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UN DÍA PARA LLEGAR AL PARAÍSO


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Un tren de larga distancia que conduce al Norte del país, la línea Ferrocentral ofrece, entre sus servicios, “clase turista” con boletos que cuestan $45 para la ida y $80 la ida y vuelta. Asientos duros, no reclinables y un viajecito de cómo mínimo 24 hs, si se tiene la suerte de no sufrir demoras. Vagones que reúnen pasajeros con intereses distintos: están quienes quieren llegar a conocer paisajes de lugares como Tilcara, Humahuaca, Purmamarca, generalmente grupos de amigos con guitarra y todas las ganas de vivir en la aventura, y también personas que viajan para visitar familias o por trabajo. Un espacio en el que conviven distintas historias con distintos fines, pero en el mismo medio.

Por María Victoria García

Su figura es inmensa y de una extensión que no suele verse en los trenes de cada día, los que conducen a distintos puntos del Gran Buenos Aires. Al mirar desde el primer vagón de este trasporte, cualquier pasajero primerizo se arriesgaría a darle unas 10 cuadras como mínimo para recorrerlo de punta a punta, aspecto que no se puede pasar por alto en esta mañana de martes. El ferrocarril Ferrocentral se encuentra imponente, firme en la estación de Retiro y espera ser abordado para dar comienzo a un viaje de 24 horas con destino final en la provincia de Tucumán. Así la palabra que se viene a la mente con estas cuestiones es una que resulta inevitable de omitir, “larguísimo”.
Bolsos de todos los tamaños, heladeras portátiles gigantes que podrían abastecer las comidas de cuatro personas en un campamento por tres días. La familia completa, padre, madre, y cuatro hijos esperan que el guarda les tome el pasaje para subir. Todos ellos caminaron hasta el final del transporte para llegar al último vagón, destinado a clase turista. Combo completo, falta perro, gato, pajarito, la cosa parece una mudanza, y tal vez lo sea. Así se acomodan como pueden en la dupla de asientos que les corresponden, pensados para dos personas cada uno. Sin embargo se ubican tres y tres en cada lugar sumado equipaje de por medio. El hijo menor, pide comida y el primer tupper se abre a las 9 de la mañana: aroma a sándwich de milanesa que los demás pasajeros del vagón se ven obligados a desayunar.

