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POSTALES DEL FRÍO


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Los 9 grados promedio de lo que va del otoño en junio calaron en lo hondo del tarifazo, la inflación, las paritarias que no cierran, las leyes con mordaza en letra chica, las marchas atrás, las marchas hacia adelante, las marchas, los piquetes, los taxistas, la copa de leche media llena, la olla media vacía. “Frío, en todo estás vos”, acusémosle y remitámonos a las pruebas.

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FÚTBOL BAJO CERO (Por Mayra Cabrera)
Para burlar al frío, jugar a la pelota es la respuesta. Hombres y mujeres se exponen a bajas temperaturas por amor al deporte. Sobre Dorrego, al lado del viaducto y pasando Muñecas, a mitad de cuadra, está el Open Atlanta con su fachada de amarillo y azul, y de cuyo balcón cuelga una bandera del Bohemio.
“El Open” tiene seis canchas de sintético a la intemperie. En el bar, las mesas están completas de jugadores amateur que toman cerveza, comen pizza y miran el juego desde las ventanas empañadas. Todas las canchas están ocupadas y son un mundo aparte. Algunos transpiran, otros están con cortos y gorras de visera, y unos con calzas y guantes de lana. Aguantan pelotazos, explotan en gritos y tosen con vapor. La tribuna de rojo que en verano está llena, ahora está vacía. Sólo hay tres hombres que esperan para jugar. Abrigados y formales comentan lo mal que juega los que ocupan la cancha.


INVISIBLES (Por Noelia Díaz)
Galería Galecor, sobre Corrientes a metros Scalabrini Ortiz. Son las 19 pero anocheció. La gente abrigada camina rápido sin parar a ver qué novedades tiene la disquería RGS Music. Frente al local Cortinas Artesanales hay cartones acumulados y un carro con una cinta de Argentina en uno de sus extremos, junto a una bolsa con frutas. Desde Malabia se acerca un cartonero y mira para todos lados. Busca al dueño de esa pila de cartones. Sube a la vereda, ve a los costados. Nadie.
Parado entre los dos carros observa a las personas que abrigadas por demás ignoran que él está ahí, desabrigado. Solo tiene un gorro de lana blanco, una campera Adidas, un pantalón jogging y zapatillas con agujeros. Luego de un rato, se pone atrás de su carro y desaparece. No está más.

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EN EL SUBTE SE ESTÁ MEJOR (Por Damián Kogan)
Junio. ¿Invierno? Camperas North Face en cantidad. Bajo tierra se está mejor. El frío es eso que pasa cuando hay más abrigo que gente. Nadie insulta por viajar apretado ni por el contacto humano como en enero o febrero. Una pareja va abrazada en un subte en el que no entra más nadie. Un lugar conocido por el ardor a transpiración se viste de estufa popular. En la estación Malabia no parece haber espacio, pero los que esperan para subir se filtran. En otro momento hubieran dejado pasar uno o dos trenes. Hoy prefieren viajar. Los que bajan a la estación no esperan la escalera mecánica, prefieren apurarse y sentir el “calorcito”. Otros bajan con el cuello hundido, una bufanda, dos camperas, guantes y botas con corderito. Un hombre mayor se baja, tiene sobretodo negro, boina, orejeras y un vaso térmico ¿café, té o vodka? Todo sirve. Un policía comenta con un empleado de Metrovías: “Acá está lindo pero la campera no me la saco ni en pedo”.

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DERECHO DE PISO (Por Rosaura Barletta)
Cinco paños semivacíos visten la vereda de la plazoleta frente al Obelisco. Hay poca mercadería porque se vende poco y hay poca plata para comprar materiales: lanas, hilos, piedras, dijes. Ocho personas con bufandas hasta la nariz se hablan, se mueven de un lado a otro y dan saltitos para entrar en calor. El viento corta todo, hasta la piel. Uno, el más alto, lagrimea y aspira el agua que le cae por la nariz. Está inflado por suéteres y a la campera de corderoy marrón de encima no puede subírsele el cierre.
El grupo de artesanos está todos los días en la 9 de Julio. Luego del cambio de gestión, la Metropolitana los molestó pero no pudo echarlos porque “somos artesanos de verdad”, dicen.
Al otro lado de la avenida, justo en la boca del subte B y con la mercadería en dos bolsas de consorcio, un senegalés tiembla de frío. Vende pañuelos, billeteras y algunos anillos, pero no puede exponerlos en un paño con tranquilidad. Está solo, se mueve de un lado a otro y mira paranoico. La boca le tirita y castañea los dientes. No tiene más que un buzo con capucha. No es “artesano de verdad”.


