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“TENGO QUE ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE MOSTRAR”


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“Los que producen son los mismos que enferman a sus propios hijos, pero no lo pueden reconocer”, reflexiona el autor de “El costo humano de los agrotóxicos”, la muestra fotográfica premiada internacionalmente.

Por Natalia Maidana, Matías Pertini y David Radosta

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Durante una charla en la redacción de Página/12, el fotoperiodista Pablo Piovano reveló detalles de “El costo humano de los agrotóxicos”, la muestra expuesta durante un mes en el Palais de Glace sobre los daños causados por las fumigaciones con agrotóxicos en habitantes de las zonas rurales. “Cómo mostrar lo que nadie quiere ver”, ese fue el desafío que enfrentó en esa investigación como periodista que se autogestiona, que se enfrenta a los poderosos y que no admite la impunidad.
-¿Qué te motivó a recorrer la ruta de los agrotóxicos?
-Lo que me impulsó fueron los datos que vienen aportando la Red de Médicos de Pueblos Fumigados. Son cifras dramáticas, muy duras que, además de un número muy grande de víctimas, hablan del 60 por ciento del territorio cultivable del país fumigado con transgénicos, con 370 millones de litros de agrotóxicos de los cuales 200 millones son de glifosato. Por otro lado, notar que los medios concentrados estaban invisibilizando todo este escenario agroindustrial me llevó a querer ver qué estaba ocurriendo en el Litoral, en el norte y en el centro de nuestra tierra.

-La mayoría de las personas que visitaron tu muestra se sorprendió muchísimo. ¿Porque pensás que no están al tanto de la gravedad de la situación?
-Existe una gran complicidad por parte de los medios concentrados. Además, es muy fuerte la influencia que tienen estas corporaciones agroindustriales en el Estado. Esto hace que no se sepa nada, que no se quiera hablar del tema y que el modelo agrofumigador siga acrecentándose sin tener en cuenta los daños y el costo humano que conlleva. De hecho, esto viene de hace 20 años atrás, desde 1996 cuando Argentina prueba con la corporación Monsanto la entrada de la soja transgénica al país y el uso de herbicidas. Luego de eso entraron 25 corporaciones más y años ahora tenemos este escenario que ha multiplicado el uso de agrotóxicos. Casi todo nuestro alimento está hecho en laboratorios. Esto, indudablemente trae riesgos para la salud.

-Ocurrió todo muy rápido.
-Cuando se aprobó esto se lo hizo a espaldas del pueblo, con folios en inglés, en un tiempo muy acotado (tres meses) y sin contrastar (los resultados) con científicos independientes ni del Estado. Simplemente lo hicieron con un estudio hecho en cuatro meses que trajo la corporación. Cuando luego (el investigador de la UBA y del Conicet) Andrés Carrasco realizó un estudio que superaba el cuarto mes, empezaron a verse los daños en anfibios y todo tipo de malformaciones. Vemos entonces que hay una clara irresponsabilidad de varios sectores.

-¿Cómo te afectó el tema personalmente?
-Una cosa es pensar algo, otra cosa es verlo. Un poco el propósito de que estuviera la muestra ahí (en el Palais de Glace) es ése, que no sea algo de lo que sólo se comenta, que lo vean. En realidad, uno no puede evitarlo, pero como comunicador hay que asumir la responsabilidad de mostrarlo. Hay un montón de análisis científicos y médicos que apoyan esto también, estudios, relevamientos sanitarios… Y son asombrosas las cifras que se manejan y cómo están dando esos resultados. Pero si desde el Estado no hay intención de querer regular, por ejemplo, la distancia de fumigaciones o el uso incluso y la aprobación de algunos venenos, es claro que no tenemos mucho para hacer. Todo lo que hay para hacer queda en manos del Parlamento.

-¿Cómo reacciona la gente de los pueblos fumigados ante esta situación?
-En cada pueblo hay un grupo pequeño organizado que son las asambleas de los pueblos fumigados y lo viven en carne propia. Lo que pasa es que, como en cada pueblo, también se vive de la producción del agro. Entonces, de alguna manera se rompe el tejido social, causa un choque social muy fuerte entre mucha gente. Los que están resistiendo pasan a ser enemigos de los que producen, y muchas veces los que producen son los mismos que enferman a sus propios hijos, pero no lo pueden reconocer. Lo que evidenciamos es la avaricia, el poder que hay en un sistema así, donde manda el dinero.

-¿Te quedaron lugares por recorrer en esta ruta del veneno?
-Sí, esto se reitera en todos los pueblos del país que vayas: Córdoba, Santa Fe, Misiones, Chaco. Cada lugar con sus particularidades, pero la situación en general es muy similar. Seguro hay mucho más por investigar y hay una tarea pendiente por parte de los compañeros periodistas. Es un momento histórico también para que la ciencia trabaje con dignidad. A lo largo de la historia, y no en generaciones tan lejanas, la humanidad ha tenido una alimentación mucho más saludable que la de hoy. Somos prácticamente presos del sistema productivo. Estudios realizados en La Plata muestran que el 60 o 70 por ciento de las frutas o verduras de varios comercios tomados al azar tenían al menos dos o tres agrotóxicos. Hace poco me llegó también un mensaje en el que me comentaban que, según estudios, el 100 por ciento de los vinos tiene algún tipo de glifosato. Hace poco en Alemania pasó lo mismo con la cerveza. La situación alimenticia es grave, y lo es a nivel global.



