Alejandro Seselovsky entra al aula acalorado. Pide un vaso de agua. “¿A quién le gusta el boxeo?”, pregunta. Todos señalan a un alumno del fondo. El escritor ya tiene la atención de todos. Saca su computadora y lee en voz alta una crónica que escribió cuando cubría una pelea.
Por Paula Llana
El periodista, autor de “Cristo llame YA”, “Trash: Relatos de la Argentina mediática” y de algunas crónicas imborrables para Rolling Stone y Orsai, se para al frente relajado e inquieto. Mueve las manos, gesticula. La misma persona que se vistió de ciruja para lograr entrar al Ceamse y poder narrar la muerte de un joven tapado por la basura, escribió –no mucho tiempo después– la biografía del polémico Ricardo Fort. Y ahora hace lo mismo con uno de los hombres más mediáticos: Marcelo Tinelli, para Editorial Sudamericana. No vino a desmitificar el periodismo de espectáculos, de gente mediática; pero lo hace.
“No hay fronteras entre la vida y la escritura. Hice textos sobre realidad social. Temas duros, ásperos. Pero empecé a ver televisión y ahora estoy escribiendo una biografía sobre Tinelli”, relata. Para Seselovsky, el periodista debe dejarse llevar por su fascinación: “Me relajé, me retiré de la producción de algunos textos para dejarme atraer por otras cosas: muere Fort y me fascinó”, asegura.
La realidad social, como él la llama, no deja, sin embargo, de estar en sus producciones: para él estos fenómenos del espectáculo y la reacción del público “nos explica como sociedad mejor que el Ceamse”.
De todos modos, resalta el valor de la crónica, género que redactó durante tantos años. Y allí, la clave está en mirar a donde nadie está mirando, “al costado de la historia”. Alguien, preocupado, pregunta si puede ser que en el momento en que se busque un suceso para narrar, no suceda nada. Y es que para Seselovsky no tiene que ver con lo que está pasando, aunque el mundo sea “una constante y furiosa construcción de escenas que están pasando”, sino con la mirada que se deposite sobre eso.
Seselovsky trabajó en varias revistas –actualmente lo hace en Rolling Stone– y escribió algunos libros. Sabe de escribir. Pero afirma que “el trabajo es en el campo”. La escritura es la recompensa por haber hecho el trabajo, pero no es más que volcar en papel todas las sensaciones que se llevó el cuerpo al entrevistar a alguien, al observar una pelea, al extrañarse con algún sujeto. “La no ficción te pide el cuerpo en la calle. Si tu lenguaje, tu música, tu gramática, componen un texto, es porque el cuerpo estuvo ahí laburando para nutrir esas operaciones”. Y vuelve a “Tragame tierra”, esa crónica que transcurre en el Ceamse para ejemplificarlo, a donde no llevó nada para anotar: se quedó solo con las sensaciones, con el olor a basura: “Todos esos olores te los llevas puestos. Cuando me senté a escribirlo, lo volví a respirar”.
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