EL PARQUE CONGELADO (Por David Radosta)
Escenas típicas de un parque en verano: gente tirada en el pasto, chicos que juegan y gritan, parejitas que se besan o caminan de la mano, los mates. Pero en junio es otra cosa: siete de la tarde, 10º de térmica, oscuridad. Parque Centenario es otra historia.
No hay nadie. Dos corredores solitarios. Chicos, ninguno. Las caras, tapadas por camperas infladas, gorros, bufandas hasta la nariz y capuchas. La única pareja que hay se da un abrazo más solidario que amoroso. Y tiemblan juntos.
Los faroles que alumbran los bancos hacen foco en la ausencia. Ni siquiera están los patos de la laguna, y los peces son como los de la góndola de congelados en el supermercado.
Todo congelado. El agua, la calesita, los juegos. La quietud de la escultura “Aurora” de Emile Peynot nunca estuvo tan en sintonía con todo.


CALOR POR 6 PESOS (Por Kevin Aiello)
Las ruedas girando van y ellos esperan que se detengan: 127 a Boedo, 141 a Palermo, 15 a General Pacheco. Las filas varían de cuatro personas a veinte, cada una con su truco para que el aliento del frío no penetre las extremidades. Los dedos son las principales víctimas que se refugian en los bolsillos de las camperas, buzos o jeans. La espera premia a los pasajeros. Todo por módicos 6 pesos. La peregrinación asciende, es el fin del sufrimiento. El colectivo es un refugio de la ola de frío a la que Buenos Aires está sometida.

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LA SOLEDAD EN LAS MESAS (Por Matías Rodríguez Pertini)
Por las noches, el frío se siente más. Interfiere en todas las actividades, e incluso se mete en los bares. Sobre Camargo y Acevedo, en “Migliore”, las mesas que decoran la vereda de la esquina y que durante el año son puntos de encuentro están solas. Unas cuadras más sobre Corrientes, lo mismo en “La Única”: dos mesas a la calle y solo decoran la entrada del local. A unos metros, el bar “San Bernardo”, que no cuenta con mesas a la calle pero la soledad en las cercanas a la entrada es más notoria: nadie quiere el frío que se cuela al abrir y cerrar las puertas.
Sobre Camargo y Malabia, casi con ironía, una heladería permanece abierta, pero no hay nadie adentro ni afuera. En la esquina siguiente, sobre Padilla, “Josefina” tomó precauciones: puso alrededor de sus mesas callejeras un cobertor. Así y todo, no pudo evitar que la soledad sea la principal invitada de su noche.


EL GALICIA QUE TE ARROPA (Por Sofía Villagra)
Que los capitales financieros son hostiles y el mundo bancario es muy frío son dos verdades que mueren en la puerta del cajero de Corrientes 5253. Adentro, un hombre encontró el calor necesario para refugiarse de los 7 grados que acuchillan afuera. Debajo de él, cartones. Encima, dos frazadas. Las palmas de sus manos están juntas entre sus rodillas y su almohada es una bolsa verde de supermercado Vea que parece estar llena de ropa. Su gesto es duro, su ceño está fruncido, como enojado, y la comisura de sus labios apunta hacia abajo como apuntan las bocas sufridas.
Entra uno de camisa al cajero. Ve al tipo y frena. Duda, pero entra. Las teclas del tablero suenan con un “pip” muy fuerte y agudo que encima hace eco. Con miedo, relojea a ver si el otro despierta. No, nada lo inmuta. Pareciera inmerso en un sueño hondísimo que durará días. Para él, el cajero no es servicio ni lugar de paso. Es hogar, salvavidas, tibieza y descanso.

LAS MANOS A LA MODA Y LOS DEDOS TODOS JUNTOS (Fernando Wermus)
Las manos le dirán la forma de aprender bonitos trucos para protegerse del frío. El resto depende de usted. Avenida Corrientes, desfile de manos de mujeres asustadas por la humedad polar. Brazos cruzados con manos tocando los codos. Manos entrelezadas con los puños de lana abrigando los dedos. Dedos entrecruzados de mujeres policía. Mujeres que llevan guantes y no gorros. O que traen gorro y se olvidaron los guantes.
Los hombres, los hombres en cambio, con el gesto canchero de las manos en los bolsillos y los dedos gordos afuera del jean, del saco, del sobretodo. Siempre como si no pasara nada. ¿Invierno, verano? Qué más da. Y el motoquero de la Yamaha z16 de la empanadería Cruz del Sur de Villa Crespo contando cómo le gusta andar la moto, que le importa un bledo el frío. Viva la velocidad y cuanto más rápido, más plata. La cara a la intemperie. Pero las manos, las manos con gruesos guantes negros y entre los dedos un pucho humeante que no deja. Y en la misma vereda, el cartonero con guantes y los dedos descubiertos para el trabajo de a pie: “¿Jefe, una moneda?”. Sólo las manos para contar el relato del miedo al frío y conocer las diferencias.


