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PARA LA SANTIDAD, EL DINERO NO ES TODO (PERO CÓMO AYUDA)


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Llevar una vida espiritual puede asegurar un lugar en el cielo, pero en la tierra lo material también cuenta.

Por Esteban Lleonart | @lleonarte

Pope Francis

El proceso para que alguien se transforme en santo se parece un poco a una campaña política. Primero hay que tener un buen candidato, que, a diferencia de quienes se postulan a un cargo político, debe estar muerto. Luego debe pasar por el obispo de la zona, que lo presenta ante el Vaticano para que apruebe la candidatura. Después hay que promocionarlo: páginas web para fomentar la causa, oraciones redactadas especialmente o libros que realcen las virtudes de la vida del postulado son algunas formas de hacerlo. Y por supuesto, como en cualquier campaña, hay que recaudar dinero.
Un santo no es barato. En línea con sus políticas que apuntan a dar una imagen de austeridad a la Iglesia Católica, el Papa Francisco estableció en enero de este año un “tarifario de referencia”, que establece de manera exacta cuánto debe destinarse a cada uno de los costos del proceso. Desde el momento en que se presenta el caso para ser estudiado hasta que atraviesa todos los pasos que llevan a la canonización, es necesario enviar correspondencia al Vaticano, entrevistar testigos, pagar viajes a Roma y contratar todo tipo de peritos y expertos que constaten no sólo los hechos de la vida sino también los milagros que el futuro santo pudo haber realizado (requisito indispensable para elevar a alguien a los altares): uno para la beatificación y dos para la canonización. Además, todo debe ser constatado dos veces, una de forma local, y la otra por expertos enviados desde la Santa Sede.
Antes, quien contara con más recursos podía contratar abogados, médicos o peritos más caros, lo que podía darle ciertas ventajas, pero eso ya no puede hacerse. “El tarifario clarifica y transparenta el proceso, y evita favoritismos, ya que si bien no pone ningún límite monetario, porque cada caso es particular y puede demandar más o menos investigaciones y peritajes, lo que hace es fijar cuánto puede destinarse a cada uno de estos pasos”, explica Monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje y delegado de la Conferencia Episcopal Argentina para las causas de los Santos en Argentina. “Por ejemplo, la consulta a un médico argentino para verificar un milagro sale 500 pesos, mientras que a una junta de siete médicos italianos enviados desde Roma se le paga 3 mil euros”, detalla Olivera. No es necesario que quienes intervienen sean católicos, aunque muchas veces suceda así.
La medida adoptada por Bergoglio es una respuesta a una realidad de la Iglesia. Si bien los costos varían mucho de un caso a otro y de un país a otro, pueden llegar a ser muy elevados. En general no se hace público cuánto se invierte en estos procesos, pero un dato revelado por el periodista estadounidense Bill Briggs en su libro The third miracle (El tercer milagro) puede echar algo de luz: en la Arquidiócesis de Indianápolis, Estados Unidos, en 2005, las campañas podían costar de 250 mil a 1 millón de dólares. Según analiza Briggs, durante el papado de Juan Pablo II se crearon 482 nuevos santos, lo que daría un valor estimado de entre 120 y 482 millones de dólares.
Estos gastos deben ser solventados por quienes fomenten al santo en cuestión. “El dinero se junta con donaciones privadas de gente que apoya la candidatura, aunque muchas veces nuestra propia congregación debe aportar también”, cuenta la Hermana Graciela Rodríguez, ecónoma del Instituto de las Siervas de Jesús Sacramentado, que fue fundado en 1876 por la religiosa María Benita Arias, cuya causa se encuentra en estudio.
A simple vista parecería que el costo de proponer a alguien a la santidad fuera prohibitivo para quienes no pueden juntar esas sumas. Sin embargo, Monseñor Olivera asegura que la Iglesia otorga becas a quienes no pueden financiar el costo de postular un santo. Además, Olivera hace hincapié en que son pocos los casos en los que eso sucede, ya que, según expresa, en general, la misma gente colabora cuando alguien tiene fama de santidad.
La mayoría de quienes integran el santoral han sido religiosos pertenecientes a alguna orden o institución católica. Juan Reinoso, postulador de la causa de beatificación de Clara María Segura, alumna del colegio porteño Los Robles fallecida a los 16 años, cree que esto es así porque en el caso de los laicos, no está la estructura eclesiástica por detrás, y que por ello, independientemente de las buenas acciones de un laico, es más difícil que éstas sean conocidas por un mayor número de gente.
Otro factor importante a la hora de evaluar las sumas que se invierten es el tiempo. María Benita Arias falleció en 1894, y recién en 2014 el Papa Francisco reconoció sus “virtudes heroicas”, es decir, el primer paso oficial en el camino a la canonización. La causa está siendo evaluada desde hace más de 100 años, ya que aún no se ha comprobado ningún milagro por intercesión de Arias. Otros casos, como los de la Madre Teresa de Calcuta o el Papa Juan Pablo II fueron llamativamente rápidos: el clamor popular, fogueado por fuertes campañas de prensa, llevó a que se otorgue una dispensa especial para comenzar con los procesos sin necesidad de que pasaran los 5 años que está establecido que deben transcurrir antes de que una causa pueda presentarse.
Los motivos para apurar o retrasar los procesos no siempre están estrictamente relacionados al tiempo de investigación, también pueden tener que ver con posturas políticas. El pasado 27 de abril, el Papa Francisco canonizó en una doble ceremonia a Juan XXIII y Juan Pablo II, dos Papas que muestran facetas muy distintas de la Iglesia Católica: uno, revolucionario, el otro, conservador.
Para poder elevar a santo a Juan XXIII el Papa Francisco debió introducir una excepción: Ya se habían probado los dos milagros de Juan Pablo II pero aún faltaba comprobar uno de los de Juan XXIII, por lo que dispensó la necesidad de que sea verificado. Como analiza Fray Manuel Martinez Maciel, fraile dominico que fue responsable de la Pastoral de Turismo, Santuarios y Peregrinaciones en el Vaticano: “Canonizar sólo a Juan Pablo II era confirmar un solo modelo de iglesia, el más tradicionalista, pero Francisco decidió incluir a Juan XXIII en el mismo momento para mostrar que la iglesia también tiene otra cara, que es la que él representa”.


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