De los 40 millones de argentinos, entre un 1 y 2 por ciento son veganos. A raíz de esta tendencia, cada vez son más los negocios especializados en productos dirigidos a este segmento de mercado. Sin embargo, aunque mucho sostienen que adoptar una dieta que no incluya alimentos de origen animal es más económico, el veganismo es por lo general un hábito propio y exclusivo de las clases altas.
Por Mauro Scarpati
Varios son los motivos que podrían explicar el notable aumento de personas que han decidido adoptar un estilo de vida vegano en las últimas décadas. Algunos dirán que el veganismo promueve el respeto por los animales y la naturaleza, en sintonía con la mayor conciencia ecológica que existe en casi todas las sociedades occidentales. Otros asociarán este fenómeno con la creciente tendencia de prestar atención a cuestiones vinculadas con la salud, la nutrición y la imagen propia. Sus detractores lo definirán como una moda, impulsada por la interminable lista de famosos y personajes públicos (desde Natalie Portman a Mike Tyson) que predican esta doctrina.
Lo cierto es que mientras la filosofía veggie no para de sumar adeptos, el mercado empresarial ya se ha hecho eco de esta tendencia, y se ha lanzado de lleno a la conquista de este segmento. En los últimos años han proliferado un sinfín de productos y restaurantes “vegan friendly”, principalmente en Estados Unidos pero también en la Argentina y el resto del mundo. Por otra parte, resulta llamativo que el veganismo se ha instalado con particular fuerza entre las clases medias y medias altas, pero es una opción poco habitual y casi desconocida por los sectores populares. Quizás se deba a que una persona de bajos recursos deba preocuparse primero por alimentarse con lo que este a su alcance antes que cambiar las proteínas de origen animal por sus equivalentes de origen vegetal. O quizás tenga que ver con que el precio de los productos estrictamente vegetarianos sea prohibitivo para aquellos que no pertenecen a las clases más acomodadas. En definitiva, ¿cuánto cuesta realmente ser vegano?
Agustina tiene 24 años y es vegana desde hace dos. Primero dejó de comer carne vacuna y pollo, y unos meses después también dejo de consumir pescado, huevos, y cualquier alimento que provenga de animales, desde lácteos hasta miel. Como “vegana ética”, también se abstiene de usar prendas hechas a partir de pieles, cuero o lana, así como productos manufacturados que hayan sido testeados en animales previamente. “Básicamente, me opongo a la utilización de otros seres vivos como mercancía y a la violación de sus derechos”, explica. Su dieta habitual es tan sencilla como frugal: verduras, frutas, arroz integral, derivados de harinas orgánicas y frutos secos. “La verdad no creo que sea más caro llevar una dieta vegana, sino todo lo contrario; la mayoría de las cosas que yo como son más baratas que la carne en general”. A pesar de que los alimentos del rubro “verdulería” hayan sido los que lideraron los aumentos en el actual contexto inflacionario, es la carne la que realmente tracciona los aumentos en el rubro alimentación y de la canasta básica. Por citar algunos ejemplos, el asado de novillo registró un aumento de 1827 por ciento entre 2003 y 2015, mientras que la merluza aumentó un 1222 por ciento en el mismo período.
Pero el panorama cambia radicalmente a la hora de comparar productos veganos más elaborados, es decir, sustitutos que buscan reemplazar alimentos de origen animal. Aquellos que deseen adoptar una dieta más variada, incorporando alternativas “gourmet”, sin dudas sentirán el impacto en sus bolsillos. Contrastando algunas de las opciones ofrecidas por “Viva la vida” y la veganicería “Las vacas felices” con sus equivalentes en las principales cadenas de supermercados, la diferencia queda a la vista. Un kilo de vacío vegetal de seitán (preparado en base a gluten de trigo) cuesta 150 pesos, contra 113 pesos por kilo de vacío de novillito. En cuanto a los sustitutos lácteos, se pueden comprar 300 gramos de manteca de coco por 85 pesos, mientras que los 100 gramos de manteca “La Serenísima” están 10,95 pesos. Lo mismo sucede con las leches vegetales: el litro de leche de maní está 28 pesos, mientras que el de leche entera “SanCor” se consigue por 13,30 pesos. Los mayores costos se extienden también a artículos de almacén. Mientras que un típico budín de vainilla se puede comprar por 18 pesos, la opción vegana asciende a los 40.
Es evidente que para aquellos que consideran al veganismo como una causa noble y legitiman su decisión en principios éticos y espirituales, adoptar una dieta de este estilo no tiene por qué ser sinónimo de irse a la bancarrota. Por el contrario, la alternativa es posible no solo sin aumentar gastos en el rubro alimentación, sino hasta incluso reduciéndolos. También es cierto que para aquellos paladares más exigentes, la creciente pero todavía escasa oferta implicará asumir una serie de gastos onerosos, factible solo para quienes puedan permitirse este tipo de lujos. Por el momento, es probable que las clases populares continúen al margen de esta tendencia adoptada por casi el 2 por ciento de la población argentina, ya sea por desinterés genuino, o porque el mercado aún no se ha propuesto incorporarlas a este nicho de alto y constante crecimiento.
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