Vanesa Carrizo, conocida por su nombre artístico Lily Munster, vive en San Juan, es artista plástica, bodypainter y desde hace más de 20 años la primera tatuadora profesional de la provincia y la única argentina que pertenece a una red de tatuadores que ofrecen gratis su arte como ella alrededor del mundo. En los últimos dos años y en la actualidad se dedica a realizar lo que se llama “tatuajes terapéuticos” gratuitos a mujeres que tuvieron cáncer de mama y atravesaron una mastectomía.
“Estos diseños de tatuaje representan una lucha y a esa lucha hay que tratar de ponerle optimismo”, dice Lily y hace una pausa al final como quien revela un secreto que quiere compartir y que sea escuchado e incorporado.
Con 38 años y todo su cuerpo tatuado por ella misma, trabaja en un estudio que armó en su casa, más exactamente en Chimbas, un pueblo con nombre Quechua que significa pedregal. En este lugar vive con su marido Aldo, músico y licenciado en Turismo, y con su hijo Dago, de seis años. Lily se muestra ama y señora de su vida. El ambiente en su casa es calmo, con pajaritos que cantan en el jardín y el sol que entra por la ventana. Ellos eligen no tener televisor “por una cuestión de salud” y aunque no estén exentos de saber lo que pasa en el mundo, consideran que uno es poseedor de elegir lo que quiere ver. Todo este ambiente tiene un fin: que la persona que vaya a tatuarse se sienta, sobre todo, en paz.La artista sanjuanina empezó a tatuar con sólo 15 años. La mitad de su familia se fue a vivir en la localidad de Quilmes, en Buenos Aires, pero ella estudió Artes en la Universidad de San Juan, con especialización en dibujo publicitario. Lo de tatuar y el dibujo corporal, dice, lo aprendió para ganar dinero. Hoy, 23 años después, es reconocida dentro y fuera del país.
“Lo de los tatuajes terapéuticos surgió por una clienta de antes que atravesó un cáncer de útero. Le tapé la cicatriz como para acompañarla en el momento y a partir de ahí comenzó mi investigación y mis ganas de ayudar, especialmente a las personas con cáncer de mama”, cuenta. Lily utiliza técnicas diferentes y realiza un trabajo meticuloso ya que depende del tono de piel de cada uno y del tratamiento que esa persona haya pasado. Lo denomina “trabajo especial” porque antes de llegar al diseño tiene varios encuentros con cada una, para escucharla y entender de dónde viene la necesidad de transformar una cicatriz que carga con un recuerdo, doloroso quizás, en un dibujo positivo y con amor.
Mejoran su calidad de vida, levantan su autoestima y se miran distinto al espejo. Esas son algunas de las evoluciones que ve Lily en las mujeres que padecieron cáncer de mama y decidieron realizarse un tatuaje en la cicatriz. “Siento que ese tatuaje que va a tapar esa cicatriz o la reconstrucción de la aureola mamaria es la frutilla de la torta para el comienzo de un nuevo ciclo”, recuerda Lily que una mujer le transmitió.
Silvana Pérsico vive en Buenos Aires y después de pasar por la mastectomía y que le quedara “una teta y media” decidió hacerse un tatuaje. Así conoció a Lily y se quedó en su casa un fin de semana: “A mí me honró Lily con sus manos, con su amor y con su luz, porque ponerse a disposición de una persona y hacerle un tatuaje desprendida de todo interés comercial y solamente movida desde el amor es algo que no tiene precio, es algo sumamente valioso y es algo que en estos tiempos que vivimos oxigena y alimenta el alma”.
Lily tiene diversas intenciones con este trabajo gratuito. Por un lado, perderle el miedo a la palabra cáncer e intentar tomarlo desde un punto de vista positivo; y por el otro, terminar de quitarle los resabios a un prejuicio que perdura aún hoy en la sociedad con respecto a los oficios para las mujeres y, en particular, en el arte de los tatuajes y su procedimiento.
