Desde hace seis años, grupos de jóvenes de Buenos Aires y el Conurbano se juntan en los Bosques de Palermo a celebrar la Fiesta del fernet. Recitales de rock transgresor, pequeños polos culturales, peleas, música electrónica y hasta negocios se mezclan en una jornada que convoca a más de mil personas a rendirle culto al aperitivo negro que, junto a la coca, es el principal protagonista de la jornada.
Por Santiago Valcarcel (@klownbird)
Una murga fernetera : “Tumbada de la risa”
En 2007, un grupo de amigos de Las Cañitas decidió sentarse en los parques linderos al Planetario a tomar fernet. Aquel día, la excusa era festejar el cumpleaños de uno de ellos. Al año siguiente, decidieron volver a celebrarlo de la misma forma. El círculo en algún momento rompió el hermetismo y la fiesta se instauró como una tradición para ellos. En los últimos años, con las redes sociales y el boca a boca de su lado, cada octubre se dedicaron a difundir la Fiesta del fernet: “Se fue poniendo año tras años más seria”, cuenta Santiago, uno de los organizadores. “Ahora hasta pedimos autorización al Gobierno”, avisa. Similar al Oktoberfest, en Córdoba, el evento garantiza dos cosas: ganancias para una de las marcas más famosas de la bebida típica Argentina y felicidad para la juventud. Alegría ajena a clases sociales, económicas, académicas, que volvió a colmar el Planetario el 19 de octubre.
“Es una buena excusa para brindar entre amigos. Es como las reuniones de siempre, pero en vez de mate hay fernet”, explicaba Julio, que llegó a los bosques de Palermo desde Lanús con cuatro acompañantes. “Hace tres años que venimos y cada vez se va poniendo mejor”, decía. Y eso que aún no había empezado la conga.
El sol brilla
Los invitados iban llegando a la fiesta y las secuencias se sucedían sin desperdicio. El staff organizador, identificado con remeras que decían al frente “Habemus Branca” y en la espalda “Las Cañitas” luchaba por mantener el brebaje fresco y el negocio funcionando: vendían hielo, coca y fernet; todo junto, o por separado. Mientras, diferentes bandas sonaban roqueras desde un escenario principal nada improvisado, con equipos preparados para hacerle frente a espacios abiertos. Una de ellas, Garganta Drogada, compartía su hit “Colección de Putas” mientras un séquito de diez personas hacía pogo, observado por otras 200 que, para las 16, yacían sentadas en grupos de a cinco o seis, alrededor de una botella de fernet y su correspondiente coca. Sin espantarse, pero sin festejarlo tampoco, escucharon al cantante de Garganta gritar: “¡Aguante el fernet y la droga!”
A unos diez metros del escenario, un joven bebía de un embudo mientras público circundante gritaba: “¡Fondo, fernet! ¡Fondo, fernet!”. El aplauso acompañaba el ritual como en las películas norteamericanas.
Simultáneamente, y cerca de las 17, se inauguraba un segundo escenario no oficial con instrumentos y bandas más acústicas, con menos distorsión, más vientos y letras menos trasgresoras; dedicado a quienes no querían ser parte de la vorágine y el rock proveniente del teatro principal.
Las horas pasaban, las botellas se vaciaban y el ánimo se caldeaba a medida que más y más personas iban llegando al evento. Todos ellos, claro, con mochilas y aprovisionados.
El sol brilló sobre Palermo durante toda una tarde sin mosquitos mientras la asistencia creciente le hacía honor a la oscura infusión de hierbas.
El sol se esconde
Menguaba la luz y las erres comenzaban a patinarse. Aún no eran las 19 y el calor ahora provenía de los cuerpos, unas mil personas que bailaban y le sacaban el protagonismo al astro mayor.
Las luces que decoran el Planetario ya estaban prendidas, pero todavía no cobraban protagonismo. Es que el cénit del festejo se había opacado por una serie de disputas, discusiones y corridas incitadas por el alcohol y las diferencias con respecto a la forma de celebrar de cada grupo (ver recuadro).
Para las 20 la fiesta tomó un color y ritmo propio. Ya el escenario se veía abandonado, y los grupos comenzaron a reunirse alrededor de pequeños polos artísticos: una murga, dos pibes con guitarras, una mujer con un saxo y un chico con un bajo acústico. La percusión ganó paulatinamente terreno y los bombos y redoblantes de una murga conquistaron el espacio al aire libre. La gente bailó y se excitó al ritmo uruguayo de los platillos que, sin mayores complicaciones ni arreglos rítmicos, se encargó de hacer palpitar la tierra. En los breves lapsus de silencio podía escucharse el viejo grito de cancha: “Y ya lo ve… y ya lo ve… el que no salta, toma Frizze”.
Los pies de ya unas mil personas levantaban el polvillo en el suelo seco.
El sol se fue
Ya sin más luces que las provenientes de las avenidas lejanas y las mágicas azules, rojas y verdes del planetario, la fiesta siguió.
