El libro del escritor estadounidense David James Poissant narra historias de fracasos y pérdidas. Su lectura puede generar efectos sorprendentes.
Las recomendaciones tienen un sabor mixturado de incertidumbre, amargura, expectativa y miedo.
—Te estoy llevando un libro —me dijo Ceci una tarde por videollamada—. Faltaban más o menos dos horas para empezar con los preparativos de ir a cursar. Ir a cursar, en un contexto como la pandemia, es todo un acontecimiento. Tener compañeres atentxs como Ceci, que conocí a través de una pantalla, no es menos que un acontecimiento.
Dado nuestro vínculo virtual, dado que apenas la había visto un par de veces —-aunque nuestra confianza estuviera comenzando a crecer— su propuesta me pareció casi incómoda. ¿Y si no me gustaba su recomendación? No me dejé invadir por el sentimiento.
—Dale, ¿cuál? —le dije. Ella escarbó entre sus cosas y apuntó a la cámara el libro de tapa blanca y bordeaux, con el dibujo de un conejo adorable parado en dos patas. “El cielo de los animales” de David James Poissant.
El joven escritor norteamericano escribió un libro de cuentos donde casi todas las voces son de varones. Leí muchos libros, en este último tiempo, de mujeres fuertes. Me alimenté de esa subjetividad que necesitaba. La masculinidad era descripta desde la mirada de protagonistas empoderadas. Poissant me descolocó: personajes torpes, reprimidos, confundidos. Encontré rasgos de personas desdichadas. Hombres grandes dejados por sus parejas, viciosos y angustiados. Padres, hijos, amigos. La mayoría de las veces ni siquiera me cayeron bien.
Pero pude sentirme finalmente interpelada. Sentarme a leer era siempre zambullirme en una profunda sensación que me cuesta describir. Por momentos horror y por otros compasión. Una incomodidad confortable. Alegría sólo a veces.
Sobre todo, quizás, una dolorosa comprensión: las sombras y las luces de cualquier ser humano. Pisoteados por los vaivenes de la vida, cargando con sus propias decisiones desacertadas.
Con una impronta muy norteamericana, no voy a negarlo. Pero con una daga universal, atraviesa una premisa que, en una sociedad exitista, nos cuesta mucho admitir: al final todes somos un poco desdichadxs.
Ceci lo sabía, y gracias, porque se atrevió a compartírmelo.
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