La fábrica recuperada IMPA desarrolla actividades culturales para resistir al desalojo. El anhelo: La Ley de Expropiación definitiva.
Por Lautaro Coto
A las ocho de la noche cayó el sol en Buenos Aires, sin embargo, eso no atenuó el calor. Las puertas de los museos abrieron en horario no habitual, para que la gente los recorriera hasta las tres de la mañana. En Querandíes y Pringles, barrio de Almagro, funciona una gran fábrica, que desde el año pasado tiene su propio museo, pero, en verdad, tiene muchas cosas más.
Mucha gente observó el lugar por unos minutos y luego siguió el recorrido hacia otro establecimiento. De eso va la actividad. Por unas horas abrieron todos los museos de Buenos Aires y la entrada fue gratuita. “El año pasado logramos que el Gobierno de la Ciudad nos reconozca como museo”, se enorgulleció Matías, el guía de la jornada. Maquinas, grasa, poca luz, telarañas, y galpones son algunas de las cosas que acompañaron el recorrido histórico de la fábrica Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina (IMPA).
IMPA es una fábrica recuperada, que manejan los trabajadores desde 1998. Actualmente la lucha apunta a conseguir una Ley de Expropiación definitiva que aleje los riesgos de desalojo. El edificio tiene la parte tradicional, en la que los operarios trabajan con metales creando pomos para cremas, y varias actividades más: el museo, un centro cultural, un bachiller popular, una universidad de los trabajadores, un centro de salud, y hasta una radio y un canal de televisión. “Tenemos de todo: educación, cultura, trabajo, y salud”, afirmó Marcelo Castillo, ex presidente del IMPA, y actual miembro de la cooperativa que administra la fábrica. “Nosotros abrimos las puertas para que el que quiera llene de contenido este lugar”, agregó Castillo.
En el primer piso, a pocos metros de las centenarias máquinas, se encuentra la administración del Centro Cultura. “La fábrica nos cede los espacios y nosotros nos comprometemos a cuidarlos. Cuando el Centro Cultural tuvo algo de dinero los ayudamos y arreglamos los baños”, contó Alejandra Castro, una de las responsables del lugar. Si bien cada espacio está bien diferenciado, principalmente por un asunto organizativo, las relaciones humanas en el edificio son constantes. “Esto es un super centro cultural en el que se generan encuentros constantemente entre el bachi, la fábrica, el museo, etc”, agregó Alejandra. De lunes a sábados se dictan 36 talleres, entre los cuales hay clases de candombe, canto, telas, tango, idiomas, y además, casi diariamente se realizan obras de teatro. Las locaciones para estas actividades son galpones, en los que conviven el arte y el trabajo.
El Centro Cultural surgió en 1998, apenas unos meses luego de que los trabajadores se hicieran del control de la fábrica. Ese año, IMPA ingresó en concurso de acreedores, por lo que era inminente un intento judicial por desalojar el lugar. “Si adentro de la fábrica había un centro cultural eso nos iba a dar un paraguas para que la causa sea defendida por más gente y con más fundamentos”, explicó Castillo. Así comenzó a funcionar con algunos talleres, a modo de resistencia. “Un proyecto cultural y educativo es difícil de desalojar”, agregó Alejandra.
A las cuatro de la tarde de un miércoles el ruido de las máquinas se escuchó en todo el edificio, pero llegó tenue, casi imperceptible al tercer piso. Allí funciona el bachiller y una de los espacios más grandes, la Sala Corrugado. Entre polvo, ventanales rotos, y artefactos obsoletos se escuchaba una canción de Luis Alberto Spinetta, mientras una decena de jóvenes mujeres practicaban piruetas por los aires. La clase de tela necesita un ambiente relajado, y pareció lograrlo.
En 2008 cambió parte de la administración del Centro Cultural, y ahí llegó Quique López. “En 2008 se generó lo que es el actual Centro Cultural. Esto se dio gracias a cuatro trabajadores de la fábrica que impulsaron el proyecto”, afirmó López. Quique llegó al IMPA con la compañía teatral Teatro Sanitario de Operaciones (TSO) para dar una mano. “Yo llego en ese año con la compañía, y nos encargamos de la gestión artística, mientras que los trabajadores que estaban en la organización manejaban la parte de infraestructura”, detalló López. Actualmente TSO realiza obras teatrales en varios lugares del país, y los sábados a las nueves de la noche en la Sala Corrugado.
IMPA se fundó en 1928, junto a tres plantas más del mismo nombre, una en Ciudadela, otra en San Martín, y la restante en Quilmes. Por 17 años trabajó como una empresa privada, hasta que en 1945, durante el primero gobierno de Perón, fue estatizada. En 1961, las fábricas del conurbano se privatizaron nuevamente, pero no pasó lo mismo con la porteña. “Luego de asambleas y la ayuda de la Unión Obrero Metalúrgica (UOM) se logró crear una cooperativa”, contó Marcelo Castillo. Al año siguiente, un nuevo golpe militar sacudió al país, e IMPA no quedó ajeno a esto. “No funcionaba como cooperativa, ya que muchos militares la conformaron y la hicieron muy cerrada. Además tampoco había asambleas”, relató Marcelo. “La cooperativa no creció ni trajo tecnologías nuevas. Los que la manejaron durante esos años hicieron negocios personales”, afirmó Castillo. Durante 37 años la fábrica permaneció en manos del Estado, pero con manejos fraudulentos, hasta que en 1998 la situación colapsó y los trabajadores tomaron el control.
Actualmente IMPA resiste las embestidas judiciales. “En 2008 se votó la Ley de Expropiación del IMPA, pero el juez Hugo Vitale la declaró inconstitucional. Ahora vamos por una nueva ley definitiva. Si al juez no le gusta, cada vez somos más para defender la fábrica que es de los trabajadores”, concluyó Marcelo Castillo.
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