Ya van siete años de compañerismo entre Mimí y Natalia. Juntas compartieron dos barrios, una casa y dos departamentos. Al PH de Villa Luro llegaron en 2017. Su convivencia fue perfecta a pesar de los cambios, la gente u otros gatos que circulaban entre ellas. Pero el 10 de abril algo pasó.
Por Federico Díaz Raimundo
Natalia, una contadora de 28 años, estaba recostada en el sillón del living mientras veía un capítulo de Better Call Saul, cuando estiró su brazo para alcanzar el lomo de Mimí que venía desde la pieza. El gesto de ternura que buscaba que la gata subiera al sillón con ella no fue correspondido. Recién hace dos semanas se borró la marca de las tres uñas de Mimí en el antebrazo derecho de Natalia.
“Siempre fue muy cariñosa”, recuerda la humana de esta historia sobre su compañera felina. En ese momento Natalia no supo qué hacer. Mimí pegó un alarido en el instante del zarpazo, tomó distancia y la miró fijo con el pelo crispado varios minutos. El ambiente estuvo muy tenso todo el día. Después de contarle a una amiga lo que había pasado, Natalia fue a darse la antitetánica por las dudas. Al volver revisó la libreta de vacunación de Mimí y supo que la antirrábica seguía vigente y se quedó más tranquila.
Sin embargo, la tensión con la gata siguió esa semana. “Me huía bastante, se escondía y si nos cruzábamos me gruñía”. De estar todo el tiempo juntas apapachadas, pasaron a tener una guerra fría. La agresividad de Mimí tenía un solo origen: 21 días de usurpación de su territorio. Con el aislamiento obligatorio, Natalia dejó de ir al estudio contable y pasó a trabajar desde casa. Solo abandonó el departamento para las compras.
Para la veterinaria Laura Ibarra el caso de Mimí es de los efectos más comunes de la cuarentena: “Tanto perros y gatos pueden mostrar agresividad por el estrés o la ansiedad que les causa el hiperapego que están viviendo”, afirma. En estos 91 días de aislamiento, su clínica recibió consultas de perros que no paran de ladrar o gatos que pasaron días sin comer.
“El mayor problema de estrés que vimos lo presentaron cuatro gatos que primero dejaron de ir a las piedritas y hacían pis en cualquier lado, después dejaron de hacer por dos o tres días y los trajeron cuando les vieron gotitas de sangre”, explica Ibarra. Esos casos derivaron en obstrucciones de vejiga por cálculos. “Por suerte solo uno estuvo muy complicado, el más rebelde que no quería tomar las pastillas y hubo que hacerle drenaje varios días y darle medicación inyectable”.
En una encuesta realizada a través de Instagram, el 60% afirmó que su mascota tuvo algún tipo de problema desde que empezó la cuarentena. La agresividad se destaca entre los gatos (50%). En tanto en los perros hicieron pis o caca fuera de lugar (30%) o se mostraron tristes (20%). El 80% no recurrió a consultar a un profesional, y persisten con problemas el 45% de los casos.
La mayoría de las consultas recibidas por la veterinaria no requieren atención médica por ser conductuales. “Nosotros podemos dar tips pero es mejor acudir a un especialista de conducta animal que siga el caso y de recomendaciones más concretas”, aclara Laura Ibarra. Ese fue el camino de Natalia y Mimí, con la ayuda de un educador felino superaron el conflicto.
El educador felino Hernán Pesis cuenta que con el aislamiento al atender de manera online pasó de dos a cinco consultas diarias. Para el especialista en modificación de conductas felinas la clave pasa por el seguimiento de las técnicas y la paciencia de los tutores.
“Entendí que debía respetar su espacio, principalmente el sillón del living”, cuenta Natalia. Cuando la vida era “normal” y ella entraba al departamento, después de 10 horas fuera, Mimí dormía en el sillón que está frente al televisor. Entonces durante las tardes empezó a trabajar en la pieza y reservar el silencio de un living vacío para la gata.
Lucas Otero, adiestrador canino, explica que sus casos más recurrentes fueron llamados de atención como ladridos o mordidas a causa del hiperapego que trajo el confinamiento. Al igual que con felinos, Otero recomienda que dejen pasar tiempo solos a los perros para que descansen y si presentan algún problema que “los tutores no se dejen estar y acudan rápidamente a un profesional”.
“En un primer momento cuando la cosa estaba fulera la sacaba al patio para que se tranquilizara y al rato cuando rasqueteaba la ventana la hacía entrar, la acariciaba y le daba un poco de atún”, cuenta Natalia sobre los pequeños premios que le dio a Mimí para que entienda lo que estaba bien.
A la espera de que se termine el encierro hay que ir preparando la futura nueva normalidad y dejarlos solos en periodos cortos de tiempo. “Hay que ir aumentando de manera progresiva la ausencia para que no sufran ansiedad por no vernos durante ocho horas de golpe”, coinciden Lucas Otero y Hernán Pesis. Tanto para estar en casa como para no estar, con mascotas no queda otra que respetar su territorio.
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