En las calles se siente que es sábado a la mañana. Aunque hay sol, no se asoma ni una cabeza pero en el Club Unión de Munro el ambiente es distinto. Hay padres afuera de la puerta, chicos corriendo por los pasillos, ancianos desayunando en el buffet, pitidos, silbidos y ruidos de pelotazos provenientes de la cancha donde los más chicos juegan.
Pasando el pasillo de donde sale tanto tumulto, subiendo las escaleras, el clima cambia. Doce hombres de entre 40 y 50 años, diez de ellos con barba (y muy larga), están parados alrededor de un tablero hablando sobre el mismo tema: Wargames.
Pero, ¿qué es un wargame? Es una simulación de un juego de guerra. Esto no significa que estrictamente sea una batalla, también puede ser cooperativo, donde todos los jugadores se juntan en equipo y se alían contra el juego. Las batallas se pueden dar entre ejércitos históricos, personajes de ciencia ficción o de fantasía.
Hay diferentes tipos de wargames; de mesa, con miniaturas y escenografía en escala, con casas, ríos, puentes y hasta guaridas de un dragón, o de tablero, donde se juega sobre un tablero hexagonal o cuadriculado que ya tiene la medida hecha. El wargame más conocido, es el que enfrentás tu ejército contra el del otro. Podés jugar una batalla campal, donde el que más bajas consigue gana, o poner una misión, como proteger un sector de la mesa, ocupar un territorio, o destruir la unidad que más puntos vale al enemigo.
En el primer piso del Club Unión de Munro hay seis mesas repletas de miniaturas y escenografías. La mesa más grande está en el medio del pasillo y arriba tiene unas cervezas, seis cajas de pizzas (ya vacías), Coca, Sprite y como veinte vasos de plástico. Cada uno tiene pegado un nombre diferente. Pero estos vasos no dicen ni Nahuel, ni Tomás, ni Carlos, tienen escrito “Slaanesh”, “Elfa”, “Orco”, “Tzeench”, entre otros nombres incomprensibles. En cuatro de las mesas se está jugando al Saga, cada juego tiene distintas reglas, duraciones y personajes, que tienen diferentes poderes entre cada uno. Las partidas son uno vs uno, pero en las mesas suele haber tres o cuatro personas, como mínimo, que se quedan hablando con los que juegan.
En el Club Unión funciona “La Última Fortaleza”, un club de wargames creado en 2009 por Daniel García, de 53 años y Enrique Petersen, de 55, dos amigos que desde 1997 comparten su pasión por los wargames y la llevaron al siguiente nivel. “Luego de tener varias colecciones de miniaturas, y diez años metidos en el mundo, teníamos la idea de tener un club en Zona Norte, porque la mayoría estaban en Capital. Empezamos a buscar lugares y encontramos el club -del que ahora son miembros de la Junta Directiva-, alquilamos un salón que no usaban y lo fundamos”, contó Daniel.
Al principio las reuniones no pasaban de las diez personas, ahora tienen cerca de 30 socios, que pagan una cuota mensual y en las juntadas son entre 20 y 30 personas. Además de los socios, viene gente a jugar por el día: por $400 alquilan una mesa y pasan la tarde. Generalmente, hay fechas todos los sábados y domingos a partir de las 15hs y hasta las 20hs, pero en ocasiones especiales o torneos se hace a las 10hs.
En los torneos se juegan cuatro partidas en el día, cada partida ganada te da puntos de victoria, al final del día el que más puntos consigue es el campeón. El premio puede ir desde un trofeo hasta juegos de pintura o miniaturas. También hay dos o tres jueces, que están en la sala por si algún competidor necesita ayuda con las reglas o con algún movimiento que quiera hacer.
Otra parte del hobby es el personalizado de las tropas. Los jugadores compran cajas de entre diez y veinte soldados fabricados pero no pintados. Esto permite que cada uno le ponga los colores y rasgos que quiera. Pablo Borda, jugador de wargames hace 15 años, contó que pintar una figura grande, o un grupo de chicas, puede llevarle entre seis y siete horas. “Por suerte en el último tiempo, con la impresión 3D se ha democratizado el acceso. Depende el juego, pero generalmente, un conjunto de figuras ya pintado de 60 o 70 tropas sale 80 dólares”, manifestó.
Algo común en el personalizado de las miniaturas es que si se quiere que un personaje tenga espada y no tiene, pero otra sí, se le corta la mano y se le pega a la figura que se desee. Con un simple adhesivo Parsec, el trabajo está listo.
Los primeros wargames fueron un invento de militares y técnicos prusianos en el siglo XIX que intentaban prever el resultado de sus campañas militares, en la teoría, antes de iniciar las acciones armadas. Luego se convirtió en una actividad de historiadores y especialistas militares, que recreativamente hacían la representación de batallas históricas con la mayor exactitud posible. A finales del siglo XX empezaron a surgir reglamentos y sistemas para que se convirtiese más en un juego o una experiencia lúdica. Más adelante, con la incorporación de temáticas de fantasía y ciencia ficción, se amplió a otro mundo, el “nerd”. Las comunidades de fanáticos de los juegos de rol o de las sagas de libros y películas de estos géneros no tardaron en expandir este tema y hacerlo más conocido.
El mundo del wargame en la Argentina no está tan popularizado y recién está arrancando a conocerse. Pero en Europa, un gran porcentaje de la población juega a wargames, así lo explica Daniel: “Acá no es muy conocido, en Europa es algo muy común. En Argentina cumplís años y te regalan un juguete, allá te regalan una caja de soldados para armar”. Los países donde más se juega es en España e Inglaterra.
“Te voy a mear todas las miniaturas”, se escucha en la mesa donde Daniel y Salvador jugaban al Saga. Alrededor, cinco hombres se ríen a carcajadas. Uno de ellos es el “mufa”. En cada tirada de dados, los que juegan tratan de mantenerlo lejos, y si se acerca o se pone al lado de ellos, no tiran. Además se lleva todo tipo de insultos. La partida que jugaron se prolongó desde las 11 de la mañana hasta las 6 de la tarde. No porque el juego dure eso -generalmente dura entre dos y tres horas- sino porque después de un turno, uno iba al baño, o se quedaba hablando con alguien, o iba a tomar algo. “¡Qué culo que tenés, hijo de puta!”, le dice Daniel a Salvador, que en una tirada de dos dados donde tenía que sacar dos 6 para ganar, le salieron los dos. Una vez terminada la batalla se quedaron hablando como 15 minutos sobre las posibilidades que tuvieron dentro de la partida y las tácticas que tomó cada uno, con tantas ganas que parecía que querían jugar otra.
El mundo del wargame todavía no tiene tanto reconocimiento, por eso, la mayoría de jugadores son siempre los mismos y asisten a las reuniones aunque en el día no vayan a jugar. “Cuando no es un torneo jugamos así nomás, no contamos los puntos ni ponemos objetivos. Nos conocemos hace un montón y venimos a comer unas pizzas, tomar unas birras y cagarnos de risa un rato, más que nada esto es una excusa para juntarnos”, dijo Daniel. Pero cada vez se ven más locales sobre wargames y miniaturas, y más gente asiste a los eventos, ¿Podrá expandirse este mundo en Argentina al nivel que está en Europa?
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