Argentine_train_-_Ferrocentral_-_Buenos_Aires_-_Tucuman

“Duros”. Así describe a los asientos Patricia Argentina Campos, de 60 años, mujer de cabellos oscuros y tonada provinciana, que nació en la localidad bonaerense de Berazategui, pero igual así conserva las formas de hablar de su familia, que si es de la provincia donde se firmó la independencia. Patricia viaja acompañada por su hija de unos 25 años. Ambas buscan la mejor forma de acomodar sus piernas para que circule la sangre de otra forma que no sea vertical, de arriba hacia abajo (la estática de cuando se está sentado), ya que pasadas las seis primeras horas de viaje el cuerpo comienza a demandar movilidad, o por lo menos un mínimo cambio de postura (algo que se solucionaría con asientos reclinables).
Llega el momento de visitar el baño, algo que se quiere evitar siempre en lugares públicos y más aún en éste, con sus particulares características. Para acceder hay que caminar hasta el final del vagón, un recorrido que implica esquivar a quienes reposan en el piso con bolsas de dormir, y los chicos que no se aguantan estar quietos, éstos corretean de un lado a otro, con lo cual no resultaría difícil tropezarse. Una vez pasado el trayecto y sus “obstáculos”, la puerta te indica con un dibujo si es sanitario femenino o masculino. Blanca Armida llega al extremo de su vagón para usar los baños del tren. “No entiendo cómo la gente puede ser tan sucia”, dice la mujer santiagueña, y deja de lado la canilla que iba a usar para abrir la siguiente. “Tirar yerba al cesto por favor, muchas gracias”. El cartel cuelga de la pared principal y puede verse con claridad, sin embargo parece una burla como los restos de mate figuran, de igual forma, atascados. Blanca viaja junto a sus siete hermanos y comparte vagón con Patricia, pero ellos van a llegar hasta Santiago del Estero, una estación menos que la mujer y su hija. Los hermanos van a su provincia natal y disfrutan del viaje. “Es un buen servicio, pasan a limpiar y todo. Es la gente la que hace cualquier cosa”, dice Blanca, que se lava las manos y procura hacer el menor uso de agua para que no se inunde la pileta.
Agujero con destino directo a las vías. Todo un desafío, que más de uno no puede conseguir, o mejor dicho “embocar”, en forma correcta. Así el lugar para hacer las “necesidades” presenta un escenario con decorados desagradables. Consejo fundamental para esta experiencia, aguantar la respiración y agilizar el proceso, nada más. Si bien el mate puede ser un buen compañero de viaje, Nicolás Di Santo, que viaja junto a tres amigos para llegar al Norte argentino y vivir unos días de aventura, decide cambiar a la bebida nacional por una Coca-cola, y de esta beber lo menos posible. “No se vive un buen momento en el baño”, asegura, camino al buffete.
El ferrocarril está próximo a realizar su primera parada en la Estación Rosario, provincia de Santa Fé. Así lo anuncia el guarda que pasa por el vagón y reproduce en forma automática, algo que seguro repite en todos sus viajes. Un discurso bien formulado y directo, “Estamos llegando a la Estación de Rosario, por su seguridad se les recomienda cerrar las ventanas y mantenerse alerta, ya que pueden tirarles pierdas”, dice el colorado grandote con uniforme verde tipo militar, un gorro del mismo color y la insignia de “Ferrocentral” plasmada al costado de la camisa. Ante esto, la duda y el miedo. ¡Tirar piedras!, ¿Quiénes?, ¿Para qué?, ¿Pueden robar?. Preguntas que comienzan a surgir entre los pasajeros primerizos, los mismos que se preguntaron el porqué de los plásticos aboyados que están por sobre las ventanillas del vidrio. En algunos casos pequeñas rajaduras, pero en otros bollos de gran tamaño que podrían ir directo al cuerpo de un pasajero. Las vías del tren pasan por una villa de la importante ciudad, que se encuentra unos metros antes de llegar a la estación. Allí los chicos se divierten tirando piedras al tren. No pasa mucho tiempo desde que el guarda alerta a los pasajeros, cuando comienzan a escucharse los golpes, duros y secos que rebotan contra el plástico. Atacados que buscan salir ilesos de sus enemigos, una experiencia de película, en la que puede uno sentirse Espartano o Persa. Patricia se recubre la cabeza, está agachada en el piso y cerró la persiana de su ventana hasta abajo, “Esto es de locos”, le dice a su hija que está a su lado y toma los mismos recaudos. Por su parte Nicolás aprovecha la situación para dar protección a una de sus compañeras de aventura. Blanca ya hizo el viaje muchas veces, y si bien también tomo la precaución de cerrar todo, espera que el tren llegue a estación con mayor que los pasajeros anteriores. “Ya saben los días y horarios en que pasa, están esperando”, les explica la mujer a la pareja que viaja delante de ella.
Más tarde llega la noche…, y dormir para matar el tiempo es fundamental. Nicolás está en la misma posición hace dos horas y se retuerce de un lado a otro buscando la posición más adecuada para su comodidad. Al lado suyo está su primo, ojos cerrados y un sueño, por lo menos a la vista, impecable, es que no todos tienen la sensibilidad para considerar al sonido que acompaña de fondo, en forma constante e insistente. En el extremo del vagón, uno de los últimos asientos es ocupado por un hombre de mediana edad. Gorra de Nike clarita, camiseta de Argentinos Juniors, bermuda de jean, y reproductor portátil en mano, junto a una mirada amenazante, detalle principal por el cual nadie se atreve a decirle algo a este pasajero, el cual se encarga de deleitar a los presentes con su particular música. “Por lo que yo te quiero, tendré que acostumbrarme…”. Así el canto de Rodrigo, compases que se repiten, y son sucedidos por “el bombón asesino” y “el pasito tuntún”, acompañan la velada nocturna en la que el silencio pierde oportunidad de presentarse. Son las once de la noche, Nicolás entiende que no va a tener posibilidad y se resigna, brazos cruzados y mirada hacia el techo del vagón. Intenta no pensar en las nueve horas que restan para llegar al paraíso, ese destino tan deseado, desde el principio, pero más aún ahora, con la necesitad de agilizar el cuerpo, conseguir respiro, tomar un baño refrescante y escapar del agobiante tubo que avanza sin ansias, a paso lento, y deja atrás más campos, extensiones verdes que se pierden en una perseverante monotonía.


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