, piso de madera brillante y ventanales que dan al jardín del fondo, pero sobre todo es el lugar de trabajo del artista. De lunes a lunes dibuja, pinta e ilustra. Es el lugar que pasa desde las 9 de la mañana hasta las 8 de la noche, con un corte breve para almorzar con su esposa, la curadora Clelia Taricco. “Si no trabajo todos los días no sé qué podría hacer, esto me lo preguntan mucho dado a mi edad pero yo les pregunto qué le parece que podría hacer”, dice.

Seguí nunca deja de trabajar y así lo va a hacer hasta el día que el cuerpo le diga basta. Su atelier está lleno de obras, obras apiladas en un rincón, arrimadas contra una pared, tapadas con una tela blanca y por encima de bancos, mesas y muebles. Litografías, fotograbados, aguafuertes, aguatintas, serigrafías, carbolitografías, linograbados y carborundums. También ilustraciones de libros, esculturas y pinturas, trabajos que son hechos con la agilidad de sus manos y la imaginación de su cabeza. Creaciones que, en su mayoría, moldean los recuerdos de su infancia. La presencia de su niñez en sus obras lo demuestra en el documental Cuando sea grande realizado en 2015 por Emilie Berteau: “todos mis trabajos están relacionados con mis recuerdos y juguetes de infancia. Es una incomodidad recibirse de adulto, ¿no?”

Muchos de sus trabajos se exponen y muchos otros, se donan: 16 piezas de carborundums fueron donadas especialmente al Museo del Grabado, piezas que se alojan en forma provisional en la Casa Nacional del Bicentenario. Este gesto solidario se suma a la lista de donaciones que hizo en estas últimas dos décadas: cedió obras propias y de otros artistas al Centro de Arte Contemporáneo del Château Carreras y 600 piezas gráficas al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Estas acciones tienen que ver con el contexto económico actual de la Argentina, país que supo poner a la cultura en alerta. “Lo hice en Argentina porque es mi país, y mis raíces están ahí, es una forma de agradecimiento por todo lo que me dio, como la educación gratuita, por ejemplo”.

Antonio apuesta a las donaciones en pos del contexto socioeconómico. Él cuenta que las primeras entregas gratuitas las hizo en su Córdoba natal y que las hizo, más que nada, pensando en los años 70, cuando intentaron hacer el Centro de Arte Moderno que funciona al día de hoy, pero que en su momento sufrió muchas dificultades. “Óigame, si a uno le ha ido bastante bien, creo que tiene que tener un poco de empatía con el país que le dio origen”. Aunque no fue sólo la Argentina el país que tuvo el placer de recibir las donaciones de Antonio: este año hizo una gran donación para la Biblioteca Nacional Francesa, que consistió en una entrega de 800 piezas de todas las series que hizo de sus grabados y de libros que ilustró en estos últimos 30 años.

Antonio Seguí fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el gobierno francés y es miembro de la Academia Europea de Ciencias, Artes y Letras de Francia. Pero él nunca olvida sus raíces, que están en la ciudad cordobesa de Villa Allende, el lugar donde nació 86 años atrás.

A él le gusta tomar sol, por eso cada año escapa del invierno europeo y comienza su tour por Sudamérica. Desde Necochea (ciudad natal de su esposa) hasta Punta del Este, y desde las playas del Uruguay hasta Córdoba, para terminar sus vacaciones en Buenos Aires. Pero así y todo Seguí cuenta que él elige París para vivir porque es la ciudad donde puede vivir de lo que hace: “Cuando mi vocación se despertó, me di cuenta que en Córdoba no la podría haber aprovechado”.

Aunque Seguí vive y trabaja en Francia, muchas de sus obras atraviesan el mundo. Antonio realizó más de 200 exposiciones individuales en los cinco continentes, representó al país en la Bienal de Venecia, ganó casi 40 premios internacionales y sus obras forman parte de al menos 90 colecciones públicas del globo, como el MOMA de Nueva York o el Pompidou de Francia. Pero por más reconocimiento que reciba, él afirma que la felicidad de lo que uno hace no está ahí. Lo que siempre está es el arte, “pero eso no quiere decir que siempre me salga bien, porque para que me salga bien tengo que hacer muchas cosas malas”.

Mientras Seguí reubica las piezas que tiene en su taller, en aquel monumento histórico de Arcueil, recuerda aquellos años en los que la Argentina vivía la dictadura militar. Muchos de sus reconocidos amigos escapaban del terror que estaba viviendo el país y se iban a exiliar a la casa de Antonio, que abría sus puertas para todos sus conocidos. “Algunos vivieron, a otros los alojé el tiempo que pude y fue la única vez que pasé más de diez años sin venir a la Argentina”. Su taller siempre tuvo las puertas abiertas pero en este último tiempo prefiere resguardar su lugar, que entre rodillos, pinceles, marcadores, pinturas, colores, papeles y obras, muchas obras, vivencia cómo transcurren los días de Seguí.


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