QUE LA CENA NO SE ENFRÍE (Por Roxana Depiante)
Sobre Corrientes, casi Acevedo, el viento les juega una mala pasada. Un muchacho de unos 30 años con un carro lleno de cartones se refriega las manos y pasa cajas de un carrito de supermercado al suyo. Se acomoda la campera, se encorva, tiene un solo guante gris. Entra al supermercado. Más adelante, una chica con una gran campera azul acolchonada acomoda cartones. De a ratos tirita. A su lado, una mujer más grande la mira, se cruza de brazos, se encorva. Abre las manos, dice no sentir los dedos y se los frota. Baja la cabeza para que el viento le pegue en la cara.
La Juan B. Justo es escenario del abrazo entre un hombre con gorra de visera que empuja su carro colmado de papeles y un limpiavidrios con ropa deportiva, que estaba con un ataque de bruxismo. A una cuadra, sobre un medidor de gas, un chico come un sándwich de milanesa con leve humito que sale de entre los panes, y se arquea hacia adelante como queriendo evitar que el viento le enfríe la comida.


ENTRE EL VIENTO Y LA PARED (Ignacio Rennis)
En el metrobús de Corrientes y Juan B. Justo se construyeron dos plataformas para poder ascender a los colectivos sin necesidad de levantar los pies de manera estrambótica. Es junio, a las 20:00 y se levanta un viento que obliga a los pasajeros a replegarse casi hasta salirse de las plataformas. Pero observan con desconfianza lo que sucede en la vereda de la avenida: cinco personas con una botella de plástico, llena de algo violeta. Cuatro hombres y una mujer con gorras, zapatillas gastadas, pantalones deportivos, oscuros buzos y chalecos inflables.
-¿Una monedita, maestro?
Están sentados uno al lado del otro. Parecen pájaros amontonados en los cables de luz. Rotan la bebida mientras ven a otros dos que corren a la posta del semáforo para limpiar parabrisas, dándose insultos de ánimo. Los pasajeros de la plataforma ni se mueven.


QUE EL NENE NO SE ME ENFERME (Por Santiago Gutiérrez)
Un hombre y una mujer pasean a su bebé en cochecito sobre Corrientes. Lo maneja el padre. Camperas, gorros y cuellos polares los tapan hasta la pera. Caminan apurados, conversan. Él se ríe. El bebé va hundido en el calor seguro de una frazada blanca y marrón. Va envuelto. Un cobertor (o capota) termina de aislarlo del exterior helado y lo confina a un refugio que sólo puede ser producto del miedo de sus padres “a que el nene se enferme”. Un miedo de todo un invierno que, segúm los meteorólogos, va a ser el más frío de los últimos 60 años.
Ahí adentro, el cuerpo dormido del bebé es iluminado por las luces de la avenida. Afuera, las manos enguantadas del padre empujan el cochecito, baja el cordón y cruza hacia la vereda de enfrente.


UNA MARIPOSA QUE ABRIGA (Por Giuliana Fernández)
Las luces de Corrientes no llegan a esta esquina. Los árboles hacen que todo sea más oscuro. Y entre los que caminan rápido para llegar están ellos, los que conocen ese lugar. No les pertenece, pero lo habitan, lo invaden, como también lo hacen sus papeles, cartones y cajas, que en una de esas hoy dan para algo más que un trago.
Sus caras y sus manos están tapadas. Tienen zapatillas, pantalones y camperas que desentonan con los looks de Villa Crespo, pero abrigan. El único con solo una remera manga larga es el que está arriba del camión, bien arriba de la pila de cartones. Va de un lado al otro, pide que se apuren, que le pasen todo, que no quede nada, que salgan de ahí para conseguir algunas monedas y pasar la noche.
Enfrente hay unos jóvenes que también juntan papeles pero que decidieron frenar. De mano en mano pasan una de esas botellas de vidrio que lucen una mariposa. Dicen que es un licor de los que te dejan dormir en las noches de hielo.


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