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VALLEGRANDE, ENTRE LA HISTORIA Y EL MARKETING


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La población de Vallegrande, una pequeña ciudad de Bolivia, convive con el mito de Ernesto Che Guevara y la mercantilización de su muerte. Sus más de 7 mil habitantes son duplicados por los turistas ante cada aniversario. Esta vez, en el número 50, se triplicó la población. Allí es donde se expuso el cuerpo de Guevara, asesinado en La Higuera. Todos los pobladores, aparentemente, aman su figura y sus ideales, pero conviven con la comercialización de su imagen.

Por Evelyn Rey (@_evelynar) y Natalia Villarroel Flores (@VillarroelNat)

Vallegrande parece congelado en el tiempo, como si los últimos 50 años no hubieran transcurrido en esa pequeña ciudad de Bolivia. Casas bajas con techos de tejas, paredes de adobe y arquitectura colonial. El color del pueblo es una combinación entre gris y marrón, mientras que el sonido ambiente se complementa con las campanadas de las iglesias que rodean la plaza principal.
A Vallegrande se llega para conocer el lugar donde se vio por última vez al Che, se llega con emoción, con los ideales a flor de piel, con lágrimas brotando, con la sensibilidad de llevarse cada detalle. Todo el pueblo se siente impregnado de revolución, pero los lugareños no parecen permeables a ese sentimiento. Sus vidas transcurren en una cotidianeidad monótona, interrumpida por un turismo completamente asimilado, al que miran de costado sin darle mucha importancia. Aunque casi todos viven de él parecieran no notarlo.
Es que el pueblo se hizo famoso por ser el lugar donde asesinaron a uno de los mayores terrores del imperialismo, por lo que el turismo es su segunda actividad económica. Si preguntás por el Che todos lo quieren, todos lo respetan, todos dicen seguir sus ideales, esos ideales de un comunismo solidario, de ser iguales todos los habitantes del mundo, de no al capitalismo, pero al fin de cuentas todos ellos mercantilizan su muerte y su figura.
Las principales atracciones de Vallegrande son la Lavandería donde se expuso el cuerpo de Ernesto Guevara; el Mausoleo construido sobre el lugar donde estuvo enterrado secretamente, durante 30 años, junto a seis de sus compañeros; la Fosa de los Guerrilleros, donde encontraron a Tania y a quienes la acompañaban; y un museo frente a la plaza donde se pueden ver fotos, poemas y pertenencias del Che.
En páginas web se vendieron, durante todo el año, “tours” que invitaban a revivir los últimos días del Che y visitar los lugares por donde -en 1967- viajó secretamente con un rifle, junto a sus guerrilleros, hasta la pequeña escuela rural en La Higuera, donde fue ejecutado por el sargento Mario Terán y participar en los actos oficiales encabezados por funcionarios de Bolivia y Cuba. Quienes realizaron este recorrido histórico y se hospedaron en el Plaza Pueblo Hotel abonaron $347 por noche y disfrutaron de una habitación con ”duchas calientes, televisión por cable, conexión WiFi, desayuno incluido y servicio de camarera”.
Al cumplirse 50 años del fusilamiento, entre el 5 y el 9 de octubre, se realizaron actos y caminatas por los senderos en los que el Che estuvo oculto. El homenaje fue encabezado por el Presidente de Bolivia, Evo Morales, quien afirmó: “Estamos en tiempos de liberación democrática, no como hace 50 o 60 años cuando la lucha era muy distinta: se hacía con armas y balas”. Y remarcó que “ahora la lucha es con la conciencia y el voto”. 
Asistieron 20 mil personas bolivianas y extranjeras, triplicando la población de 7.884 habitantes, según informó el Estado boliviano. Entre la multitud se encontraban los cuatro hijos del Che, Aleida, Celia, Camilo y Ernesto; dos sobrevivientes de la guerrilla, los cubanos Harry Villegas Tamayo (alias Pombo) y Leonardo Tamayo Núñez (alias Urbano); y el vicepresidente cubano, Ramiro Valdés.
El pueblo que fue testigo de las últimas horas de Ernesto Che Guevara fue La Higuera, allí terminaron los homenajes. Está escondido en los montes bolivianos, y no se llega ahí por casualidad. Hay un colectivo de línea que va una sola vez al día o se puede llegar a pie desde Vallegrande con cinco horas de caminata, o en “taxi” en un viaje que dura dos horas y media. Hay solo 14 casas, apenas 100 habitantes y todo, absolutamente todo, hace referencia al Che, como si pidieran perdón por lo que pasó.
La serena de “La Escuelita” donde el ejército boliviano, con ayuda y orden de los Estados Unidos, mantuvo cautivo y asesinó al Che y a sus compañeros Simeón Cuba y Juan Pablo Chang, relata en primera persona cómo fueron esos días. “Escapaban todos juntos, tenían sandalias hechas de goma, cuero y telas. Llegaron a mi casa y mis padres no querían que se quedaran, por miedo. Pero yo estaba enferma y el Che le dijo a mi madre que era médico y podía curarme, entonces me dio una medicina y agua”, aseguró Lorenza.
Las paredes de los dos metros de profundidad por cinco de ancho que tiene La Escuelita, ahora museo comunal, rebalsan de mensajes, carteles, fotos, remeras y hasta pasaportes. Cada visitante deja lo más valioso que tiene consigo como ofrenda, no hay lugar para nada más, todo se superpone. La energía de las miles de personas que pasaron por ahí se guardan dentro de esas cuatro paredes. Se mezclan y condensan para componer, junto con cada elemento, un gran rompecabezas ensamblado en total armonía.
“Por esta puerta salió un hombre a la eternidad”, indica un cartel en la entrada del lugar. Sus verdugos no se dieron cuenta del error tan grande que cometían: las ideas del hombre al que mataban ya se habían esparcido y no le pertenecían. Los cobardes no lo mataron, sino que lo hicieron leyenda, más grande, inmenso, eterno e infinito.


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