Silvana cuenta que “la mayoría de los oncólogos no sugieren” los tatuajes en las cicatrices: “El oncólogo que atendió mi proceso de cáncer no estaba de acuerdo con que yo me hiciera el tatuaje porque ellos te dicen que la piel está lesionada, y si alguna vez tenés incidencia y te tenés que volver a hacer algo con el tatuaje no se puede. Entonces desde la medicina tradicional y ortodoxa eso no es promovido”. Desde su experiencia transmite con mucha paz: “Lo de ella es sumamente valioso y yo estoy agradecida de haberla cruzado en el camino. Me honró abriéndome las puertas de su casa y soltando toda la luz de sus manos sobre mi cuerpo”. Silvana eligió una flor de loto y una ramita de cerezo para su tatuaje: “La flor de loto florece en el barro, y en un momento de mi proceso de cáncer sentí que estaba hundida en el barro, que me encontraba con todas mis miserias, y siento que florecí desde ahí. Y el cerezo es sinónimo de honestidad conmigo misma, porque en ese proceso empecé a hacerme cargo de mi”.“Es muy fuerte dedicarle tantas horas de mi vida y escuchar a las familias por todo lo que han pasado. La catarsis está en que después de todo siempre hay un punto de esperanza y eso se refleja en el tipo de diseño del tatuaje”, afirma la artista, que en 1996 viajó a Buenos Aires para perfeccionarse como tatuadora.
Por su parte Marta Burgos cuenta que “en un momento había pensado en una reconstrucción mamaria, pero después de haber pasado por la otra cirugía y la quimio no tenía demasiado entusiasmo de volver otra vez al quirófano” hasta que un día decidió hablar con sus hijas y su médico del tatuaje para sacarse todas las dudas y tomó la decisión de comunicarse con Lily. “Me hizo muy bien haberme realizado el tatuaje. Siento que mi cicatriz y mi falta de un pecho tienen sentido. Me ha reafirmado en la idea de que la vida sigue y hay que lucharla. La calidez, el amor y el arte que le pone Lily a su trabajos son parte fundamental en todo este proceso”, comenta Marta.
Munster no copia nada de catálogos y de acuerdo a lo que prefiera cada persona crea un diseño especial que se ajuste a la cicatriz de cada uno. Se define como una tatuadora de bajo perfil y no como una de “galerías”. Así y todo fue la única argentina contactada por una ONG llamada P.Ink de Colorado, Estado Unidos, que conecta tatuadores de todo el mundo que ofrecen su arte gratuitamente a mujeres que tuvieron cáncer de mama que lo necesitan. También, y para darle un marco “más legal” a su oficio de tatuajes terapéuticos y poder proteger las ideas, creó una ONG que se llama “Trazos de luz” junto a sobrevivientes de cáncer de mama y sus familiares.
Lily da comienzo al trabajo una vez que la persona que la contacta recibe el alta del oncólogo y médico clínico. Cuando está todo listo, ella se encuentra personalmente, sin etiquetas ni tabúes, dedicándole largas horas de su vida para ayudarlas a que mediante su arte puedan sanar aquel sabor amargo: “Porque sin ir más lejos, ese el objetivo de todo esto: ayudar y ser cómplice”.
“Estos diseños de tatuaje representan una lucha y a esa lucha hay que tratar de ponerle optimismo”, dice Lily y hace una pausa al final como quien revela un secreto que quiere compartir y que sea escuchado e incorporado.
Con 38 años y todo su cuerpo tatuado por ella misma, trabaja en un estudio que armó en su casa, más exactamente en Chimbas, un pueblo con nombre Quechua que significa pedregal. En este lugar vive con su marido Aldo, músico y licenciado en Turismo, y con su hijo Dago, de seis años. Lily se muestra ama y señora de su vida. El ambiente en su casa es calmo, con pajaritos que cantan en el jardín y el sol que entra por la ventana. Ellos eligen no tener televisor “por una cuestión de salud” y aunque no estén exentos de saber lo que pasa en el mundo, consideran que uno es poseedor de elegir lo que quiere ver. Todo este ambiente tiene un fin: que la persona que vaya a tatuarse se sienta, sobre todo, en paz.La artista sanjuanina empezó a tatuar con sólo 15 años. La mitad de su familia se fue a vivir en la localidad de Quilmes, en Buenos Aires, pero ella estudió Artes en la Universidad de San Juan, con especialización en dibujo publicitario. Lo de tatuar y el dibujo corporal, dice, lo aprendió para ganar dinero. Hoy, 23 años después, es reconocida dentro y fuera del país.
“Lo de los tatuajes terapéuticos surgió por una clienta de antes que atravesó un cáncer de útero. Le tapé la cicatriz como para acompañarla en el momento y a partir de ahí comenzó mi investigación y mis ganas de ayudar, especialmente a las personas con cáncer de mama”, cuenta. Lily utiliza técnicas diferentes y realiza un trabajo meticuloso ya que depende del tono de piel de cada uno y del tratamiento que esa persona haya pasado. Lo denomina “trabajo especial” porque antes de llegar al diseño tiene varios encuentros con cada una, para escucharla y entender de dónde viene la necesidad de transformar una cicatriz que carga con un recuerdo, doloroso quizás, en un dibujo positivo y con amor.
