7:10 en Avenida
Callao. Las pocas luces que brillan son las de los semáforos, los autos y
colectivos que, como nunca, muchos van vacíos. Los carteles de los comercios
están todavía apagados. A esta hora, en invierno, la ciudad está gris, tenue,
como muerta. María se despierta. Tiene un reloj automático que hace que se
levante siempre a la misma hora. Se sienta, se despabila, junta sus
pertenencias y se prepara para salir.
María no recuerda
hace cuántos años está en situación de calle, pero está segura de que son más
de quince. Hoy duerme con su pareja en la puerta de una sucursal del Banco
Galicia que abre a las 8 de la mañana. A las 7:30 limpian la vereda. Unos
minutos antes, juntos, encaran para la esquina de la Avenida Santa Fe. En el
baño del Mc Donald’s, bien temprano y cuando hay poca gente, se higienizan.
“Cuando podemos juntar algo de plata nos bañamos en un hotel por 50 pesos”,
cuenta.
María Rosa Pérez
tiene 48 años, es canosa y tiene los dientes muy separados entre sí. Aparenta
más edad de la que tiene. No mide más de 1 metro 60, pero habla no sólo fuerte,
sino con fuerza. No duda ni una de las palabras que dice. Tiene seis hijos pero
ninguno con ella. Hace años se los sacaron por la situación en la que estaba y
sólo tiene contacto con ellos por Facebook. “A mis hijos no los puedo tocar,
acariciar”, cuenta y hace énfasis en cada palabra.
El día sigue. Se
saltea el almuerzo y camina hasta San Telmo para buscar a María de los Ángeles,
su amiga. Juntas van a la plaza Rodríguez Peña, a tres cuadras del Banco.
“Somos dos mujeres fuertes y estamos curtidas”, dice María de los Ángeles. Ella
tiene cinco hijos, pero vive con cuatro porque a una se la sacaron. Hace 11
años cobra un amparo por “abandono de persona” y con eso puede pagar un hotel.
Las dos Marías pasan la tarde en la plaza con los hijos de María de los
Ángeles. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay 7251 personas en situación
de calle, de las cuales 1377 son mujeres. Mil trescientas setenta y siete
Marías.
Son las ocho de
la noche y hacen 12 grados. María vuelve al Banco. Acá pareciera que el viento
corre con más fuerza. Se acomoda en la entrada entre varias mantas. Mucha gente
entra. Pocos la ayudan. Más tarde, un grupo de voluntarios la reconocen y la
saludan. Charlan un rato, le dejan una bandeja con comida y se van. Se
recuesta, se tapa, pero el viento quema. Otra noche con frío. Otra noche en la
calle.
Es invierno y la ola polar que azota el país no da tregua. Frente al viento que cala profundo y parece tocar los huesos, siempre es una buena opción levantar la mano y gritar “¡Taxi!” para subirse a una unidad y llegar más rápido al destino.
Pero, la mano se cansa de estar en alto. Los pocos autos negros y amarillos que pasan tienen la luz roja de “ocupado” encendida. Lo que no hace mucho tiempo era algo así como un ritual urbano, casi instantáneo, bien porteño, hoy parece desvanecerse frente algo tan intangible como real: la tecnología.
Esta tecnología no llegó en silencio. Todo lo contrario, su desembarco inicial desató un conflicto cara a cara en las calles de la ciudad, caracterizado por protestas masivas que denunciaban una competencia ilegal y desleal. Hoy, en el 2025, esa hostilidad parece haber mutado en una aceptación resignada, una suerte de tregua donde la frase “las aplicaciones llegaron para quedarse” se repite en cada esquina y principalmente se disputa en la pantalla de los celulares de cada usuario.
Uber, una de las apps más elegidas por los usuarios
La voz de los choferes
Detrás de cada taxi que desaparece de las calles, hay una historia. Una de ellas es la de Jorge Leiva, un hombre de 58 años que lleva 25 al volante y que siente frustración al ver cómo cada día tiene menos pasajeros.
-¿Se puede vivir del taxi hoy en día?