Nucleados alrededor del ex escenario, los organizadores seguían con su negocio, iluminados con luces blancas y frías. Era el sector donde la gente bailaba al son de los mp3, pagaba por su bebida y se apretujaba como podía en una especie de malón electrónico. Por fuera, el baile gutural aireado continuaba y no encontraba en la escasez de luz un impedimento.
Todos estaban embravecidos y querían moverse, escuchar música y sudar. Sobre el césped gastado, la imagen siniestra de cientos de botellas de plástico con etiquetas rojas vacías; cuerpos verdes sangrando negro néctar. El fernet se estaba acabando.
El final fue simple: de a poco todos fueron alejándose del lugar a medida que la noche tardía, esa que nace después de las 12, se acercaba. Muchos tenían un plan para el resto del sábado. La Fiesta del Fernet había sido su previa.
El staff convocante terminó doblado, sin planes. La jornada, salvo por el Pela y algún otro pobre cristiano, cerró sin sobresaltos y lo positivo reinó, una vez más, sobre lo negativo. Como hubiera dicho un sabio perdido en esos pastos: “No te hagas drama, tomate un Ferné”.
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Por Ernesto Pastrana (@efpastrana)
El Pela con sus dos puños como armas saltaba hacia atrás haciendo frente a una multitud de remeras negras (los organizadores) que lo perseguía. El tropel arremetió contra el boxeador improvisado, que al cabo de segundos terminó en el piso sangrando y con el ojo hinchado. Por unos momentos la fiesta dejó de ser fiesta y entre empujones y trompadas los grupos de amigos se tuvieron que parar para dejar lugar al ring en el corazón del parque.
Los convocantes terminaron la trifulca entre ellos, reprochándose el mal momento. “Si querés pelear, peleá conmigo”, se desafiaban entre ellos. “No nos caguemos la fiesta entre nosotros”, decía uno de los que se asomaba como el más sobrio del grupo en una hora en la que se hacía cada vez más difícil escuchar a alguien hablar claro.
Todo empezó cuando grupo de asistentes comenzó a vender vasos de hielo, algo que realizaban años anteriores. Al enterarse, uno de los organizadores se acercó y sin mediar palabra le propinó una piña al mismo tiempo que le recriminaba haberle “cagado el negocio”. En ese momento, el Pela (uno de los vendedores del oro transparente) se levantó, le hizo frente al inoportuno personaje y lo siguió hasta la barra que se encontraba al lado del escenario. De ahí salió la muchedumbre de negro a buscarlo.
El Pela siguió en la fiesta bancado por todos los que tuvieron la posibilidad de ver lo que había sucedido. “Quitémosle la fiesta a ellos, no les pertenece, es del fernet” vociferó una voz perdida entre la turba. La riña solo pudo arrebatarle unos minutos al gran ritual de la bebida amarga y todo terminó con un grito sagrado: “Lo importante es el fernet, ohh”.
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Una murga fernetera : “Tumbada de la risa”
Por Andrea Penna
Desde la primera Fiesta del Fernet los “Tumbados de la risa” tienen prohibido faltar, ya que son conocidos como la murga fernetera del Parque de Lomas de Zamor,a donde todos los miércoles y domingos se juntan a ensayar tres horas.
Carica, formador del grupo, es murguero desde chico. Hace 12 años decidió armar una murga para la gente del barrio y como al principio era una reunión de amigos que se juntaban a tomar fernet les quedó “la murga fernetera”, aunque a la hora de decidir cómo se iban a llamar optaron por ponerse “Tumbados de la risa”, porque nunca faltan las carcajadas de grandes y niños en los ensayos. “Cada vez que comienza a sonar el redoblante y los platillos, el Parque de Lomas se llena de energía y todos comienzan a bailar al grito de uno, dos, tres, va”, cuenta Carica.
En la tarde de la Fiesta del Fernet no podían faltar los “Tumbados de risa”, ya que todos los integrantes son amantes del fernet y estaba prohibido faltar. “Estábamos avisados desde hace un mes”, comenta Matías, integrante de la murga.
Jonathan toca el bombo desde hace cuatro años y cuenta: “Es el tercer año que vinimos y varias personas ya nos conocen cómo la murga del fernet por nuestra bandera gigante que lleva una gran jarra”. Para los “Tumbados de la risa” es un ritual tomar está bebida mientras tocan y bailan en los barrios.
Caída la noche las luces del Planetario comienzan a brillar, la murga cada vez suena más fuerte y la gente se empieza a sumar,las piernas que vuelan para todos lados y nadie se puede quedar quieto. Los malabares le dan luz al ritmo murguero, mientras el bidón de fernet pasa de mano en mano y el silbato marca los pasos.
Yamila, una de las bailarinas dice que cuando entró a la murga no había forma de que la hicieran tomar fernet porque preferia la cerveza. Pasado un año la bebída a base de hierbas naturales se transformó en su favorita.
“¡Es un mal necesario, nadie se puede resistir!”, dice Carica.
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