Mejoran su calidad de vida, levantan su autoestima y se miran distinto al espejo. Esas son algunas de las evoluciones que ve Lily en las mujeres que padecieron cáncer de mama y decidieron realizarse un tatuaje en la cicatriz. “Siento que ese tatuaje que va a tapar esa cicatriz o la reconstrucción de la aureola mamaria es la frutilla de la torta para el comienzo de un nuevo ciclo”, recuerda Lily que una mujer le transmitió.
Silvana Pérsico vive en Buenos Aires y después de pasar por la mastectomía y que le quedara “una teta y media” decidió hacerse un tatuaje. Así conoció a Lily y se quedó en su casa un fin de semana: “A mí me honró Lily con sus manos, con su amor y con su luz, porque ponerse a disposición de una persona y hacerle un tatuaje desprendida de todo interés comercial y solamente movida desde el amor es algo que no tiene precio, es algo sumamente valioso y es algo que en estos tiempos que vivimos oxigena y alimenta el alma”.
Lily tiene diversas intenciones con este trabajo gratuito. Por un lado, perderle el miedo a la palabra cáncer e intentar tomarlo desde un punto de vista positivo; y por el otro, terminar de quitarle los resabios a un prejuicio que perdura aún hoy en la sociedad con respecto a los oficios para las mujeres y, en particular, en el arte de los tatuajes y su procedimiento.
Silvana cuenta que “la mayoría de los oncólogos no sugieren” los tatuajes en las cicatrices: “El oncólogo que atendió mi proceso de cáncer no estaba de acuerdo con que yo me hiciera el tatuaje porque ellos te dicen que la piel está lesionada, y si alguna vez tenés incidencia y te tenés que volver a hacer algo con el tatuaje no se puede. Entonces desde la medicina tradicional y ortodoxa eso no es promovido”. Desde su experiencia transmite con mucha paz: “Lo de ella es sumamente valioso y yo estoy agradecida de haberla cruzado en el camino. Me honró abriéndome las puertas de su casa y soltando toda la luz de sus manos sobre mi cuerpo”. Silvana eligió una flor de loto y una ramita de cerezo para su tatuaje: “La flor de loto florece en el barro, y en un momento de mi proceso de cáncer sentí que estaba hundida en el barro, que me encontraba con todas mis miserias, y siento que florecí desde ahí. Y el cerezo es sinónimo de honestidad conmigo misma, porque en ese proceso empecé a hacerme cargo de mi”.“Es muy fuerte dedicarle tantas horas de mi vida y escuchar a las familias por todo lo que han pasado. La catarsis está en que después de todo siempre hay un punto de esperanza y eso se refleja en el tipo de diseño del tatuaje”, afirma la artista, que en 1996 viajó a Buenos Aires para perfeccionarse como tatuadora.
Por su parte Marta Burgos cuenta que “en un momento había pensado en una reconstrucción mamaria, pero después de haber pasado por la otra cirugía y la quimio no tenía demasiado entusiasmo de volver otra vez al quirófano” hasta que un día decidió hablar con sus hijas y su médico del tatuaje para sacarse todas las dudas y tomó la decisión de comunicarse con Lily. “Me hizo muy bien haberme realizado el tatuaje. Siento que mi cicatriz y mi falta de un pecho tienen sentido. Me ha reafirmado en la idea de que la vida sigue y hay que lucharla. La calidez, el amor y el arte que le pone Lily a su trabajos son parte fundamental en todo este proceso”, comenta Marta.
Munster no copia nada de catálogos y de acuerdo a lo que prefiera cada persona crea un diseño especial que se ajuste a la cicatriz de cada uno. Se define como una tatuadora de bajo perfil y no como una de “galerías”. Así y todo fue la única argentina contactada por una ONG llamada P.Ink de Colorado, Estado Unidos, que conecta tatuadores de todo el mundo que ofrecen su arte gratuitamente a mujeres que tuvieron cáncer de mama que lo necesitan. También, y para darle un marco “más legal” a su oficio de tatuajes terapéuticos y poder proteger las ideas, creó una ONG que se llama “Trazos de luz” junto a sobrevivientes de cáncer de mama y sus familiares.
Lily da comienzo al trabajo una vez que la persona que la contacta recibe el alta del oncólogo y médico clínico. Cuando está todo listo, ella se encuentra personalmente, sin etiquetas ni tabúes, dedicándole largas horas de su vida para ayudarlas a que mediante su arte puedan sanar aquel sabor amargo: “Porque sin ir más lejos, ese el objetivo de todo esto: ayudar y ser cómplice”.
Agregar comentario