-Antes, ser tachero te permitía mantener a tu familia, planificar unas vacaciones. Hoy en día trabajo 12 horas para juntar lo justo y necesario. A veces ni eso. La calle está repleta de autos de aplicaciones que no pagan los mismos impuestos, no tienen la misma verificación técnica ni el seguro profesional que nos exigen a nosotros. Es una competencia desleal y nadie nos defiende.
Se podría decir que la cuestión económica es el frente más duro de esta batalla. Miguel Cejas es otro chofer con más de 15 años de experiencia que alquila su auto, manifiesta que los costos de mantención se volvieron asfixiantes. Por un lado, el aumento del GNC, el precio de los repuestos que en su mayoría están dolarizados y el valor del alquiler de la unidad, conforman una “tormenta perfecta”. Asegura que esta situación lo obliga a trabajar más allá de los límites de la salud y la seguridad, solo para poder completar los gastos del día y que le quede algo de ganancia al terminar la jornada.
El fin de un modelo de negocios
Esta crisis no afecta solamente a los conductores que son independientes. Susana fue dueña por dos décadas de una flota de 15 taxis y es el fiel reflejo de un verdadero cambio de paradigma. Hoy por hoy, no le queda ni un solo auto con licencia.
-¿Por qué dejaste el negocio de los taxis? -Porque era insostenible. El negocio de alquilar taxi murió. Los choferes no llegaban a juntar para el alquiler y los gastos del auto. Lamentablemente, tuve que vender las licencias a pérdida y pensar en otra cosa.
-¿Qué hacés ahora? -Alquilo autos particulares a conductores de aplicaciones. Es otro mundo que está menos regulado y por eso es más flexible. Si te soy sincera no me gusta. Yo crecí con el taxi, pero el mercado manda.
La carga de la regulación
En el epicentro de este conflicto está el marco regulatorio. Mientras los taxis tienen que cumplir obligatoriamente con el Código de Tránsito y Transporte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Ley 2.148), las aplicaciones como Uber, DiDi, In Driver operan en un limbo, una zona gris.
Esta irrupción generó un desequilibrio estructural. Según Marcelo Boeri, Presidente de Taxistas Unidos, de los 28 mil taxis que circulaban en Buenos Aires hasta 2016, solo 8 mil licencias se encuentran activas hasta el año 2024. Todo esto se traduce en una falta de vehículos que es notable y una recaudación que es baja para los conductores. Ante esta situación, el sector de peones de taxis reclama al Gobierno de la Ciudad que “se garanticen los derechos laborales y el marco legal existente”.
Pero, siempre hay dos caras de una moneda y del otro lado están los usuarios que parecen haberse olvidado del taxi, principalmente los más jóvenes que todo lo hacen desde su smartphone. Pedir un auto desde el celular es más cómodo, conocer el precio del viaje con anticipación, poder pagar con medios digitales y en muchos casos movilizarse en automóviles más modernos, son factores determinantes. Este cambio en los hábitos de consumo impulsado principalmente por la digitalización de la vida cotidiana, es un gran desafío para los taxistas que comenzaron a tomar iniciativas.
La creación de la aplicación BA Taxi intenta competir, pero lo cierto es que los usuarios continúan eligiendo el resto de las apps de movilidad. Así se refleja en la tienda Google Play, donde la aplicación porteña apenas supera las 100 mil descargas. Cabify tiene más de 10 millones, Uber más de 500 millones y DiDi alrededor de 100 mil.
El futuro de un símbolo icónico, como lo es el taxi, es incierto. Lo que el sector está atravesando no es solo una crisis, parece un callejón sin salida para un oficio que es parte del ADN de Buenos Aires. Su supervivencia no dependerá solamente de la resistencia de hombres como Jorge, Miguel o mujeres como Susana, sino de una potente reconversión que logre poner en equilibrio lo tradicional con la innovación y, fundamentalmente, le dé un marco regulatorio que permita dejar las reglas de juego bien claras y justas para todos los que se disputan, día tras día, los pasajeros de la ciudad.
*Estudiante de la carrera de Periodismo y Producción de contenidos a distancia.
Fabiana Palacios
29/10/2019 at 4:56 pm
Infinita tristeza