Callao y Corrientes arriba de la tierra. Estación Callao debajo de la tierra. La estación número 14 de las 17 estaciones que terminan en L. N. Alem. Recorre el largo de la Avenida Corrientes. De Villa Urquiza al centro, el subte de color rojo circula hasta las diez de la noche.
Por Damián Kogan
Aros de plástico que cuelgan de un cuero atado a una vara de metal que bailan de un lado al otro sin tocarse al compás del acelere y frene del motor de la línea B. Están solos. Nadie los utiliza. Los pasajeros van sentados en asientos que están enfrentados y como en una sala de espera, nadie se habla. En sus manos, celulares que a veces sirven de reproductor de música, otras de libro y otras como consola de juego para jugar al Candy crush.
Pese a que a la mayoría debe trabajar sentado, lo único que le importa a la masa de gente al entrar por la puerta es… sentarse. Silencio que escucha a la gente insultar cuando el subte se frena entre estaciones. Triunfa el “tufo” que entra por las ventanas abiertas y recorre todo el cuerpo para salir como una exhalación de cigarrillo. Abajo no hay aire acondicionado y siempre es verano. El marketing hace lo suyo y pega carteles en forma de calcos con publicidades de universidades y productos para el hogar.
Altos y petisos, gordos y flacos, hablan y juegan con los celulares. En el medio de transporte más rápido que hay en la ciudad, el desodorante de la ansiedad se hace notar cuando el subte para en ningún lugar para bajar, entre estaciones.
Siendo las 21.15, la mayoría de las personas de la ciudad ya terminaron su jornada laboral. Un hombre de traje y corbata sentado en el fondo del vagón mira la pantalla de su celular: “Sugar crush”, dice el aparato. Pasó de nivel en el juego Candy Crush. Sin que se dé cuenta una chica de entre 15 y 16 años le dejó sobre su pantalón un paquete de chicles a diez pesos. La pequeña mujer tiene una remera rosa, calzas negras, el pelo atado y una estatura aproximada de 1,40 metro. Carga una caja con cientos de chicles para vender en todo el vagón.
En el paquete sobre su regazo hay dos tablas de “Beldent”, una de menta y otra de manzana. El señor de traje no se dio cuenta de la situación. Sigue con su dedo deslizando la pantalla.
Algunos de los pasajeros le agradecen a la niña, otros le dicen: “No, no gracias”. Mr. Traje sigue viendo su celular. Vuelve del trabajo de un día agotador. Tal vez de un after office con amigos. Tal vez de ver a su novia, mujer, amante o tal vez está yendo a realizar alguna de esas tareas. Miss. 1,40 está en su horario laboral. No le piden que se vista de una manera formal para trabajar. Tampoco le exigen un horario fijo, es “Freelance”. No tiene obra social ni breaks de cinco segundos. Mr. Traje tiene una camisa Dior, un pantalón de vestir azul que hace juego con el saco, zapatos lustrados y el celular del que no saca la vista es del tamaño de un control remoto. “Tasty!”, anuncia la pantalla del “Candy Crush”. Pasó de nivel.
Dos pasajeros le compran a Miss. 1,40.Ella les agradece y sigue en la búsqueda de los productos que dejó en la falda de los pasajeros. Tiene cara de cansada. El entrecejo fruncido de algunos cuando el subte se frena entre estaciones no es el mismo que el entrecejo fruncido y la mirada al piso de la niña. Debería estar del otro lado del subte, jugando con el celular al “Candy Crush”.
La joven saca los chicles del pantalón de Mr. Traje y los guarda en la caja. Una mano o un viento se los sacó. Para Mr. Traje, es lo mismo. Él sigue mirando su celular. El subte da pautas educativas en forma de carteles: “Dejemos bajar antes de subir”, “Cedamos siempre el asiento” y “Tiremos la basura en los cestos”. Pero no da la indicación sobre cómo tratar a los vendedores. A Miss 1,40 no le importa. Sigue su andar hacia el otro vagón. No sabe a que hora termina. Tal vez cuando llega a la estación J. M. Rosas, la última del recorrido se baje y vuelva a casa.
Estación Medrano. Mr Traje se levanta, agarra uno de los aros de la soledad, guarda el celular y se baja. Sabe que mañana va a volver al subte de color rojo en el que todos quieren sentarse.
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