EL COSTO PRODUCIR POR ENCIMA DE LA VIDA

Con su trabajo fotoperiodístico, Pablo Piovano puso el foco en las consecuencias del uso de pesticidas en zonas rurales y urbanas donde avanzan los cultivos transgénicos por sobre la vida humana.

En Argentina hay 12 millones de habitantes afectados directa e indirectamente por el uso de agrotóxicos, un tercio de la población total del país. ¿Usted lo sabía? ¿Cómo es que una tercera parte de los argentinos está afectada y el asunto no está en la agenda mediática? Una de las respuestas es que, entre intereses cruzados, los políticos y las empresas comunicacionales no pueden hablar mal de sus socios, los empresarios. Pablo Piovano, fotógrafo de Página/12, se propuso exponer esa realidad ocultada, no solo para sacarla de la indiferencia y la marginalidad sino también para concientizar sobre un problema que crece porque nadie se ocupa.
En 2009, el investigador de la UBA y del Conicet Andrés Carrasco confirmó el efecto nocivo del herbicida glifosato en embriones, incluso en dosis mucho más bajas que las usadas en campos de soja. En ese momento pensó que la información tendría una repercusión amplia, pero lo que más recibió fueron presiones, intimidaciones de funcionarios e intentos de desprestigio. Carrasco murió en 2014 y su investigación sigue disponible en la redes. Un año después, la Organización Mundial de la Salud dio un paso clave al reconocer que “hay una asociación positiva” entre el cáncer y ese producto que la multinacional estadounidense Monsanto desarrolló en los ‘60.
Con su trabajo fotoperiodístico sobre agrotóxicos, Piovano puso el foco en los costos humanos del uso de esa sustancia y otras similares. El Palais de Glace fue el lugar elegido para la muestra “El costo humano de los agrotóxicos”, que recibió seis premios internacionales. Durante un mes y más allá de los avatares del clima externo, la sensación adentro de la exposición era otra, la de una realidad desconocida, oscura y ruin expresada en imágenes directas, contundentes y que prueban el costo de una lógica industrial que pone más énfasis en producir que en preservar. Piovano intentó acercar un poco de luz ante tanta sombra.
Las paredes gritaban con información: “La soja transgénica y el uso de herbicidas que sustentan la siembra directa fue aprobada en Argentina durante 1996 sobre la base de trabajos de la propia empresa Monsanto. En Argentina se fumiga con glifosato, endosulfán, azotrina, cipermetrina, clorpirifós y 2, 4-D, entre otros. El 2,4 D es un exfoliante y componente del agente naranja, creado en la guerra de Vietnam, prohibido en diferentes países por su grado de toxicidad”. Y los visitantes no pueden creer lo que pasa, lo que ven, lo que comen. Tal vez por tomar conciencia de que, en mayor o menor medida, todos están afectados por esta realidad, no solo quienes aparecen en las fotos.
Los testimonios de los protagonistas de las imágenes no están en un grabador, están en su cuerpo. Lucas Texeiro, de 4 años, nació con ictiosis, una infección que hace resquebrajar y escamar su piel. La foto se titula “Niño de cristal”, por el extremo cuidado que deben tener con su piel. Está será una condena para toda su vida y la de su familia. Es una enfermedad impuesta por los venenos que se usan en los cultivos.
Más testimonios, como el de “La loca de la máscara” de Entre Ríos: una mujer que usa una máscara para no quedar expuesta a los agrotóxicos rociados desde aviones en su pueblo, pero que de todas formas la hacen sufrir insuficiencias respiratorias crónicas e hipertensión combinada con síntomas hematológicos y cardiacos.
Entre Ríos no fue la única parada en la larga ruta de los agrotóxicos que siguió Piovano. “Misiones no es solamente las Cataratas de Iguazú, es también toda esta realidad tan dura y dolorosa que estamos viendo”, dice una mujer oriunda de esa provincia mientras observa las fotos de Jesica Sheffer, una joven de Fracán, principal productor de tabaco, que desde los 7 años sufre malformaciones de tendones que le impiden erguir su cuerpo. Años de exposición no solo a los agrotóxicos sino también a la pobreza más marginal. Su imagen recuerda a las fotos de los niños desnutridos en el corazón del África, pero esto es Misiones, a menos de mil kilómetros de esta muestra; tan solo a diez horas de auto o a lo sumo dos de avión hasta Buenos Aires.
Recientemente, la Cámara Agropecuaria de Sanidad y Fertilizantes (CASAFE) informó la evolución de su mercado: el consumo de pesticidas aumentó 858 por ciento en los últimos 22 años, la superficie cultivada lo hizo en un 50 por ciento y el rendimiento de los cultivos solo aumentó un 30. En Argentina hay un gran negocio para la industria mundial de venenos (encabezadas por Monsanto y Bayer) y esto genera un gran problema para la salud colectiva.
Las fotos de Piovano generan una dicotomía inevitable: por un lado despiertan la curiosidad y, por el otro, rechazo. Algunas personas no pueden mirarlas demasiado tiempo. Hay una que es distinta al resto. En ella no hay gente deformada, solo dos personas, una pareja y una ausencia. Son los padres de Leila, muerta a los 14 años por leucemia en San Salvador, Entre Ríos. La enfermedad fue consecuencia de las constantes fumigaciones en zonas rurales. Su padre presentó ante el fiscal Mauricio Guerrero una denuncia por esas fumigaciones, pero fue desestimada. ¿Por qué? Pablo Piovano lo mostró.


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